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lunes, 8 de noviembre de 2021

LOS INOCENTES - Pedro Juan Soto

Pedro Juan Soto (Cataño, 1928 – San Juan, Puerto Rico, 2002). Periodista, docente y escritor puertorriqueño. Ejerció el periodismo en Nueva York y la docencia en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. Entre sus publicaciones destacan los libros El huésped (teatro, 1955); Spiks (cuentos, 1956) –al cual pertenece el texto que leerán seguidamente-; Las máscaras (teatro, 1958); Usmaíl (novela, 1959); Ardiente suelo, fría estación (novela, 1961); El francotirador (novela, 1969); Temporada de duendes (novela, 1970); Un decir (cuentos, 1976); Un oscuro pueblo sonriente (novela, 1982); Memoria de mi amnesia (memorias, 1991) y La sombra lejana (teatro, 1999). Recibió, entre otras distinciones, el Primer Premio del Certamen del Ateneo Puertorriqueño en tres oportunidades (1953, 1954 y 1955); el Premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña (1959) y el Premio Casa de las Américas de Novela (1982).




LOS INOCENTES


1


Carátula de: Spiks (Editorial Cultural, Puerto Rico - 1989), del escritor puertorriqueño Pedro Juan Soto

Treparme frente al sol en aquella nube con las palomas sin caballos sin mujeres y no oler cuando queman los cacharros en el solar sin gente que me haga burla

Desde la ventana, vistiendo el traje hecho y vendido para contener a un hombre que no era él, veía las palomas revolotear en el alero de enfrente.

o con pertas y ventanas siempre abiertas tener alas

Comenzaba a agitar las manos y a hacer ruido como las palomas cuando oyó la voz a sus espaldas.

-Nene, nene.

La mujer acartonada estaba sentada en la mesa (debajo estaba la maleta de tapas frágiles, con una cuerda alrededor por única llave), y le observaba con sus ojos vivos, derrumbada en la silla como una gata hambrienta y abandonada.

-Pan -dijo él.

Dándole un leve empujón a la mesa, la mujer retiró la silla y fue a la alacena. Sacó el trozo de pan que estaba al descubierto sobre las cajas de arroz y se lo llevó al hombre, que seguía manoteando y haciendo ruido.

ser paloma

-No hagah ruido. Pipe.

Él desmoronó el trozo de pan sobre el alféizar, sin hacer caso.

-No hagah ruido, nene.

Los hombres que jugaban dominó bajo el toldo de la bodega ya miraban hacia arriba.

Él dejó de sacudir la lengua.

sin gente que me haga burla

-A pasiar a la plaza -dijo.

-Sí, Holtensia viene ya pa sacalte a pasiar.

-A la plaza.

-No, a la plaza no. Se la llevaron. Voló.

Él hizo pucheros. Atendió de nuevo al revoloteo de las palomas.

no hay plaza

-No, no fueron lah palomah -dijo ella-. Fue el malo, el diablo.

-Ah.

-Hay que pedirle a Papadioh que traiga la plaza.

-Papadioh -dijo él mirando hacia fuera- trai la plaza y el río…

-No, no. Sin abrir la boca -dijo ella-. Arrodíllate y háblale a Papadioh sin abrir la boca.

Él se arrodilló frente al alféizar y enlazó las manos y miró por encima de las azoteas.

yo quiero ser paloma

Ella miró hacia abajo: al ocio de los hombres en la mañana del sábado y al ajetreo de las mujeres en la ida o la vuelta del mercado.


2


Lenta, pesarosa, pero erguida, como si balanceara un bulto en la cabeza, echó a andar hacia la habitación donde la otra, delante del espejo, se quitaba los ganchos del pelo y los amontonaba sobre el tocador.

-No te lo lleveh hoy, Holtensia.

La otra la miró de reojo.

-No empieceh otra veh, mamá. No le va pasal na. Lo cuidan bien y no noh cuehta.

Saliendo de los ganchos, el cabello se hacía una mota negra sobre las orejas.

-Pero si yo lo sé cuidal. Eh mi hijo. ¿Quién mejol que yo?

Hortensia estudió en el espejo la figura magra y menuda.

-Tú ehtáh vieja, mamá.

Una mano descarnada se alzó en el espejo.

-Todavía no ehtoy muerta. Todavía puedo velar por él.

-No eh eso.

Los bucles seguían apelmazados a pesar de que ella trataba de aflojárselos con el peine.

-Pipe’h inocente -dijo la madre, haciendo de las palabras agua para un mar de lástima-. Eh un nene.

Hortensia echó el peine a un lado. Sacó un lápiz del bolso que mantenía abierto sobre el tocador y comenzó a ennegrecer las cejas escasas.

-Eso no se cura -dijo al espejo-. Tú lo sabeh. Por eso lo mejor…

-En Puerto Rico no hubiera pasao ehto.

-En Puerto Rico era dihtinto -dijo Hortensia, hablando por encima del hombro-. Lo conocía la gente. Podía salir porque lo conocía la gente. Pero en Niu Yol la gente no se ocupa y uno no conoce al vecino. La vida eh dura. Yo me paso los añoh cose que cose y todavía sin casalme.

Buscando el lápiz labial, vio en el espejo cómo se descomponía el rostro de la madre.

-Pero no eh por eso tampoco. Él ehtá mejol atendío allá.

-Eso diceh tú -dijo la madre.

Hortensia tiró los lápices y el peine dentro del bolso y lo cerró. Se dio vuelta; blusa porosa, labios grasientos, cejas tiznadas, bucles apelmazados.

-Dehpuéh de un año aquí, merecemoh algo mejor.

-Él no tiene la culpa de lo que noh pase a nosotrah.

-Pero si se queda aquí, la va tenel. Fíjate.

Se abalanzó sobre la madre para cogerle un brazo y alzarle la manga que no pasaba del codo. Sobre los ligamentos caídos había una mancha morada.

-Ti ha levantao ya la mano y yo en la factoría no estoy tranquila pensando que’htará pasando contigo y con él. Y si ya pasao ehto…

-Fue sin querel -dijo la madre, bajando la manga y mirando al piso al mismo tiempo que torcía el brazo para que Hortensia la soltara.

-¿Sin querel y te tenía una mano en el cuello? Si no agarro la botella, sabe Dioh. Aquí no hay un hombre, que li haga frente y yo m’ehtoy acabando, mamá y tú le tieneh miedo.

-Eh un nene -dijo la madre con su voz mansa, ahuyentando el cuerpo como un caracol.

Hortensia entornaba los ojos.

-No vengah con eso. Yo soy joven y tengo la vida por delante y él no. Tú también ehtáh cansá y si él se fuera podríah vivil mejor los añoh que te quedan y tú lo sabeh pero no ti atreveh a decirlo porque creeh que’h malo pero yo lo digo por ti tú ehtáh cansá y por eso filmahte loh papeleh porque sabeh que’n ese sitio lo atienden máh bien y tú entonceh podráh sentalte a ver la gente pasar por la calle y cuando te dé la gana puedeh pararte y salir a pasiar como elloh pero prefiereh creer que’h un crimen y que yo soy la criminal pa tú quedar como madre sufrida y hah sido una madre sufrida eso no se te puede quital pero tieneh que pensar en ti y en mí. Que si el caballo lo tumbó a loh diez añoh…

La madre salía a pasos rápidos, como empujada, como si la habitación misma la soplara fuera, mientras Hortensia decía:

-…y los otroh veinte los ha vivío así tumbao…

Y se volvía para verla salir, sin ir tras ella, tirándose sobre el tocador donde ahora sentía que sus puños martillaban un compás para su casi grito.

-…nosotroh loh hemoh vivío con él.

Y veía en el espejo el histérico dibujo de carnaval que era su rostro.

y no hay gallos y no hay perras y no hay campanas y no hay viento del río y no hay timbre de cine y el sol no entra aquí y no me gusta

-Ya -dijo la madre inclinándose para barrer con las manos las migajas del alféizar. La muchachería azotaba y perseguía una pelota de goma en la calle.

y la frialdad duerme se sienta camina con uno aquí dentro y no me gusta

-Ya, nene, ya. Di amén.

-Amén.

Lo ayudó a incorporarse y le puso el sombrero en la mano, viendo que ya Hortensia, seria y con los ojos irritados, venía hacia ellos.

-Vamoh, Pipe. Dali un beso a mamá.

Posó el bolso en la mesa y se dobló para recoger la maleta. La madre se abalanzó al cuello de él -las manos como tenazas- y besó el rostro de avellana chamuscada y pasó los dedos sobre la piel que había afeitado esta mañana.

-Vamoh -dijo Hortensia cargando bolso y maleta.

Él se deshizo de los brazos de la madre y caminó hasta la puerta metiendo la mano que llevaba el sombrero.

-Nene, ponte’l sombrero -dijo la madre, y parpadeó para que él no viera las lágrimas.

Dándose vuelta, él alzó y dejó encima del cabello envaselinado aquello que por lo chico parecía un juguete, aquello que quería compensar el desperdicio de tela en el traje.

-No, que lo deje aquí -dijo Hortensia.

Pipe hizo pucheros. La madre tenía los ojos fijos en Hortensia y la mandíbula le temblaba.

-Ehtá bien -dijo Hortensia, -llévalo en la mano.

Él volvió a caminar hacia la puerta y la madre lo siguió, encogiéndose un poco ahora y conteniendo los brazos que querían estirarse hacia él.

Hortensia la detuvo.

-Mamá, lo van a cuidal.

-Que no lo mal…

-No. Hay médicoh. Y tú… cada do semanah. Yo te llevo.

Ambas se esforzaban por mantener firme la voz.

-Recuéhtate, mamá.

-Dile que se quede… no haga ruido y que coma de to.

-Sí.

Hortensia abrió la puerta y miró fuera para ver si Pipe se había detenido en el rellano. Él se entretenía escupiendo sobre la baranda de la escalera y viendo caer la saliva.

-Yo vengo temprano, mamá.

La madre estaba junto a la silla que ya sobraba, intentando ver al hijo a través del cuerpo que bloqueaba la entrada.

-Recuéhtate, mamá.

La madre no respondió. Con las manos enlazadas enfrente, estuvo rígida hasta que el pecho y los hombros se convulsionaron y comenzó a salir el llanto hiposo y delicado.

Hortensia tiró la puerta y bajó a Pipe a toda prisa. Y ante la inmensa ciudad de un mediodía de junio, quiso huracanes y eclipses y nevadas.

1 comentario:

  1. Recuerdo que de los primeros textos que me deslumbraron de la literatura boricua estaban algunos cuentos de Spiks.
    Fue durante mi primer curso que dictó María Julia Daroqui sobre literatura puertorriqueña en el posgrado de literatura latinoamericana contemporánea (que así se denominaba en ese entonces) de la Universidad Simón Bolívar en Caracas, Venezuela. Maravilloso libro.

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