Alberto Jiménez Ure (Tía Juana, Zulia, 1952). Es un escritor, filosofacto y comunicador social venezolano adscrito a la Universidad de Los Andes. Entre sus publicaciones destacan los libros de poesía Trasnochos (1987), Lucubraciones (1994), Confeso (2000), Iluminado (2004) y Dictados contrarrevolucionarios (2008); las novelas Lucífugo (1983), Aberraciones (dos ediciones, 1987-1993), Desahuciados (1998), Alucinados (2007) y Escorias (2009); y los libros de cuentos Acarigua, escenario de espectros (1976), Acertijos (1979), Suicidios (1982), Maleficio (1986), Cuentos Abominables (dos ediciones, 1991-2002), Macabros (1996), Perversos (2004) y Absurdos (2014) -publicación digital a la cual pertenece el cuento que aquí comparto con ustedes, entre otros. También escribió Dictadura de Ultimomundano, El Despotismo y Mi Majestad es El Juicio publicados [papel y digital] en portales internacionales de España, Portugal y EEUU. Durante su extensa actividad literaria ha recibido galardones como el Premio Mención Narrativa de la Bienal «José Rafael Pocaterra» (1984-86); fue Primer Finalista del Concurso de Narrativa de FUNDARTE (1991); el Primer Premio de la Bienal «Tierra del Agua» de la Gobernación del Estado Delta Amacuro (1993) y el Primer Premio, Mención Narrativa, de la Asociación de Escritores de Mérida (2004).
Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Alberto Jiménez Ure
DECRETO CANÍBAL
El Presidente de la República, escogido por el pueblo ulterior a la celebración de elecciones libres y generales, formuló su primer decreto: la Legalización del Canibalismo. Pretendía -con ello- resolver dos problemas graves en el país: la hambruna y el desempleo.
Miles de ciudadanos y ciudadanas sin trabajo se dedicaron a cometer asesinatos para desollar a sus víctimas, congelarlas y ofertarlas. Desapareció la cría de ganado vacuno, aves, conejos, chivos, patos y otros animales comestibles. Parecía que el hombre de aquél lugar y tiempo, quizá no imaginario, tenía el irremediable destino de convertirse en principal nutriente e igual peligroso enemigo del hombre.
La acción de matar al semejante para permanecer vivo comenzó a ser filosóficamente fundamentada por los intelectuales adeptos al gobierno, también por los profesores universitarios que temían ser digeridos y que eran protegidos por la Fuerza Única Armada Nacional (FUAN).
Se establecieron oficiales y populares abastecimientos de partes humanas. Pero, paralelamente, prosperó un mercado ilícito en el cual se ofrecían [a elevadísimos precios] carnes tenidas por exquisitas: la de funcionarios gubernamentales de alto rango, niños de la Clase Alta, personas de la Clase Media y Culta, y la de recién nacidos.
Cubiertos por funcionarios de la FUAN, los asambleístas [del Congreso Supremo de la República] y ministros acudían a los mejores restaurantes para pedir los platos más exóticos: «Testículos de Hijos de Empresarios al Ajillo», de «Hijos de Diputados con Papas Hervidas», «Senos de Hijas de Ministras Rebosadas», «Filetes de Nalgas de Magistrado Joven al Horno», «Cerebro de Opositor al Vino» y de «Adepto Traicionado [por el Gobierno] a la Ginebra»
El tradicional proletariado, siempre adulador del Presidente de turno, recibía todos los viernes y sábados -gratis- ciertas cantidades de una mezcla de ron con excremento humano deshidratado [por su gran valor nutritivo, según aseguraba el Ministerio de Sanidad] La Clase Media que no objetaba al gobierno bebía cerveza clásicamente elaborada, exenta de los esputos de quienes ejercían funciones de comisarios castigadores (lo contrario le sucedía a la Clase Media Detractora del Jefe de Estado) Los miembros de la cúpula del mando político, judicial, legislativo y empresarial tomaban Pócima Pura [21 años de envejecimiento]
Luego de varios meses, el Presidente [gordo, alto y de cuarenta años de edad] fue plagiado y ejecutado por sus custodias personales, los cuales lo mantuvieron congelado hasta cuando el parlamento le nombró sustituto.
Fue puesto a la venta en el curso de la celebración del primer año de la promulgación del Decreto Caníbal. Primero completo, después en piezas. Pero, nadie quiso comprar su carne. Los frustrados y enfurecidos raptores optaron por tirarla en el Pozo para Desechos Orgánicos (PDE), situado a pocos kilómetros de la capital de la nación, donde los pajarracos y ratas come carroña pululaban. Sin embargo, los trozos se mantuvieron intactos porque hasta los gusanos evitaron consumirlos.
Adrianita, gracias por compartir. Un cuento muy original e imaginativo. Felicitaciones al creador. Cordialmente, Chente.
ResponderEliminarMe remite a "Míster Taylor"de Augusto Monterroso.
ResponderEliminarGracias, don Chente y Vanesa, por sus lecturas y comentarios. Revisaré la referencia a Monterroso, el nombre del texto me suena familiar, pero no lo ubico con precisión... ¡Hasta una próxima lectura!
ResponderEliminarMuy buen cuento, tanto como el de Monterroso.
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