Tulio Antonio Febres-Cordero Troconis (Mérida, Venezuela, 1860-1938). Periodista, historiador, docente y escritor venezolano. Fundó y dirigió diversas publicaciones impresas y fue colaborador de otras tantas, tales como Páginas Sueltas, El Comercio, El Lápiz, El Centavo y El Mosaico. Ejerció la docencia en la Universidad de Los Andes (ULA), casa de estudios de la que llegó a ser vicerrector interino (1912) y rector honorario (1936). Durante su amplia y polifacética trayectoria produjo una abundante obra literaria, con la cual divulgó la historia y cultura del pueblo merideño, y en la que cultivó el ensayo, la novela, la crónica, la poesía, el cuento y la literatura infantil. De entre sus numerosas publicaciones destacan los libros Apoteosis de Colón (1898); El Derecho de Mérida a la costa sur del lago de Maracaibo (1904); Don Quijote en América, o sea La cuarta salida del ingenioso Hidalgo de la Mancha (1905); La hija del cacique o La conquista de Valencia (1911); Tradiciones y leyendas (1911); Procedencia y lengua de los aborígenes (1921); Memorias de un muchacho (1924) y Colección de cuentos (1930) -donde reunió cuentos publicados previamente en El Lápiz, uno de los cuales es el texto que aquí se reproduce-; así como varios volúmenes publicados después de su muerte. Recibió distinciones como la Medalla de Oro por el Premio en el Certamen Conmemorativo del Centenario General José Antonio Páez (1890); Medalla de Oro de San Cristóbal (1900); Primer Premio en el Certamen Literario del Zulia (1909), por su novela La hija del cacique; Condecoración de la Academia Latina de Ciencias, Artes y Bellas Letras de París (1915); Medalla del Busto del Libertador (1922) y el Rectorado honorífico de la Universidad de los Andes (1936).
LAS VOCALES EN CONGRESO
Cierto día amaneció un gran cartelón pegado en la propia roca del Parnaso, el cual decía lo siguiente:
República de las Letras.- Se convoca al pueblo para un congreso extraordinario que ha de reunirse en esta altura a más tardar antes de que se generalice el volapuk.
Firmaba el presidente Apolo y refrendaba el llamamiento la musa Calíope, Secretaria del Estado en el departamento del tono épico.
En la república de las letras ¿quién es propiamente el pueblo? Claro está que las letras. Pues todo el alfabeto lio petacas y fuese cuesta arriba hasta dar con el empinado lugar de las sesiones, donde las cinco vocales, a fuer de vocales, asumieron la representación nacional y se constituyeron en junta.
¿Quién preside? fue la primera cuestión parlamentaria.
Para evitar quisquillas y largos debates, sugirióles Apolo la idea de que probase primero cuál era la más rica en palabras sin el auxilio de las otras, y que desde luego sería directora del congreso la vocal triunfante.
Dicho y hecho. La A, seguida de toda la corte de consonantes, escaló la tribuna. Las otras vocales prometieron no meter su cucharada en el discurso.
—Camaradas: ¿Hablar tan amarrada?... ¡Cáscaras! Mal parada anda la chanza, ca faltan trazas hasta para lanzar las más claras palabras. Harta maña va gastada para nada. Salga, salga ya a la plaza la galana E, a arrancar a la garganta charla tan tartaja. Camaradas, batan palmas: ¡va ganada la parada!
Ruidosos aplausos partieron de las barras, en tanto que la E subía temblorosa a aquel potro de tormentos.
—Seré breve. Debe tenerse presente ke meterse en este tren es perderse, desde ke el ser ke me precede merece preferentemente ser el jefe. Ven, entremétete, endeble I, ke debe ser de verse ese destemple.
Entre las risas y exclamaciones del auditorio, subió a la tribuna la raquítica vocal aludida y, contra toda regla de urbanidad, habló sin quitarse su redondo e inapeable sombrerito, o sea, el punto.
—Nihil... nihil... Difícil, sí, difícilisim...
No cayó la I en la cuenta de que había menester de una O para completar la palabra, de suerte que fue interrumpida bruscamente por esta vocal.
—¡No soporto robos! O somos o no somos (rugió la O con ronco acento). Yo como no topo voz con poco lo compongo. Con los otros tonos, hombro con hombro, codo con codo, todos somos cónsonos, sonoros. ¡Oh dolor! solos, sólo somos como pozo con poco fondo.
Después de largo y atronador aplauso, que muy merecido se lo tenía la O por haber probado elocuentemente que en la unión están la fuerza y la armonía, todos los ojos buscaron con ansiedad a la U, la más obesa y cachazuda de las vocales, la cual con gran majestad se encaminaba ya a la tribuna. El auditorio era todo oídos.
La última vocal requirió el pulmón, tragó saliva, miró al soslayo y soltó la lengua:
—Runrún, runrún, runrún...
La rechifla fue estupenda. No quedó pecho sano en el Parnaso. Dicen que el último mono siempre se ahoga, y fue la pobre U la que vino a pagar el pato.
Por eso, caro lector, cuando algún orador disparata o queda mal en la tribuna, se oye en el público ese tremendo cuanto elocuente runrún, que no es otra cosa que el insólito discurso de la U en el nunca bien ponderado congreso de las vocales.
(1886)
qué ingenioso!
ResponderEliminarEste cuento me hace acordar de "Amar hasta fracasar (solo la vocal "a")" de Rubén Darío, donde con una sola letra se puede crear una historia perspicaz https://ciudadseva.com/texto/amar-hasta-fracasar/
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