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lunes, 4 de febrero de 2019

SEPTIEMBRE – Marlon Meza Teni

Siempre he pensado que leer y escribir son, de alguna manera, actividades transgresoras, y esta historia me lo confirma. El cuento que leerán a continuación pertenece al libro Coreografía del desencanto, del escritor guatemalteco Marlon Meza Teni, volumen que resultó ganador del certamen literario BAM Letras de Cuento 2018, en su última edición. El libro fue premiado en marzo de 2018, momento en que se dio a conocer que el certamen no volvería a realizarse, y poco después trascendió que la empresa patrocinante del concurso –es decir, el Banco Agrícola Mercantil de Guatemala- no había estado de acuerdo con el fallo del jurado, dado que las ideas expresadas en el libro ganador no estaban en consonancia con los valores de la institución, y por ende no apoyaría su edición, cuya publicación estuvo a cargo de F&G Editores. Finalmente, y por fortuna, el libro vio la luz en julio de 2018, convirtiéndose pronto en un éxito en ventas y recibiendo buenos comentarios de la crítica local. Leerlo es celebrar el triunfo del arte sobre la censura y apoyar la apuesta por hacer del mundo un lugar en el que el pensamiento crítico, la audacia y la sinceridad en las ideas sean atributos que se enaltezcan, en lugar de ser restringidos; por ello me complace compartir uno de los cuentos que lo integran –Septiembre- con todos los lectores de este espacio.

Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Marlon Meza Teni y F&G editores.



SEPTIEMBRE


Caràtula de: Coreografìa del desencanto (F&G editores, Guatemala, 2018), de Marlon Meza Teni
Querido Ignacio:

Por la caligrafía en el remitente quizá ya te diste cuenta que se trata de mí, de Carmen. Vivo en México, en un pueblo cercano a Toluca, mamá murió el viernes y tuve que regresar a Guatemala por unos días. Te preguntarás cómo pude dar contigo. Fue muy simple porque ahora con solo apuntar el nombre de alguien en Internet te aparece hasta su ropa interior. Me lo había sugerido un vecino hace un par de años cuando los acontecimientos del pasado empezaron a colarse en las pláticas de los viejos amigos que al principio fingían ya no acordarse de nada pero que súbitamente preguntaban por nosotros, como si nuestros encuentros estuvieran sujetos todavía a algún imprevisto. Ya sabes cómo son los chismes en Guatemala. Veo que eres un personaje muy respetado por tus actividades de investigador en Europa, la gente hoy menciona sin cese tu nombre, tú sabrás mejor que nadie: el triunfo ajeno es una forma de mantener vivas las ilusiones propias. Ignacio, los años fueron pasando, y si yo hubiera sabido lo simple que resulta manejar estas máquinas, te hubiera escrito antes. Hoy encontré un corto vídeo en youtube y vi que a pesar del tiempo conservas los gestos de antaño y hasta algunos tics. Fue muy conmovedor ver que has envejecido dignamente. Ahora mismo estoy en un Café de la quinta calle sur de Antigua, y al lado mío una chica escribe y ríe con un chico de su edad que está en Japón. No parecen sentirse al margen del amor pese a la distancia. La verdad no entiendo ni quiero entender cómo funciona esto, pero parece ser que las comunicaciones se logran a través de un tejemaneje de tubos submarinos y satélites sofisticados (perdona tanta torpeza pero no sé qué decirte. Acaso ahora mismo te preguntas el porqué de esta carta y pienses en lo absurda que yo te resulto al hablar de tecnologías que sin duda conoces mejor que yo).

Ignacio, estoy viva. No sé por cuánto tiempo, pero aparte de los achaques de la edad y de unas molestias con las várices todo sigue su curso. Esta vez no quise dejar pasar la ocasión para escribirte unas líneas desde Guatemala, y por eso empecé esta carta después del entierro de mamá. Murió la pobre, viejita y sola, abandonada como su canario amarillo al que por cierto dejamos libre a orillas de un barranco el día del velorio. De momento estoy en la casa de Antigua Guatemala pero la semana próxima volveré a Toluca, es septiembre, el mes que más te gustaba para pasear por esta región de volcanes. El viento resulta acogedor y el perfume de las buganvilias es insuperable, las calles empedradas le dan un aspecto tortuoso a las casas hasta forrarlas de magia.

Ignacio, ¿nos perdonaremos alguna vez? Nunca es tarde. La muerte de mi madre me hizo recapacitar en la importancia de esos seres que en algún escondite del cuerpo llevamos metidos para siempre. Las etapas de la vida nos empujan a tomar constantemente nuevas determinaciones, en ese orden hoy te envío estas líneas, por favor no creas que es para aliviarme la conciencia, y menos aún para hacerte creer que la vejez me dio un nivel de sabiduría al que ya no pretendo. Yo estaba tan perdida cuando tú te fuiste. Por un tiempo te odié al ver que tu ausencia resultaba para Andrés peor que si le hubieran dicho que estabas muerto. Pero soy la menos indicada en clamar o abogar por este tipo de evasivas, y no intento demostrar con palabras que haya sido por razones similares a las tuyas que yo también hice un día lo mismo sin decirte nada. Después del secuestro de Andrés hui porque la sospecha de su muerte acabó conmigo, y porque en mí ya no había cupo para imaginar nada peor, y menos aún que sin noticias de mi parte pensarías que también me habían asesinado. Si ignoras los detalles siniestros que sobrevinieron al crimen sólo sé decirte que estos fueron modelando el diario vivir de quienes nos quedamos sin él. Su mujer y los niños se mudaron a los pocos días a Costa Rica y no escribieron nunca más, y yo me quedé sola y sin fuerzas para el odio. La guerra es un mal social que nos destruye primero por dentro antes de acabar con los afectos esenciales que ostentamos a lo largo de una vida, los lazos familiares, el amor, la confianza en los demás. La amistad se vuelve un fiasco, el aplomo se convierte en una fobia. ¿Recuerdas esa mueca a la que cariñosamente tú le decías “sonrisa de trapo”? Aún la llevo como una cicatriz amiga entre los ojos y el mentón. Los verdaderos hechos algún día los sabrás. La crueldad no es un síntoma propio a una raza ni a un territorio geográfico, y tú mejor que nadie lo sabes, hay también violencia en la raíz de esas pequeñas cosas con las que a diario inventamos un despecho para herir a los seres que más amamos. En Guatemala es tan común como el hambre y la desconfianza. Te habrás preguntado por dónde pasaron los viejos amigos. Solo te diré, los que no murieron atravesados por una bala hoy están muertos en vida, y de los otros lo mejor es no tener ya nada que decir. El ejército destruyó miles de hogares con una vida normal sólo por considerar que eran reductos subversivos. Yo partí rumbo a Chiapas a los pocos días del secuestro de Andrés porque no quise saber en dónde lo estaban torturando, ni quise caer en la trampa de acudir a una morgue para reconocer un cuerpo colgado como carnada en un anzuelo. No dejé ningún mensaje y me uní a un grupo de indígenas cuando el ejército dio de baja al Padre Guillermo. En el camino nos llegó la noticia de que Renato había vuelto después de varios meses de interrogatorios durante los cuales había confesado hasta lo indecible. Iban a sacarlo del país. El partido se mantuvo a distancia y nadie movió un dedo por él porque sabían que se había convertido en una oreja de los militares, nos delató, y luego volvió a sus actividades cotidianas, hasta que una noche lo descuartizaron a la entrada del taller. La cabeza nunca apareció. Al Padre José lo atacaron por sorpresa junto al sacristán en las afueras, la noticia dio la vuelta al mundo y supongo te habrás enterado. María fue secuestrada, violada y torturada, tuvo un niño en la cárcel. En ese entonces el ejército guatemalteco ya había encontrado en la guerra una nueva forma de productividad, y los niños eran dados en adopción por sumas astronómicas aquí y en el extranjero, algunos para hogares y otros para trasplantes de órganos. A María la soltaron a mediados de un mes de abril y casi tan pronto se corrió el rumor de que la habían visto caminando por las calles de la ciudad como un fantasma errante, nadie se atrevía a hablarle, por precaución, pero también porque creían que ya no era ella. Antes de navidad alguien vino con la noticia de que se había lanzado al vacío desde un puente y en lugar de compadecerla todos respiramos aliviados cuando lo supimos.

El grupo en donde yo iba logró atravesar la frontera y las selvas de Yucatán a principios del verano. Los primeros meses en Toluca fueron inconcebibles porque todos vivíamos escondidos en un cuartucho en donde compartíamos lo que llegaba. Por esos años creí que también me había convertido en una proyección sin vida, pero una mañana empecé a llorar con la cara metida entre la almohada y supe que mis heridas sufrían por fin esa forma de invierno que representa a la tristeza, esa tristeza que llevaba acumulada en los pulmones de la misma forma como otros acumulan nicotina. Fue un llanto incontenible, y duró varios días. Era el exilio por tercera vez, y sin Andrés y sin ti pensé que padecía una forma de locura, pero al poco comprendí que no era sino el peso de un equipaje cargado de soledad; porque la soledad estaba en esa misma calle por donde a diario iba y venía rodeada de muros. Una condición infecciosa de los miedos, un maldito agujero desde donde yo era capaz de tener una palabra de consuelo para los demás sin darles el derecho a que pronunciaran una para mí. Un día alguien me propuso un trabajo nocturno en la recepción de un albergue para excursionistas. Un hotel de chinches de mala muerte, vacío, pero que me dejaba suficiente tiempo para leer y algunas veces para escribir párrafos que iban a dar a la basura al final de la madrugada. Me olvidé de la política para siempre y descubrí la poesía escrita por los demás; y la leía, y luego la aprendía de memoria hasta convertirla en un analgésico de efecto limitado en mis recuerdos, acaso porque ignoraba que las inconformidades del alma también suelen ser un fontanal que tarde o temprano se agota.

Pasaron muchos años antes de poder mantener una charla normal con un hombre, que afortunadamente resultó ser un hombre bueno, con quien supe podría voltear esa penúltima página de mi vida. La última sucedió con la muerte de mamá. Con Marcelo comparto los inconvenientes ordinarios de la vida cotidiana y algunas ventajas sin brillo; tenemos una pequeña casa sin lujos y goteras en el último cuarto, una hamaca en los pasillos, un viejo Pontiac que ensucia de grasa el garaje, un juego de damas en la gaveta del armario y un televisor con noticias cancerígenas que nunca encendemos. Nos gusta preparar la cena juntos, y tan sólo una vez intentamos dar ese paso que significa compartir el sueño en un mismo colchón, pero todo fue inútil, Marcelo también tiene su historia y nosotros ya no estamos para que el cuerpo avive hogueras innecesarias. No queremos más incertidumbre, y al desasosiego de aquella noche siguió una risa cómplice que nos obligó a recordar escenas de viejas películas que de niños nos habían marcado. La vejez es una conducta del cuerpo de irrepetibles trayectos, y lo más probable es que hoy te escriba para decirte que yo a ti te guardo en un rincón que morirá conmigo cuando sea el caso. Tal cual te conozco imagino un disgusto de tu parte, de esos que a menudo atribuimos a un odio gigante cuando no encontramos las palabras adecuadas; pero no lo vivas como un atropello, los años no han pasado en vano y yo me he ido resignando a realidades más concretas y nuevas circunstancias para existir. En estos días te he recordado mucho porque en el parque me topé casualmente con Marta, esa amiga del colegio que no aguantabas ni en pintura, y lo primero fue preguntarme por ti, quería saber cómo estabas, cómo nos estaba yendo, y por si fuera poco “¿qué tal está Andrés, su mujer, y los niños?”. No es mala sino torpe y no se entera de nada afuera de sus negocios. Andaba cobrando comisiones por terrenos para gringos millonarios que aún no vendía. Antigua Guatemala se extiende cada vez más hacia las faldas del volcán, el lugar se ha vuelto una especie de Beverly Hills a donde ya sólo se puede tener acceso con guardaespaldas y en carros blindados. Vi a tus amigos de infancia, y seguramente te gustará saber que en el pueblo, Miguel Paredes encontró dos pequeños tesoros que hilvanan una vez más las anécdotas de esta región. ¿Recuerdas a Miguel, el farmacéutico que velaba sobre los archivos municipales de Antigua? pues salvo el bigote encanecido y una tos crónica provocada por las bóvedas, está igual que siempre, y hace ya varios meses que traía escondida una carta con la firma de Emiliano Zapata en donde se corrobora un pacto privado para comprarle mil fusiles al ejército guatemalteco, fusiles que por supuesto sirvieron para la revolución mexicana. Su segundo secreto es una carta de amor y un boceto con los tres volcanes de Antigua que sospecha fueron olvidados por un piloto de avión francés en una clínica capitalina en 1938. El hallazgo de Miguel reavivó la teoría del Dr. Carrol, el bibliotecario argentino que tiene la vida empeñada en encontrar la prueba de que la antigua capital de Santiago de los Caballeros con sus dos volcanes activos y uno extinguido pudo ser el asteroide B-612 del Principito. Una hermosa locura en la que persevera mientras narra como Antoine de Saint-Exupéry pasó un largo período de convalecencia en este lugar después de un accidente aéreo, y cómo de alguna forma el paisaje de este pueblo lo inspiró. Sigue acumulando datos para la historia.

Ignacio, sigo esta carta dos días después de haberla empezado. Hoy hubo un atentado terrible en Nueva York, ya lo sabrás también sin duda, porque los medios de comunicación tienen confiscado al mundo entero con este asunto. Hoy es mi último día en Guatemala y vine al parque para descansar las piernas y las várices mientras termino de escribir esta carta que te enviaré por correo a la dirección que hallé de ti. El doctor Carrol pasó una buena parte de la tarde conmigo y hasta intentó dibujarme en la imaginación el pelo enmarañado de una nube coloreada por el sol poniente, “ahí está el chico con su bufanda, ¿lo ve?”, pero yo no vi nada y el hombre seguro pensó que soy una vieja amargada. Ignacio, yo no sabía que tú estabas tan mal. Me lo dijo Miguel que parece enterarse de todo en la farmacia y está al corriente de tus visitas a una clínica de Nueva York. Me ha dicho de tus inconvenientes de salud. Me dejó helada. Hace ya varios días que Miguel cruzaba el parque y me veía de reojo sin atreverse a hablarme, pero hoy puso de lado la discreción, cruzó la calle decidido y me dijo “pensé que usted era una alucinación”, y luego de las preguntas mínimas de cortesía me habló de tu enfermedad. Ambos piensan que lo nuestro se limitó a un divorcio común y corriente, aunque vaya uno a saber si al hablar no optan por la prudencia.

Mañana regreso a Toluca y dejo Guatemala para siempre.

El martes pasado una curiosidad morbosa me hizo volver al barrio. No me lo creerás pero pasé frente a nuestra casa. Ahí ya no están ni los candados que una tarde nos sirvieron para cerrar la verja del jardín. Está muy deteriorada. La vida, ya lo ves, nos fue quitando de todo un poco, ¿por dónde pasó la confianza, la complicidad, el amor? Olvídalo, esta carta es lo de menos y voy a terminarla pidiéndote que la vuelvas a leer una última vez como si fuera un retazo del que me serví para juntar a los colores percudidos del tiempo, y que luego te deshagas de ella. Cuídate mucho, trata de dormir y de hacer largas las mañanas, si llegaras a preguntarte cuáles son mis sentimientos por ti, te anticipo: los desconozco, y la verdad a estas alturas a los dos debe importarnos poco. Yo sólo sé que sigo viviendo como una calle que quedó despoblada durante un aguacero desde que Andrés desapareció y nosotros decidimos permanecer entre dos superficies. Quizá esta sea en definitiva la distancia.


Carmen.
Antigua Guatemala,
11 de septiembre de 2001

4 comentarios:

  1. tranca la garganta con tanta tristeza

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  2. Un relato desgarrador por lo real y que puede estar en cualquier parte de nuestras tierras

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    Respuestas
    1. Muchas gracias por tu comentario y tu lectura.
      Saludos desde Francia.

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