Otto-Raúl González Coronado (Guatemala, 1921 – Ciudad de México, 2007). Abogado, diplomático y escritor guatemalteco y mexicano. Su producción literaria fue cuantiosa y diversa, pues cultivó la poesía, el ensayo, la novela y el cuento, publicanndo más de sesenta libros entre los que destacan Voz y Voto del Geranio (poesía, 1943); Viento claro (poesía, 1953); Canciones de los bosques de Guatemala (poesía, 1955); Diez colores nuevos (1967); Oratorio del maíz (poesía, 1970); Cuentos de psiquiatras (1973); Consagración del hogar. Cantata para mi esposa (poesía, 1973); Corridos en busca de guitarra (poesía, 1975); Tun y chirimía (poesía, 1978); De brujos y chamanes (cuento, 1980); El diario de Leona Vicario (novela, 1982); El secretario de las secretarias (ensayo, 1985); El mercader de torturas (cuento, 1986); El magnicida o licor de exilio (novela, 1987); El templo de los jaguares (poesía, 1990); Caminos de ayer: memoria y antología de la generación del cuarenta en Guatemala (ensayo, 1990); Gente educada (cuento, 1997); Kaibil (novela, 1998); Sea breve (cuento, 1999); El divino rostro (novela, 1999); Oír con los ojos (poesía, 2001); Arte y técnica del soneto (ensayo, 2001); y De Xibalbá es que vengo (ensayo, 2003). Fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines (México, 1990) y con el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1990). Su obra ha sido traducida a varios idiomas y textos suyos han sido incluidos en numerosas antologías. El cuento que leerán a continuación forma parte del volumen compilatorio Cuentos breves latinoamericanos (1998).
MUERTE DE UN RIMADOR
Agapito Pito era un rimador nato y recalcitrante. Un buen día viajó a un extraño país en donde toda rima, aunque fuese asonante, era castigada con todo rigor incluyendo la pena de muerte.
Pito empezó a rimar a diestra y siniestra sin darse cuenta del peligro que corría su vida. Veinticuatro horas después fue encarcelado y condenado a la pena máxima.
Considerando su condición de extranjero, las altas autoridades dictaminaron que podría salvar el pellejo solamente si pedía perdón públicamente ante el ídolo antirrimático que se alzaba en la plaza central de la ciudad.
El día señalado, el empedernido rimador fue conducido a la plaza y, ante la expectación de la multitud, el juez del supremo tribunal le preguntó:
—¿Pides perdón al ídolo?
—¡Pídolo!
Agapito Pito fue linchado ipso facto.
¡buenisimo!!
ResponderEliminarLa excelencia en pasta.
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