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lunes, 11 de noviembre de 2019

LA HORMIGA CONTRA EL DINOSAURIO: EN DEFENSA DE LA FORMA NOVELESCA – Juan Carlos Méndez Guédez

Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, 1967). Escritor venezolano, radicado en Madrid. Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela (UCV) y Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca. Ha desarrollado una extensa y exitosa carrera literaria, en la que ha cultivado los géneros narrativo, ensayístico y de viaje, y ha publicado, entre otros, los libros Historias del edificio (cuentos, 1994); Retrato de Abel con isla volcánica al fondo (novela, 1997); El libro de Esther (novela, 1999); La ciudad de arena (cuentos, 2000); Árbol de luna (novela, 2000); Tan nítido en el recuerdo (cuentos, 2001); Una tarde con campanas (novela, 2004); Nueve mil kilómetros y tu abrazo (narrativa infantil y juvenil, 2006); Hasta luego, Míster Salinger (cuentos, 2007); Tal vez la lluvia (novela, 2009); La bicicleta de Bruno (cuentos, 2009); Chulapos mambo (novela, 2011); Ideogramas (cuentos, 2012); Arena negra (novela, 2013); Los maletines (novela, 2014); El abuelo de Zulaimar (narrativa infantil y juvenil, 2015); La noche y yo (cuentos, 2016); El baile de madame Kalalú (novela, 2016); Veinte merengues de amor y una bachata desesperada (novela corta, 2016); La ola detenida (novela, 2017); y El vals de Amoreira (cuentos, 2019) –volumen de donde he tomado el cuento que leerán a continuación. Textos suyos han sido incluidos en antologías del cuento en español tales como Líneas aéreas (España, 1999); Pequeñas resistencias (España, 2002); 21 del siglo XXI (Venezuela, 2007) y Solo cuento (México, 2013), y algunas de sus narraciones han sido publicadas en Suiza, Bulgaria, Italia, Eslovenia y Estados Unidos. En París, su novela Los maletines fue publicada por la prestigiosa editorial Métailié, y el mítico suplemento cultural Télérama lo recomendó como una de las mejores novelas negras aparecidas en Francia durante el 2018. Su labor ha sido merecedora de reconocimientos como el Premio de los Libreros al libro del año (2013), por Arena negra; el Premio Los Mejores libros para niños y jóvenes (Banco del libro, Venezuela, 2016), por El abuelo de Zulaimar; el Premio Internacional de novela Ciudad de Barbastro por Tal vez la lluvia; el VI Premio de cuentos Ateneo de la Laguna por su volumen: Tan nítido en el recuerdo.

Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Juan Carlos Méndez Guédez.



LA HORMIGA CONTRA EL DINOSAURIO:
EN DEFENSA DE LA FORMA NOVELESCA


1

Carátula de: El vals de Amoreira (El taller blanco, Bogotá, Colombia - 2019), de Juan Carlos Méndez Guédez
La hormiga gustaba mucho de las irrepetibles historias que escuchaba en el mercado. Historias crujientes, jugosas; historias dilatadas, extendidas, historias de historias que contaban otras historias.

En una ocasión, cerca de los cambures manzanos, a un lado de las guanábanas y las heladas cerezas, oyó hablar por primera vez de la historia más corta del mundo; una historia en la que aparecía un dinosaurio y una silueta sin nombre que flotaba entre la vigilia y el sueño.

Pensó que una hormiga obligatoriamente debía conocer la historia más breve de la tierra, «porque somos breves las hormigas; breve nuestra forma, breve nuestra vida».



2

Una hormiga era una suerte de letra esencial, un trazo de tinta; una hormiga era quizás el signo más preciso de la que debía ser la historia más breve del mundo, pensó.

Yo soy una letra de esa historia. Seguro yo soy ese otro personaje que despierta junto a un dinosaurio.

3

Recorrió la isla entera para escuchar la historia de boca de alguna de las guacamayas. Decían que ellas conservaban la plenitud de aquel relato.

Viajó desde el sur hasta el norte, recorrió las costas, escaló las montañas, subió incluso a lo más alto del volcán.

Un amanecer, consiguió al fin que una guacamaya ebria le contase la historia a cambio de dos botellas de cocuy.

«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí», le dijo.

«¿Y eso es todo?», «Eso es todo», respondió la guacamaya.

La hormiga se marchó decepcionada al ver que ninguna hormiga aparecía en aquella historia brevísima y bellamente absurda.

4

Esa misma mañana en el mercado, le gustó la imagen de las cerezas hundidas en el hielo, le gustó ese abismo de frescura, de cítrica plenitud. Se acercó hasta el borde del envase. Un dedo índice intentó apartarla. Ella nunca pudo percatarse del instante en que atenazó la yema y quedó prendida a la piel.

Mientras se elevaba comprendió que ese escalofrío era el anuncio de un cierre, de un final inmediato. Se vio desde fuera. Un punto negro, una pequeña letra colgando del dedo de ¿una mujer? ¿del dedo de un hombre?

Comprendió que a partir de ese momento era necesario que el tiempo se detuviese, que se abriese una hendija y que desde allí irrumpiese la volcánica vibración de una novela. Una larga historia en la que se hablaría de los mil antecedentes que llevarían a ese encuentro final entre un dedo y una hormiga. Ocurrirían entonces las anécdotas familiares, las referencias geográficas, las pinceladas históricas, la enumeración de las fuerzas que se enfrentarían para ayudar, para suspender, para propiciar ese definitivo encuentro.

Nada tan definitivo puede resumirse sino en la ampliación de cada uno de sus detalles, murmuró la hormiga.

Y supo que los cuatro, cinco segundos que duraría este encuentro se acercaban a su final. La historia más corta es la que necesita de más palabras, comprendió con la rara felicidad de haber rebatido a un dinosaurio.

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