Ivana (Jeanny) Chapeta (Ciudad de Guatemala, 1988) es estudiante de Comunicación y Letras de la Universidad del Valle de Guatemala, así como del profesorado en Lengua y Literatura. Ha publicado el libro Historias incompletas (2017), ha colaborado con la Revista USAC y mantiene el blog “Mierdiario”. El cuento que aquí les presento, obtuvo el Primer Lugar del II Certamen de Cuentos El Palabrerista, de la editorial Los zopilotes, en 2016, y fue incluido en la antología resultante de dicho concurso, titulada Soledad de todos modos.
Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Jeanny Chapeta.
CLAUDIA Y LOS GATOS
Hoy Claudia se va por fin. Con sus gatos, como quería. Toco su mano, que siento aún congelada, e intento enlazar sus dedos y los míos sin conseguir nada. Me asomo a la ventana. La tarde está amenazando con volverse noche. Los gatos suben a los techos con sed de las gotas de calor que quedan en las azoteas. Ya casi no quedan rayos de sol.
Salgo, con su mano al menos entre las mías, a este balcón tan suyo. Recuerdo que ella se quedó a dormir en el pequeño apartamento (en el que yo apenas cabía) una tarde de domingo como esta un par de meses después de que empezáramos a salir y no volvió a su casa más que por sus cosas la semana siguiente.
Tan pronto como pudimos, buscamos un lugar más grande para vivir juntos. Esperábamos encontrar una casa en la que ella pudiera ver cómo los techos se comían las tardes y un jardín para que yo pudiera pasar mi tiempo a solas viendo crecer las plantas. Nada de lo que hallamos tenía ambas cosas, así que decidí quedarme sin jardín y ella, a cambio, llenó nuestra casa con mis flores y su risa.
Los primeros días fueron fenomenales. El amor nos encontraba por todas partes y hacíamos el amor hasta cuando nos cepillábamos. Luego íbamos a trabajar y yo pasaba el día con ganas de verla en la noche. El problema es que nuestras tardes pronto se aturdieron de rutina. Antes yo acostumbraba ir a los parques a caminar, a ver flores o a sentarme a leer un rato. También me gustaba ir a los supermercados a pasar el rato recorriendo los pasillos sin decidirme a comprar nada. Intenté hacer lo mismo con ella pero todo le parecía muy tedioso. Tanto que decidió quedarse en casa mientras yo iba por las compras los fines de semana.
Un día, al volver del trabajo, la encontré sentada sobre el balcón, tratando de estirarse por algo que no alcanzaba a ver. Le pregunté qué trataba de hacer, a lo que, poniéndose el dedo en la boca para que yo bajara la voz, respondió “hay gatos”. Me acerqué a verlos y sí. Un par de gatos amarillos estaban acostados robándole el sol al techo de mis vecinos. Claudia estaba contenta como no la había visto en mucho tiempo. A mí la visión me pareció repugnante, así que me alejé enseguida y le dije que guardaría las cosas que había comprado esa tarde.
Después de un rato cerró la puerta del balcón y llegó a contarme, emocionada, lo que había visto hacer a sus felinos amigos. Incluso sugirió adoptar uno para nosotros. No la dejé terminar y le recordé que me molestaban las mascotas. Mamá intentó tener algunos pajarillos cuando yo era niño. Por las tardes, al cambiarles agua y comida, solía cantarles, mientras yo la esperaba, lleno de cosquillas de envidia en el pecho. Un día que me dejó solo, decidí abrir la puerta de su jaula y dos de los animales salieron de nuestras vidas en un par de minutos El otro no se fue, así que tuve que sacarlo. Cuando lo hice, me picó, así que lo deshice entre mis dedos y luego lo tiré a nuestro techo. Mamá estuvo muy triste. Yo traté de hacerla feliz cantándole como ella lo hacía con sus aves y supongo que funcionó porque no volvimos a tener mascotas en casa.
Después de mi tajante negativa, Claudia no quiso insistir en el tema y volvimos a nuestra rutina de cenar frente al televisor. Sin embargo, la escena de los gatos se volvió frecuente. En lugar de esperarme en la mesa o en la sala, como antes, ahora lo hacía en el balcón. Muchas veces quiso que la acompañara pero yo me sentía cada vez más incómodo con la presencia de los animales tan cerca de nosotros. Además, sentía celos. Había dejado de ir al parque para evitar que Claudia estuviera más tiempo del que ya estaba con los gatos y a veces casi la arrastraba conmigo al supermercado para hacer nuestras compras.
Me sentía inquieto todo el tiempo. Empecé a soñar con gatos. Gatos que dormían en nuestra habitación y que dejaban caer su peso sobre mis pies antes de subir ronroneando a mi almohada para tomar mi lugar en mi cama. Despertaba molesto y discutía sin ningún motivo con ella, que cada vez estaba más lejos de mí y más cerca de ellos. Sentía que la estaba perdiendo. Que se la estaban llevando.
Al sentarme un día en uno de los sillones, el que estaba más cerca del balcón, sentí que olía diferente. Le pregunté si estaba dejando entrar gatos a la casa y me respondió, enrojeciendo, que no. No quise insistir en el asunto, pero estuve estornudando hasta que fuimos a dormir. Claudia dijo que sacudiría el polvo cualquiera de esos días.
Al día siguiente fui a trabajar más incómodo que nunca. Pedí irme temprano (un poco después de la hora de salida de Claudia) y corrí a casa en cuanto autorizaron mi salida.
Durante el trayecto pensé en gatos. Gatos en mi sala. Sobre mis muebles. Sobre mi cama. Sobre Claudia. Me sentía asqueado de pensar que ella pudiera haber tocado uno de esos animales. Al abrir la puerta de casa me encontré a Claudia y un gato amarillo sentados en mi sillón favorito. Ambos me vieron sorprendidos y el gato huyó en unos segundos. Insulté a Claudia (y me arrepiento mucho) diciéndole perra traidora. Claudia tomó el asunto con humor y me pidió que me calmara. Intentó acercarse. Abrazarme. Dijo que no había nada malo en los gatos y que yo tenía un problema. Estaba defendiendo a los malditos animales. Le grité muchas cosas. Tantas que se hartó y me llamó muchas otras. Dijo que yo era un imbécil y que prefería irse a soportar mis inseguridades. Empezó a llorar pero yo estaba furioso. Ella me estaba llamando imbécil en mi propia casa por culpa de unos estúpidos animales. Intentó irse a mi habitación y la tomé del brazo. Me pidió que la soltara. Me dijo que no fuera “ANIMAL”. Entonces la golpeé. La golpeé para borrar de su cabeza la idea de que yo pudiera ser cualquiera de sus inmundos gatos. Yo no era un animal. Yo era un hombre que había dejado su maldito jardín para que ella viera los atardeceres y ella me había pagado pasando sus tardes con gatos. La golpeé hasta cansarme, repitiéndole (gritándole) que yo no era ningún animal. Nuestro piso se llenó de sangre de su linda boca. De su nariz. De su cabeza.
Cuando pude calmarme, ella había dejado de moverse. Intenté reanimarla pero todo lo que pasó fue que siguió saliendo sangre de sus ya no tan lindos labios. Los malditos gatos me la habían quitado, como tanto temí y ahora no sabía qué hacer.
Volví a tocar su cuerpo, a tratar de despertarla, pero todo en la casa sentía que se estaba yendo. Entonces empecé a llorar y a pedirle que no me abandonara. Que no volviera a entrar gatos y que volveríamos a estar bien. La abracé, humedeciendo mi ropa y mi cuerpo con su sangre y dejé su cara húmeda de mis besos. Le dije adiós pero su cuerpo se negó a irse. Empecé a pensar que no tenía un jardín en dónde esconderla. Me quedé junto a ella, tocando su pelo, sus manos, su boca, hasta dormirme. Me desperté abrazando su cuerpo frío y rígido. Su pelo se había pegado a mi camisa y la sangre seca me hacía horribles costras en la piel. Besé por última vez su boca y la abracé tratando de no lastimarla. No teníamos carro aún, así que no podía meterla en uno para dejarla en cualquier lado. Todo lo que tenía era esa casa y a ella. Distraído, salí al balcón y encontré a los gatos comiendo algo en la azotea de mi vecino. Decidí que ellos se la llevarían. Fui por algo con qué cortarla a la cocina y no encontré nada. Tuve que bañarme y salir por un hacha. Nunca en mi vida había comprado ni siquiera un cuchillo y no sabía cómo pedirlo. Afortunadamente en el lugar al que fui me ayudaron, así que regresé con una enorme hacha y bolsas de basura a la casa. Llamé al trabajo a decir que estaba enfermo y descolgué el teléfono para evitar que me interrumpieran.
Entonces empecé a partir partes de su cuerpo y a meterlo en bolsas pequeñas que iba poniendo en el congelador. Al llegar la tarde intenté ver si mi experimento funcionaba y tiré un pedazo pequeño de Claudia a la Azotea. Inmediatamente se acercaron unos gatos que la devoraron en unos minutos. Cuando amaneció yo seguía tratando de cortar a Claudia, a mi Claudia. En total creo que llevo una semana alimentando a los gatos y otros animales del sector con partes de ella. Cuando voy al trabajo, llevo pedazos pequeños que voy repartiendo en la ciudad. Los animales deben oler la sangre porque se la comen enseguida. Al regresar saco de mi refri otras bolsas y continúo con la tarea. Tuve que deshacer en el triturador su estómago e intestinos. Me daba asco tener que manipular eso y tirárselo a los gatos. El tórax también me costó mucho porque ella era muy delgada, así que todo tuve que tirarlo en basureros clandestinos que voy encontrando. El cráneo no fue complicado pero me dolió mucho tener que deshacer la cara de mi Claudia y quemar su pelo porque eso no se lo come nadie. Cada vez que tiro alguna parte de ella, le digo adiós y le recuerdo que la amo.
Los gatos han venido acercándose al balcón por el alimento que les he dado. Uno (tal vez con el que encontré a Claudia) ha estado muy cerca de mí en estos días. Quiere subirse al balcón pero no se atreve. He visto sus ojos claros viéndome, expectantes, y he sentido ternura. Tal vez Claudia tenía razón. Debí considerar que tuviéramos uno.
Hoy que fui a la refri, encontré solo un par de bolsas. Una tenía una parte de su pierna y la otra tiene su mano derecha completa. Corté en pedazos la pierna y se las di a los gatos. Comieron rápido. Me quedó su mano, que intenté enlazar con la mía sin conseguir nada antes de salir al balcón. Supongo que quiere irse pronto.
Su palma está rígida y amoratada. Los dedos, entumecidos, se han curvado, hasta volver su mano una extraña garra. Intento hacer que acaricie mi cara pero la alejo en cuanto siento el frío de su piel. Pienso que en algún momento vendrá alguien a buscarme, preguntando por ella. Le diré que me abandonó y esperaré a ver qué sucede. Veo sus dedos, sus uñas. Las acaricio y le doy un beso rápido, antes de soltarla. Los gatos ya están esperando. Regreso a mi sala y dejo la puerta del balcón abierta. A lo mejor el gato amarillo quiere entrar y hacerme compañía, aunque me haga estornudar un poco. Tal vez él no se va, como se fue ella.
Mi más sincero agradecimiento a la escritora Jeanny Chapeta, por permitirme compartir este excelente cuento con los lectores del blog. ¡Que disfruten la lectura!
ResponderEliminarFelicitaciones a la escritora, mi paisana, por su imaginación creadora y por toda su obra literaria. Chente.
ResponderEliminar😱 no te había leído. Me gustó!
ResponderEliminarLo había leído en otro espacio y en realidad sí es un muy bonito cuento. ¡Felicidades Jeanny!
ResponderEliminarGato,hombre, mujer, hacha, como en el Gato negro de Allan Poe
ResponderEliminarMe costó terminar de leerlo. Estoy comiendo una hamburguesa.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEscribir crápulas es indudablemente más fácil que redondear un cuento bien logrado. Lamentablemente, la autora ha escrito un texto morboso que parece sólo buscar causar shock en el lector. No tiene valor más allá del que tendría una película de terror sangrienta y macabra. No aporta nada más que el desagrado. Carece de profundidad con los personajes de cartón, unidimensionales.
ResponderEliminarEsperaba más de esta autora, pero si esa es su línea, hay otros autores que sí valen la pena.
Si hace leer, es bueno.
EliminarPues Harvard tradujo su cuento,si, Harvard la universidad más famosa del mundo. Aunque no te haya gustado parece que si vale la pena, y mucho. https://elperiodico.com.gt/cultura/2020/12/19/observatorio-de-harvard-publica-cuento-de-escritora-guatemalteca/
Eliminar🤨
EliminarEsta autora expresa bien lo anterior:
ResponderEliminarhttps://kerrywilkinson.com/2014/01/11/gore_sex_crime_fiction/
Que bueno que hay distintos gustos, puntos de vista y a algunos les molesta leer de esto, mucho menos enterarse que cosas tan malas y desagradables pasan en la vida real. ¿ Es mejor cerrar los ojos? la historia puede entretener, dar curiosidad, asombrar y hasta doler. Pero tiene su valor
ResponderEliminarCosas que pasan en la vida real, meterse en la mente de un asesino el cual no contempla que hizo algo malo, más bien piensa que los gatos fueron los culpables, al final como que siente apego con aquellos que tuvieron ese acercamiento con su ser amado sin recordar que fué él quien creó toda esa controversia para luego darle fin, si me hizo leerlo completo pues vale la pena 👍
ResponderEliminarMuy bueno, felicidades a la escritora.
ResponderEliminarPersonalmente, no me gusto, no encontré mucho en el. Lo importante es q en la diversidad de gustos hay espacio para todo. Por lectura como tal esta bien.
ResponderEliminarnos traumó, gracias.
ResponderEliminarque
ResponderEliminarque carajos
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