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lunes, 21 de agosto de 2017

TE QUIERO, HERMANO, TE QUIERO – Otto Pereda

Otto Pereda (Ciudad de Guatemala, 1975) es guatemalteco y desde 2009 reside en Caracas, Venezuela. Se desempeña como consultor independiente y formador en temas de tiflotecnología (tecnologías adaptativas para personas con discapacidad visual), diseño y accesibilidad web. Inició su actividad literaria asistiendo a talleres con los escritores Eloi Yagüe Jarque, Carlos Noguera, Luis Laya, Héctor Torres, Wilfredo Machado y Heberto Gamero. Desde 2011 mantiene el blog 1000 canciones y más. Algunos de sus cuentos fueron incluidos en la antología Destello de letras (Guatemala, 2015). Además, obtuvo Mención Especial en el I Certamen Literario Tifloletras, rama Cuento (Guatemala, 2016), con el cuento que aquí les comparto, el cual fue incluido en el libro Abriendo caminos (2016), publicación resultante del mencionado certamen.

Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Otto Pereda



TE QUIERO, HERMANO, TE QUIERO


Carátula de Abriendo caminos (varios autores - 2016)
Kim Ho-Young despertó aquella mañana con la ilusión dibujada en el rostro. El reencuentro con su hermano mayor estaba ahí, a tan solo dos horas en autobús. Sesenta largos y dolorosos años lo separaban del último recuerdo familiar en casa de sus padres, cuando la guerra lo dividió todo a fines de los cuarentas. Las ciudades, los caminos, las ideas, las familias; hasta entonces, todo había permanecido unido, sobre un mismo suelo patrio. Corea nunca más sería un solo país. Desde ese momento, los coreanos del sur y del norte no volverían a reencontrarse sino para enfrentarse.

Una explosión, seguida de una ráfaga de metralla, interrumpió las risas de los comensales en el acostumbrado almuerzo de los sábados, donde los miembros adultos de la familia Ho-Young conversaban acerca de sus vidas, en los días recién pasados. El silencio duró unos instantes hasta que una nueva ráfaga, mucho más cercana, los puso en alerta.

-¡Po, Joe, Kim... corran... corran! -dijo su padre saltando por encima de la mesa para tomar entre sus brazos a las pequeñas Siu y Jan, quienes comenzaron a llorar al ver a su madre con la cabeza hundida en el plato de la sopa. Estaba muerta.

Un hombre vestido con uniforme militar irrumpió en la casa, al mismo tiempo en que los tres jóvenes y su padre corrían por el patio hacia las casas vecinas, y de ahí a la calle.

El instinto le indicó a Kim que doblase a la derecha en la primera esquina que encontró en su carrera. No advirtió que sus hermanos y su padre, quienes corrían detrás de él, lo hacían en línea recta. No escuchó sus gritos desesperados llamándolo. Corrió 2, 3... 5 cuadras y se escondió en un salón de la escuela de la comunidad, donde encontró a más personas que huían de los disparos y las explosiones, que parecían alejarse. A partir de entonces, sin quererlo, se había convertido en un refugiado norcoreano.

Apenas pudo reconocer a Po cuando descendió del autobús. Un militar, mucho más amable que aquél otro de su recuerdo, le dijo, señalando al anciano de enfrente: «su hermano, señor Ho-Young».

Los cinco días de convivencia entre aquellos dos octogenarios resultaron pocos para todo lo que querían contarse. La incertidumbre de no saber el uno del otro en los primeros años tras su involuntaria separación, las cosas que no se contaron en las esporádicas cartas que cruzaron, durante siete años, gracias a la complicidad del vecino de Kim, quien era pariente político del cuñado de Po, y las noticias sin mayores detalles del no tan buen estado de salud de Siu, muerta diez años antes por el cáncer, que recibía Kim en cortísimas llamadas telefónicas. Matrimonios, hijos, trabajos, sueños, fracasos; tantas cosas y tan poco tiempo.

La mañana del 5 de noviembre de 2010, Po se preparaba para su viaje de vuelta a casa, en Seúl. Kim lo observaba con una tristeza que, por momentos, amenazaba convertirse en llanto. Un Cabo apareció en la puerta de la habitación que compartieron, indicando que el autobús estaba por salir. Se abrazaron fuertemente durante dos minutos, repitiéndose uno al otro: «te quiero, hermano, te quiero».

Caminaron juntos hasta llegar al autobús. Po lo abordó después de dar un último abrazo a su hermano. Se acomodó en un asiento pegado a la ventanilla, desde donde se despidió moviendo la mano, mientras observaba a Kim, quien lloraba como un niño. Era la primera vez que los hermanos se despedían. Kim sabía, en medio de su llanto, que nunca más volvería a ver a Po, ni a nadie de su familia, en lo que le quedara de vida.

4 comentarios:

  1. Confieso que me enorgullece sobremanera poder compartir este texto con los lectores del blog, pues he tenido el privilegio de asistir a su proceso de creación, corrección y posterior envío al concurso donde obtuvo Mención especial... Gracias a Otto Pereda por permitirme publicarlo. ¡Que disfruten la lectura!

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    1. Gracias, Adriana, por incluir este cuento en el blog. Sabes muy bien cuanto valoro que me incluyas en este espacio.

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  2. Felicitaciones por la labor que realiza como consultor y por su participación en tan especial concurso. Bendiciones y siga adelante. Vicente Vásquez

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    1. Muchas gracias, Vicente, me agrada mucho saber que le ha gustado este cuento. Espero que también disfrute de las otras publicaciones del blog. Si desea leer más escritos de mi autoría le invito a visitar mi blog: http://1000cancionesymas.blogspot.com. Saludos.

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