Esmeralda Torres (Ciudad Bolívar, Venezuela, 1967). Promotora de lectura y escritora venezolana. Trabaja como Promotora de Lectura en la Biblioteca Pública Central de Cumaná, donde dicta talleres literarios y promueve el programa de Cajas viajeras en espacios no convencionales. Fue miembro fundador de la Red de Escritores y Escritoras Socialistas de Venezuela, capítulo Sucre y de la comisión organizadora de la Bienal de Poesía Cruz Salmerón Acosta que se realiza en la Península de Araya. Además, es fundadora del Colectivo Literario Somaris, que promociona el libro y a escritores venezolanos y extranjeros. Ha publicado los libros Historias para Manuela (2009); Cuentos de última noche (2010); Un hombre difícil (2011); El canto de la salamandra (2013); Diario para una tormenta (2013) y Callejones sin salida (2019). Sus poemas han sido traducidos al árabe en la república de Siria y fue editada en Alemania por Surko Sur Kartonera Bonn, bajo la curaduría del artista Jhon Jaime Dulcé. Fue merecedora del Premio Becas de Escritura, otorgado por el Centro Nacional del libro de Venezuela (2011); formó parte de la delegación que asistió al XVII encuentro de escritores a la Cátedra José Antonio Ramos Sucre de la Universidad de Salamanca, España (2011); fue merecedora de la Mención Publicación del Concurso Bienal de Poesía Gustavo Pereira (2012), con el libro de poemas Diario para una tormenta; fue ganadora de la IV Bienal de Literatura Ramón Palomares en el género Narrativa (2012), por su libro El canto de la salamandra; de la II Bienal Julián Padrón, en el género novela (2012), por la novela aún no publicada La equivocación de Cortázar; resultó ganadora de la Bienal de Literatura Orlando Araujo (2018), con un libro de cuentos todavía inédito y fue Finalista del Concurso internacional de Cuentos Ciudad de Pupiales, organizado por la Fundación Gabriel García Márquez (Colombia, 2019), por el cuento Tratado de la envidia –texto que aquí les comparto, el cual da título a un volumen todavía inédito.
Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Esmeralda Torres
TRATADO DE LA ENVIDIA
La envidia: esa doncella castamente llagada.
Ana Enriqueta Terán
Tal vez le sorprenda recibir esta carta mía sin la intermediación de los editores pues no es común que los correctores nos escribamos con los autores consagrados, con los mimados de la editorial. Le ofrezco mis excusas pero en esta oportunidad es necesario que le escriba. A lo largo de estos años he tenido la exclusividad de corregir sus textos y puedo decir que conozco mejor que nadie su trabajo tan alabado por estos días, luego del premio internacional de novela que acaba de recibir.
Déjeme decirle que he admirado su escritura desde el día que llegó a mis manos su primer manuscrito y he sido yo quien ha solicitado luego de ello que me sean asignados todos sus libros. Algo de responsabilidad y pericia en el oficio me lo garantizó y no la voy a engañar, también mediaron las buenas relaciones con el editor.
Nostalgia por lo gris me impresionó y la considero su obra más lograda, sin desconocer un destacado valor en sus libros anteriores: Días fecundos, La linterna del cochero, La falsa historia de Anaïs Nin y aquel de poemas: La ventana que nos muestra el paisaje. Son en verdad, extraordinarios. Sobre todo lo son para mí, porque siento que algo de ellos me pertenece. Lo digo apoyada en el argumento de que fui yo su primera lectora y algún error suyo tuve que corregir para darles la perfección que usted ansiaba pero que en ningún grado un escritor emocionado alcanza.
Usted, con su gran imaginación y talento, logra armar historias en efecto malvadas, perversas, que al fascinarnos en tal medida nos dejan una sensación de asalto, de perplejidad. Déjeme decirle que a mí me hubiera gustado escribir Nostalgia por lo gris. Es sin duda una gran novela. O tal vez debería decirle ya, confesarle ya, que pudo haber sido la gran novela de este país.
Mi historia de vida es miserable y ella me conduce a cometer el acto infame de atentar contra usted que ni siquiera me conoce y por tanto nunca me ha provocado mal. Pero en eso hemos terminado por convertirnos todos los que habitamos esta ciudad pequeña, carcomida por la sal que viaja desde la península que tenemos al frente. Una ciudad de poetas malditos por la peste, el insomnio y la futilidad. Incapaces de defender los méritos que otros nos reconocen y que a nuestra vista nos parecen insustanciales porque la ambición que nos mueve es superior a cualquier acto de virtud. Lo acepto. Soy una gran mediocre que no es capaz de consentir con naturalidad en los otros el bien que desea para sí. Y en esto se explica mi actuación en su contra. En mi descargo solo puedo apelar a la cruel sinceridad, escudo atroz de los desahuciados. Tarde será cuando descubra que su gran obra entró a los talleres para su impresión sin las correcciones que hice de ella. Luego de leerla y corregirla la guardé y ahora reposa en una gaveta de mi escritorio, este desde donde le escribo esta carta, mientras observo allá abajo en la calle a los hombres y mujeres que caminan presurosos hacia sus casas, distraídos e ignorantes de lo que nos ocurre a usted y a mí.
Esa última versión que usted leyó y que todos en el consejo editorial celebraron como su mejor trabajo, esa no es la que el público en este momento arrebata de los anaqueles en las librerías. Déjeme decirle que dispuse enviar la versión primera: la defectuosa, la imprecisa, la que usted escribió. No la última: la que yo perfeccioné. Aunque sé que esta decisión me costará mi trabajo y una cierta estabilidad y prestigio alcanzado en el medio editorial, no me siento ni inquieta ni arrepentida. Por el contrario estoy convencida de haber obrado con integridad. Siento que he sido justa conmigo y con mi talento desperdiciado.
Tal vez piense que me lleva a actuar de esta manera la envidia y la venganza. No estoy segura de eso. Y de ser así poco beneficio nos resulta descubrir las causas de mi proceder. Sobra decir que no asistiré a la gala que preparó la editorial en su honor, y me permito advertirle: si yo estuviera en su lugar tampoco asistiría.
Pero ya es tarde y como en las malas películas me gusta imaginarla bajando de un automóvil con su acompañante, alisando sus cabellos en un gesto exagerado de coquetería. A su alrededor flotará la fragancia de una flor ignota. El vestido oscuro impecable, las uñas retocadas y tal vez de su cuello cuelgue un dije antiguo que alguna de sus abuelas habrá consentido en heredarle. La supongo entrando al gran salón, los aplausos, las fotos, los periodistas, la sonrisa congelada, el ceño fruncido del editor, el gesto de tomarla por un brazo, de llevarla hacia el fondo, los murmullos entre algunos que están hacia la izquierda. Imagino su confusión, su no entiendo crispado, pero en voz muy baja, y ahora un mechón de cabello fuera de sitio, una molestia sutil en la trabilla de la sandalia atada a su tobillo. Un poco corrido el rímel hacia el borde exterior del ojo y un poco suelto el dobladillo de su vestido también. Un ahogo le sobrevendrá justo al momento de comprender lo que ocurre, luego de un tropiezo imprevisto sobre la alfombra del salón.
Por supuesto usted jamás conocerá el contenido de esta carta que escribo frente a la ventana, mientras se cuela una brisa seca y tibia que baja del cerro Pan de Azúcar, bañando de polvo los muebles amados de la sala de mi apartamento, donde antes solía leer y corregir la maravilla de sus libros. Aquí en esta ciudad pequeña, la de las grandes traiciones, donde somos todos cada vez más miserables.
Respetuosamente suya,
Eduarda Camino.
Estilo Esmeralda Torres ciento por ciento.
ResponderEliminarAmable ironía en cada palabra.
Gracias por leer y comentar. Saludos cálidos.
EliminarSe percibe el dominio del oficio; nada sobra nada falta. Agradable escritura. Gracias
ResponderEliminarGracias por tu lectura.
EliminarExcelente cuento. A veces uno quisiera escribir tantas cartas como estas y enviarlas! La invisibilidad de los segundos. Muchas veces hemos sido Eduardas en tantas facetas...
ResponderEliminarGracias por tu lectura y comentario. 💖
ResponderEliminarQué buen relato. Como bien sabes, el sutil, ¿ejercicio de equilibrio?, ¿o de armonía?, que ejecutas entre la ficción y lo real es, para los lectores de cierto recorrido, cautivante, seductor. Eso yo lo agradezco. Imagina todos los paisajes/ pasajes posibles. Permíteme uno: ¿Este texto que envía Esmeralda lleva su edición o la de otro? ¿Habrá recibido una versión editada de su texto y la desechó, privilegiando la suya? ¿O envió la suya por error, estando la definitiva en otro archivo? Beso.
ResponderEliminarQuiero escribir Como Esmeralda y Ramón. El la tiene a ella en la Palma de la mano. Ella a él, en el Pecho, bien guardado. Y Yo a los dos, en un Solo escapulario.
ResponderEliminarSon muchos años sin verla pero al leer sus escritos la siento siempre a mi lado
ResponderEliminarMe encanta esta escritora venezolana, su verbo es limpio, profundo, el cual te atrapa desde el primer momento. Deseo adquirir todas sus obras. es maravillosa!
ResponderEliminarGoya..
Que bueno. as+i se hace el camino para recibir premios que otros envidiaran
ResponderEliminarEn realidad es un asunto de percepción. He trabajado el tema de la envidia en un libro que mandé para el concurso donde ganó Esmeralda, a quien felicito, a pesar de no haberla leído hasta el presente. Mucho me gustaría saber donde puedo comprar sus libros. Aunque Borges, el gurú de las letras, decía que no era bueno leer a contemporáneos porque se parecen demasiado a uno, a mí si me gustaría leerla, sobre todo porque la temática de la envidia nos es común.
ResponderEliminarLo interesante de todo es cuando la envidia se puede materializar en un plagio, cuando el escritor sin talento da el salto al vacío y plagia al libro admirado, se lo apropia, lo hace suyo, lo publica con su nombre y recibe un premio por ello. Es el famoso salto al abismo, que ya ejecutó magistralmente Ricardo Azolar en la novela de Eduardo Liendo, Los Platos del Diablo. No sé si Esmeralda lo leyó, pero en mi caso no sólo lo leí, sino que lo releí, y también vi la versión cinematográfica en el Teatro Teresa Carreño. Confieso que me impactó tanto que me propuse escribir un libro que desarrollara todavía más el tema. Es precisamente lo que Esmeralda nos muestra en boceto a través de su pequeño relato. El tema da para mucho, y les repito, es cuestión de percepción, de cómo se aborda la temática. Yo, que algo he aprendido en más de treinta años de afición literaria, estoy haciendo los ajustes a la novela, porque entiendo que se cayó por un asunto de estructura, de la ordenación de los materiales o capítulos en la obra.
ResponderEliminarGenial
ResponderEliminarGracias por leer.
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