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lunes, 12 de julio de 2021

EL OTRO YO – Mario Benedetti

Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia (Paso de los Toros, Tacuarembó, 1920 – Montevideo, 2009). Periodista y escritor uruguayo. Perteneció a la Generación del 45 uruguaya y fue uno de los escritores latinoamericanos más prolíficos e importantes del siglo XX. Cultivó la poesía (género en el que destacó y por el que se le conoce mundialmente), la narrativa, la dramaturgia y el ensayo, y publicó más de 80 libros, entre los que destacan los volúmenes de cuento Esta mañana y otros cuentos (1949), Montevideanos (1959), La muerte y otras sorpresas (1968) –que incluye el texto que les presento a continuación-, Con y sin nostalgia (1977) y El porvenir de mi pasado (2003); la obra dramática Pedro y el capitán (1979); las novelas La tregua (1960), Gracias por el fuego (1965), Primavera con una esquina rota (1982) y Andamios (1996) y los libros de poesía Poemas de la oficina (1956), Inventario uno (1963), Próximo prójimo (1965), A ras de sueño (1967), Letras de emergencia (1973), La casa y el ladrillo (1977), Viento del exilio (1981), Yesterday y mañana (1987), Inventario dos (1994), El olvido está lleno de memoria (1995), El mundo que respiro (2000), Inventario tres (2002), Defensa propia (2004) y Testigo de uno mismo (2008); y los libros de ensayo El país de la cola de paja (1960), Genio y figura de José Enrique Rodó (1966), Letras del continente mestizo (1967), El escritor latinoamericano y la revolución posible (1974), Cultura entre dos fuegos (1986), La realidad y la palabra (1991), El ejercicio del criterio (1995), Poesía, alma del mundo (1999) y Memoria y esperanza (2004). Fue galardonado con reconocimientos tales como el Premio Llama de Oro,  otorgado por Amnistía Internacional (Bruselas, 1987), por su novela Primavera con una esquina rota; el Premio Especial Bartolomé Hidalgo (Uruguay, 1996), a su obra ensayística; el Gran Premio Nacional a la Actividad Intelectual, conferido por el Ministerio de Educación y Cultura (Uruguay, 1999); el VIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (España, 1999); el Premio Internacional Menéndez Pelayo (Santander, España, 2005); el Premio Alba en la categoría Letras y la Orden Francisco de Miranda en su Primera Clase (Venezuela, 2005), entre otros.




EL OTRO YO

Carátula de: La muerte y otras sorpresas (ALFAGUARA - 2010), de Mario Benedetti

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos en la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando. Corriente en todo, menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte, el Otro Yo era melancólico y, debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó, el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo qué hacer, pero después se rehízo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero en seguida pensó que ahora sí podría ser íntegramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le llenó de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: "Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte, tan saludable".

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

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