Suscribete


Deseas recibir, cada semana, las notificaciones de las nuevas entradas, envíanos un mensaje desde nuestro formulario de contacto

lunes, 18 de noviembre de 2019

PURAS CIEGADAS – Mario René Matute

Mario René Matute (foto en color; close-up)
Siempre he dicho que, para mí, la literatura es, más que una profesión, un cable a tierra y un motor vital. Muchos libros me han acompañado en momentos importantes de mi vida y son muchos los escritores que me han marcado de una u otra forma. Mario René Matute, por ejemplo, fue y es uno de esos nombres que se conectan conmigo a partir de lo literario y que significan mucho para mí. Hace más de diez años supe de él y de su narrativa gracias a la recomendación de mi esposo (en aquel momento mi novio), quien me invitó a leer su novela Palos de ciego y, además, me contó que el autor era gran amigo de su papá, con quien compartía el amor por la lectura y por la música. Desde entonces, leer a Matute es un deleite seguro y cada anécdota suya que me contaban mi esposo o mi suegro me revelaba a un individuo que supo trascender su ceguera y construir con su literatura un espacio de conexión con el mundo, legándonos una obra formidable en la que la imaginación es la mayor protagonista. Y aunque no se me dio conocerlo personalmente, hoy, a un día de cumplirse dos años de su fallecimiento, me siento honrada de poder publicar otro de sus cuentos, perteneciente al libro Cuentos en carreta (1972), en el que muestra con humor el tema de la ceguera. ¡Que lo disfruten!



PURAS CIEGADAS


Antes de que don Nacho Zapatón entrara en la cuadra, ya lo precedía un aire de sonrisa y de júbilo. Tal vez por eso lo invitaban a todos los velorios y todas las parrandas.

La gente lo molestaba creyendo que era músico y le pedía que trajera su guitarra, pero él siempre contestaba que sus guitarras se templaban bajo las sábanas y soltaba la gran carcajada aérea como una pelota que rebotaba en toda la habitación...

Se sentaba y después de cuatro tragos, comenzaba a contar sus historias. Le gustaba hablar de espantos y de sus aventuras de patojo.

—Yo me fui enchoqueciendo desde muy temprano, nunca me dio el seso para la música, pero la gente piensa que en cuanto se deja de ver, se aprende a tocar. Bueno eso de tocar es muy sui géneris —acotaba con una sonrisa amplia—, si con tocar se hiciera músico, yo ya hubiera recorrido desde el pícólo hasta la tuba, pasando por instrumentos de cintura como la viola y sobre todo el violín...

Así entretenía a la gente que muchas veces le pedía que repitiera aquella su historia de cuando muchacho. Entonces, como saliendo poco a poco de las ideas, largaba una frase, tacteando, como lo hacía con su bastón y si encontraba terreno propicio, avanzaba por la charla poco más o menos de esta manera:

—Una de las mañas que nunca les perdono a mis compañeros de chocolates, es la de andar metiendo las manos por donde no deben, "Brailliando" —dicen ellos—, pero ya ven, a uno de ellos por poco le va mal un día que estábamos esperando el bus frente a La Parroquia. Tenía mucha habilidad para simular que quería agarrarse del tubo y de esa manera, cuando venía bajando algo que él detectaba como vestido femenino, lograba calibrar un muslo o una cadera; pero aquella vez, en el momento preciso en que daba el apretón, habiendo confundido sotana con vestido de mujer, sonó la voz del cura que le dijo al oído: "Cuidado mi'jo, que si más arriba le haces me los dejas estrellados".

—Yo digo —continuaba—, que cada quién debe valerse de sus propios medios; de aquí que el que es choco, choco debe entenderse y no querer andar presumiendo de vidente.

A causa de no querer aceptarlo así, un día un pobre compañero de escuela se puso a conversar con un "bolo" que según él le estorbaba el paso en la acera: "Con su permiso señor, arrímese a la pared. —Nada, el bolo tal vez estaba dormido—, hágase a un ladito don..., voy a pasar"... Así se estuvo hasta que una señora de buen corazón se le acercó y le dijo que estaba hablando con la sombra de un poste.

—¡Ah! y a la vez que salimos con batidores en las patas... Todo por no usar el bastón, por pura gana de presumir de videntes ante unas traidas. Pasamos como marchando, muy rectos en la acera, pero no habíamos dado diez pasos cuando fuimos a sembrarnos en una venta de jarrones que tenía un marchante. ¡Púchica, señores! yo corrí como venado para no pagar, pero cuando paramos a las tres cuadras, todavía llevaba un pedazo de batidor trabado en el pie derecho.

Ustedes dirán que los ciegos no corren. Todos piensan así, que vivimos tristes, que hablamos quedito, que no tenemos mujer, que vivimos de limosna, que nos bañan; bueno —volvía a acotar con picardía—, a mí sí me han bañado, pero allí el verbo habría que conjugarlo en forma recíproca y prural.

Y les garantizo que en aquellas comparaciones siempre se gastaba más jabón en mi persona porque había un trozo más de piel. Yo soy un poco alto, saben —volvía a acotar—.

—¡Ah! Las mujeres—, suspiraba—. Desde muy temprano anduve en el aprendizaje del cantineo. Los ciegos somos un poco fáciles y socorridos. Las feas creen que no nos damos cuenta de sus facciones. Las bonitas piensan que el dato táctil es más preciso. Pero todo cuesta. Uno no llega a ningún conocimiento sin haber pasado antes por el error. Fíjense —remarcaba—, que acababa yo de estrenar mis primeros pantalones largos y quería presumir de piropero —eso nunca lo debe hacer un ciego, ahora lo sé pero entonces era muy pichón y no lo entendía—. Me paré en una esquina y cuando oí venir a las colegialas quinceañeras de tacones puntiagudos que siempre pasaban por frente al Santuario, comenzó mi oración primera de flores: que "a dónde van mis amores", que "qué paso tan firme que traduce un meneíto delicioso", que "por qué tan solas, que si las acompañaba, que hasta mi nariz llegaba su fragancia de azucenas", que "por qué las cuatro tan apuradas, si yo podía entretenerlas un ratito". ¡Ay, mamola! En esa perorata andaba, cuando se oyó una voz vibrante y sonora que gritó:

¡Arre mulas carajas! El arriero tal vez se apiadó de mí al ver que estaba floreando a sus animales, o tal vez se enternecieron las mulas por mis piropos y ya me estaban volviendo sus cabezotas con miradas dulces y tuvo celos el desventurado. Lo cierto es que mi primer ensayo amoroso lo tuve con mulas...

Don Nacho seguía desparramando sus aventuras y la gente le oía complacida. Luego, cuando ya se marchaba, sacaba su bastón plegadizo de entre el bolsillo de pecho bamboleándose por los traguitos, y decía muy contento:

—Otro día les contaré otro capítulo de puras ciegadas.

5 comentarios:

  1. Muchas gracias por recordar a mi abuelo que lindo encontrarse este tipo de cosas!! un gusto poder leerte...

    ResponderEliminar
  2. Qué emoción reencontrarme con las letras de mi entrañable cuñado.
    Gracias por mantener su recuerdo vigente.

    ResponderEliminar
  3. Gracias por compartir este texto tan entretenido y divertido. No sabía de este escritor, pero su estilo me ha "capturado". He quedado motivada a leer más de él.

    ResponderEliminar
  4. Interesante propuesta literaria! Excelente el humor del maestro Matute!

    ResponderEliminar
  5. Gracias por compartir tan buena literatura y sobre todo guatemalteca.

    ResponderEliminar