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lunes, 28 de octubre de 2019

CIRILO Y EL DOCTOR – María Eugenia Mayobre

María Eugenia Mayobre (sonriente, sentrada frente a la cámara, con su computadora sobre las piernas)
Foto de Andreína Mayobre
María Eugenia Mayobre (Caracas, 1976). Comunicadora social y escritora venezolana, radicada en Boston. Su primera novela, El mordisco de la guayaba (Plaza & Janés, 2018) fue ganadora de la I Bienal de Novela de Ediciones B Venezuela (2016) y será publicada en francés por el sello NiL de Editions Robert Laffont en 2020. Su segunda novela, Es que tengo hambre, fue una de las 10 novelas finalistas al Premio Planeta 2017. Cuentos suyos aparecen en antologías como la recopilación V Semana de la Joven Narrativa Urbana (2010) y Nos pasamos de la raya vol. 2/We Crossed the Line vol. 2 (2016). El cuento que aquí les presento fue publicado originalmente en Label Me Latina/o (2012).

Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de María Eugenia Mayobre.




CIRILO Y EL DOCTOR


No, doctor, y me va a perdonar que le lleve la contraria a usted que es el que sabe, pero mi muchacho claro que está loco. Fíjese que cuando nació, no sólo mi mujer y yo, también la partera pensó que algo raro tenía ese bebé, porque le pegó y le pegó y Elisandro nada que lloró. Yo creo que por culpa de ese llanto que nunca llegó se me murió mi Maria Auxiliadora. De agotamiento, doctor, de purito agotamiento. La pobre pasó toda la infancia del muchacho sin poder dormir como se debe, porque como el llanto no avisaba, la única manera de saber si Elisandro tenía hambre, si había que cambiarle el pañal o si estaba enfermo, era quedándose a su lado día y noche porque lo que es una queja, hasta el sol de hoy nadie le ha oído.

Al principio nos decía la gente que esa era una bendición del cielo, un niño que no se queja, un muchacho que no llora, pero esa misma gente fue la que lo empezó a ver como un bicho raro. Mire, mi doctor, yo sé que lo que yo le voy a pedir es un pecado, que uno no puede jugar a ser Dios y que los dos podemos ir presos por esto, pero yo estoy dispuesto a ir al infierno con tal de acabar con el sufrimiento de mi hijo. Y yo le juro doctor, le juro que lo que pase va a quedar entre nosotros dos, así que usted por problemas con la ley no se vaya a preocupar. Si quiere lo hago yo con mis propias manos, pero necesito que usted me explique cómo. Le voy a echar el cuento como es y estoy seguro de que usted mismo va a salir a buscar al muchacho y hacerle lo que le pido. Por algo lo trajo Dios a este pueblo, doctor, por algo lo trajo.

Los primeros años de Elisandro, a pesar de la muerte de su mamá cuando tenía dos añitos, yo diría que fueron normales. Es verdad, el niño nunca lloró ni se quejó, pero de resto era un muchacho sano, comelón y alegre, como todos los de por aquí, pues. Imagínese cómo hubiera sufrido yo, viudo y con un carajito llorón. Todas las noches le pedía a la virgen que me mantuviera así a mi muchacho, que no le diera un día a Elisandro por empezar a llorar y a botar ese lagrimero aguantado desde que nació.

Los problemas comenzaron cuando Elisandro empezó a ir al colegio. Un día llegó oliendo a miao y cuando le pregunté me dijo de lo más tranquilo, así como es él, que se había hecho en los pantalones. Yo no le hice mucho caso, apenas tenía 7 años, esas cosas pasan a esa edad. Pero todos los días, durante un mes, llegó hediondo. Entonces decidí ir a hablar con su maestra. Pero usted sabe cómo es ese colegio, están todos los grados mezclados en dos salones y las maestras no se dan abasto ni para aprenderse el nombre de los muchachos. Y como Elisandrito ni se quejaba ni hacía bulla, tuve que señalárselo a la maestra para que supiera quién era. Si ni se acordaba de su nombre, mucho menos iba a saber si algo malo le estaba pasando.

Menos mal que la virgen siempre me acompaña y justo cuando iba atravesando el patio de tierra para salir del colegio, hizo que me dieran ganas de ir al baño. Entré y cuando estaba sentado en la poceta haciendo mis menesteres con mi puerta bien cerrada, descubrí lo que le habían estado haciendo al muchacho pendejo ese. Me da pena contárselo doctor, pero es para que entienda. Resulta que unos manganzones hicieron una apuesta a ver quién lograba hacer llorar a Elisandro o por lo menos que se arrechara. Le hicieron de todo a mi carajito. Un día le orinaron encima, otro día lo metieron en la basura, le hundieron la cabeza en la poceta. Ay, doctor, usted sabe cómo son de crueles los niños. Y de eso no me enteré por Elisandro, qué va, me enteré porque cuando oí que le estaban metiendo la cabeza a mi muchacho en una de las pocetas, salí hecho un demonio y logré alcanzar a uno de los desgraciados. No tuve que pegarle mucho para que me soltara toda la información.

Esa noche la pasé completica en blanco. La mañana siguiente y todas las mañanas después de eso, le prohibí a Elisandro que fuera al colegio. Se lo dejaba a mi mamá para que lo cuidara durante el día hasta que yo saliera del trabajo en la finca. Ni mi mamá ni yo sabemos leer y escribir así que no le pudimos enseñar, pero eso aquí por estas tierras no hace falta. Aquí lo único que hace falta es saber trabajar la tierra. Y eso sí lo tenemos todos en la familia.

Hasta los trece años, Elisandro vivió metido viendo telenovelas en casa de mi mamá. Pero ni con los culebrones se ablandó el muchacho. Ni una queja, ni una lágrima. Entonces decidí pedirle al capataz que lo dejara trabajar en el matadero conmigo, a ver si le salían cojones. Yo creía que le estaba haciendo un bien porque aunque nunca delante del jefe, ahí la gente siempre se está quejando. Y si no aprendía por la televisión, tal vez aprendería por el ejemplo.

Qué va. Si algo me han enseñado Elisandro y mis años, es que en este pueblo el que no sabe quejarse, está jodido. Y por eso es que mi muchacho nunca ha tenido ni amigos ni mujeres. Mujeres de bien, quiero decir, porque yo mismo lo he llevado a que la Lupe un par de veces y gracias a la bendición divina de todos los santos, parece que su aparato funciona perfecto pero yo le estoy hablando de una mujer de verdad, una que lo quiera y que lo cuide. Las mujeres creen que salió del otro lado, que batea para el otro equipo, usted me entiende. Si hasta yo mismo estoy empezando a pensarlo y por eso es que he venido a hablar con usted.

Yo necesito que usted trate a mi muchacho. Usted no sabe que nosotros sabemos, mi doctor, y yo sé que usted quería tenerla escondida, pero todos en el pueblo comentan de su máquina de electricidad. La otra noche, cuando usted estaba en el bar del Oro, Camejo y Cifuentes se metieron aquí en su consultorio y se quedaron escondidos en el cuartico de atrás hasta la noche siguiente. Ahí vieron cómo usted le puso unos cables en el cuerpo a los pacientes que le mandaron del manicomio y les metió corriente. Nos contaron con pelos y señales sobre esa máquina milagrosa que o fríe a la gente, o la deja sana. Hay que ver que la tecnología sí que ha avanzado y uno en este pueblo no se entera de nada, quién se iba a imaginar que en el 2008, cuando a este pueblo apenas si nos llegan el agua y la luz, en las grandes ciudades de donde usted viene, los doctores como usted usan esas máquinas que parecen del futuro. Camejo y Cifuentes dicen que parece de los extraterrestres esa máquina que usted tiene. Figúrese que Valbuena está haciendo figuritas de madera de usted y más gente de la que usted cree lo tiene montado en un altarcito. Yo creo que esa máquina suya lee el alma doctor. Que si el alma es buena el loco se cura, pero si su alma es mala se queda más frito de lo que estaba. Y mi Elisandro es bueno doctor, demasiado bueno. Por eso es que yo sé que su máquina lo va a curar.

El padre Francisco dice que una máquina igualita a la de usted es la que va a usar el señor con nosotros el día del juicio final. Usted es un enviado del cielo, doctor. Y por eso es que la virgen me mandó aquí a hablar con usted, porque ella sabe que usted me va a curar a mi niño. Como el alma de mi Elisandro es tan requete buena, es que yo le pido que por favor lo meta en su máquina, mi doctor. Eso fue todo lo que yo vine aquí a pedirle. Usted le pone su casco de motorizado con cables, enchufa la máquina, pasa el suiche y le mete corriente a mi muchacho. Y si no llora, le pone más electricidad. Y así hasta que reaccione. Usted sabrá cómo hacerlo, doctor. ¿Qué me dice? ¿Me va a hacer ese favor? Yo le pago lo que usted me pida, mi doctor, lo que usted me pida con tal de que sane a mi Elisandro y logre que al fin llore o se queje ese muchacho.

2 comentarios:

  1. original y bien narrado; lenguaje llano y giros de la tierra.
    me quedop la impresion de que es un medio cuennto o que le falta "el cuento dentro del cuento#.
    sin menguar los meritos de la autora, , esttoy refiriendome a la "carpinteria" que mencionaba el Gabo

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  2. Interesante cuento el de Lisandro, se lee fácil y es divertido. Como todo cuento queda una duda, moraleja o algo que comentar. Me gustó la narrativa y descripción de María Eugenia.

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