Carlos Canales (Río Piedras, Puerto Rico, 1955). Dramaturgo, narrador y educador. Graduado Magna Cum Laude de la Universidad de Puerto Rico en Ciencias Políticas, Drama y Educación y Magister en Español por la University of Connecticut. Ha enseñado actuación y dramaturgia, en la Escuela Especializada de Bellas Artes de Arecibo del Departamento de Educación. Asimismo, enseñó español, cine latinoamericano y cultura hispánica, en University of Connecticut, Eastern Connecticut State University, y Manchester Community College. Se han estrenado más de 30 de sus obras de teatro. Se han publicado: María del Rosario (1986), Vamos a seguir bailando (1993), Margie (1994), Vórtice (1994), Teatro (2002), Salsa, tango y locura (2003), Bony and Kin (2004), El cine del pueblo (2004), Luz Celeste (2004), ¡Qué bueno está este país! (2004), La casa de los inmortales (2004), Trilogía de los dictadores (2006), Ecuajey (2006), Los intocables (2006), El Generalísimo Brujillo (2008, 2012), ¡Maldita sea el Capitán América! (2013, 2017), A la Luz de la Luna (2015), y Teatro del lado de allá (2016). Sus obras se han representado en México, Argentina, España, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá, Venezuela, Costa Rica, República Dominicana y Perú. Varias de sus obras se han traducido al inglés y algunas son texto en universidades norteamericanas, europeas y latinoamericanas. Ha dictado talleres y conferencias de teatro y narrativa en diversos países latinoamericanos, europeos; y en universidades de Estados Unidos como Union College en NY, Connecticut College y la Universidad de Carolina del Norte. Sus cuentos se han publicado en la revista Letras Salvajes y en el periódico El Post Antillano. Su primer libro de cuentos fue Los Hombres de los Rostros Tristes (2015) al que siguió Faustine Azul y otros cuentos (2019). Su primera novela fue El pájaro rojo (2018). Además, algunos de sus cuentos se han leído en el programa Radio Ficción por las Noches de Argentina. Entre los reconocimientos recibidos por Carlos Canales se destacan: el Ciclo Puesta en escena y dramaturgia con Carlos Canales, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México; el Premio del Certamen de Dramaturgia otorgado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña; la Beca en dramaturgia avanzada del grupo INTAR de Nueva York; el Premio Nacional de Dramaturgia otorgado por el Círculo de Críticos de Puerto Rico; el Premio Nacional de Teatro, conferido por el Pen Club; la Beca Josefina Romo-Arregui de la Universidad de Connecticut; el Premio de la Fundación René Marqués; Premio Jesús T. Piñero por su labor dramatúrgica y educativa; y el Ateneo Puertorriqueño le otorgó tres premios diferentes en teatro y narrativa. Además, fue elegido Jurado Internacional representando a Latinoamérica en el Festival Internacional de Teatro Experimental de El Cairo, Egipto. El texto aquí publicado pertenece a la colección inédita de cuentos La Incógnita (2019).
Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Carlos Canales
NI CONNERY NI BOND
I
Estás acostado en tu cama pequeña, de pilares y de caoba que heredaste de la abuela, sin arroparte, con tu boxer rojo, nuevo, recién comprado en Plaza, con tus manos finas en la nuca, uñas arregladas, recostado de una almohada ortopédica, sentirás una mejoría que te aliviará los malestares y dormirás como un bebé recién nacido, como el niño que fuiste, el que desapareció a los quince años, y desde entonces, es así, no me equivoco, empezaron tus dolores de cuello, como los que padecía Momen, el Astro Boricua, no ha habido masajista del patio, ni de las islas exóticas francesas del Caribe, ni las codiciadas asiáticas, las japonesas son tus preferidas, que te haya recompuesto lo que se descompuso, tal vez estaba presagiado aquella tarde que te creías sin ser ni existía la remota posibilidad de ser que eras el luchador Macho Man; con las piernas cruzadas que te recuerdan el cuadro impresionante de Dalí que exhiben en el MoMA, La Crucifixión, pintura que te conmueve como te conmovían las películas sobre Jesús o Cristo, como te guste más nombrarlo o recordarlo, que pasaban en la televisión cuando las pantallas eran en blanco y negro, ¿recuerdas que el televisor se achicaba en el punto culminante de la película y nuestro tío preferido se levantaba, lo insultaba, lo golpeaba con la palma de la mano derecha y el Zenith obedecía y permitía que siguiéramos viendo el film?, y observándolo percibiste, lo dijiste, lo pensaste también, la metafísica incuestionable de la obra de arte; con el cigarrillo en los labios, como si se hubiera detenido el tiempo, como si fueras una fotografía en blanco y negro, tomada con una Leika, y te crees Sean Connery, el agente 007, Bond, James Bond en la película que se desarrolla en Jamaica, Dr. No, pero no eres Connery ni Bond, tu mirada inmóvil y luminosa se refleja en el espejo y la lámpara de noche retoca la imagen que pretende irradiarse en el espejo ovalado, apartarás tus ojos zarcos, y agarrarás el cigarrillo Gaulloix imitando a la perfección a James Bond jugando en el casino, observarás los afiches enmarcados en madera que tienes colgados en todas las paredes, Raquel Welch, Iris Chacón, Bo Dereck, Pamela Anderson y sonríes de medio lado, estudiada y simulada, ¿te acuerdas de tu sonrisa Colgate?, como si bajaras de un ascensor en cámara lenta, temeroso de aterrizar en el Lobby, tu sonrisa despierta, digamos alienta, la noche de anoche en el restaurante de lujo, en el Condado, comida francesa, la que agita la respiración, la que devora la pasión, la que te abre los sentidos como si estudiaras teosofía con Krishnamurti, los sentidos conocidos y los desconocidos, los que atemorizan en la penumbra, como el tercer ojo, los que se revelan o saltan a la vista sentado en un banco de una plaza pública, los que te vacacionan por el mundo de los sueños, por el universo de la Dimensión Desconocida y Galería Nocturna, también viene a tu memoria prodigiosa la caminata imprescindible por la Avenida Ashford creyéndote el Conde Salinas, recreas la actuación de Burt Lancaster en el final impactante del film de Visconti, El Gatopardo, y cuando pasaste debajo de unos árboles confabuladores que ocultaban el cielo, la oscuridad te reveló a Jack Palance en el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, fue un instante, pasajero y fugaz, como las ocurrencias inocentes y disparates que se te ocurren cuando estás alegre y compartes con la familia y los amigos, mirarás el reloj suizo, el Movado, sin manecillas, silencioso como el misterio y preciso como el tiempo, escrito e inalterable en el oráculo de Delfos, la voz, voces de alerta, levántate, obedeces y te vistes con la ropa escogida y preparada de antemano, planificas como los desarrolladores, como los que conspiran el futuro, se adueñan del presente y derriban paraísos promisorios, sin piedad y sin misericordia, te vistes meticuloso, no hay prisa ni desesperación, que no se estruje el pantalón de algodón ni la camisa de hilo, acuérdate de mamá, la que desayunaba, almorzaba y cenaba perfección, volverás los ojos al espejo celeste, sincero y cómplice, y te dices, sin decirte, estoy acabando, me veo bien, échate perfume francés, que el Guerlain Homme no te manche la camisa, indicaba y advertía mamá, la beata que se concentraba como Houdini en los detalles, los desapercibidos, ella, mamá, se concentraba e inspeccionaba como una inquisidora, como un sargento de entrenamiento del ejército, no podíamos salir de la casa si no estábamos impecables y si íbamos a un velorio se obsesionaba como María Félix, se le brotaban los ojos malvados, se le quebraba la voz de mezzo-soprano, se transformaba en la Medusa gorgona; y los anuncios de ayer, hoy, y mañana te susurrarán, como cuando nos dicen un chiste en el medio de una conferencia aburrida, eres una celebridad, revísate en el espejo, es enigmático, una falla en el vestir trastoca la personalidad, altera los nervios y se pierde el norte, cantaleteaba mamá, firme como la Ley del Talión, no hay duda que estarás listo y preparado, cuando llegas a la puerta te detienes, a lo Humphrey Bogart, a lo John Wayne, a lo James Cagney, a lo Paul Newman y a lo Clint Eastwood, te gustaría ser un actor de cine, una estrella, Marlon Brando, “¡Stella!”, Al Pacino, “¡Attica!”, Robert De Niro, “Are you talking to me?”, sientes que actúas en un drama nórdico o en una película de acción dirigida por Francis Ford Coppola o por Martin Scorsese, The Godfather o Goodfellas, el Movado te tomará el pulso, la correa querrá romperse, te bajará de las nubes, te esgrimirá la dura realidad, te confrontará con el Periódico de ayer, releerás la noticia, revisarás los juguetitos, ríes como tío Pepín y abres la puerta.
II
Y la verás, mírala, mírala, mírala, en la plaza de recreo, con la falda negra y larga como las penas de un pobre bardo abandonado en un puerto muerto, pasada de moda, comprada en un baratillo en Capri, el pelo recogido, en un moño arcaico de los años 60, las piernas peludas, flaquísima como Olivia, desgreñá, abandoná, acabá, con el libro sagrado en la mano, vociferando, como Wanda Rolón, óiganme, desesperada y enloquecida, sobre el Apocalipsis, ¡qué miedo!, del fin de los tiempos, podría ser esta noche, de la venida de Cristo, ¡uy!, del amor, ¡maldito sea!, del perdón, no te perdono más, de la tolerancia, te tiro en la mesa la carta de la intolerancia, brega con ella, y del sacrificio, pobre Jesús, Cristo, son los pecadores empedernidos los que impiden tu segunda venida, tus ojos, obsérvala, obsérvala, obsérvala, no lo creerán. Te asombrarás como Indiana Jones cuando lo perseguía la bola gigante de piedra en el Perú, pensarás que será un sueño o una pesadilla provocada por una película hermética de David Lynch. Te detendrás, sin querer, ¿de verdad?, sin saber por qué, lo dudo, incrédulo. Escucharás atento todos los disparates incoherentes y catastróficos que saldrán como una ametralladora automática por la boca putrefacta, asquerosa, impía de esa mujer endemoniada, instrumento defectuoso de Satanás. ¡Lavátela con Lestoil! Recordarás la noche que te sentenció a la pena capital cuando te restregó en la cara y te reveló: “lo siento en el alma, pero…” ¡Idearás el plan macabro, la solución final de Heydrich y la perseguirás firme y decidido como si fueras el Inspector Javert! “¡Hija de puta, te encontré donde menos esperaba encontrarte, después de buscarte por los siglos de los siglos en los hoteles de Isla Verde, del Condado y de San Juan! Rastreándote, perdí tiempo y dinero”. Ella se morirá del susto cuando se enfrente con tu rostro de Darkman, en un santiamén le arrebatarás las llaves del carro y la someterás a la fuerza con la llave del sueño. En el garaje olimpo, ¿o garage?, la amarrarás de manos, piernas y boca con las sogas de caballo que te regaló el abuelo días antes de largarse de este mundo. “¡Hija de puta, hoy es tu día de suerte!”. Como antesala, como preámbulo, como obertura, le pondrás música clásica, La muerte y la doncella. Y para continuar el camino hacia Canaán, la Tierra Prometida, le harás escuchar el Bolero de Ravel. Y para que no sea tedioso el trayecto, le narrarás historias clásicas: Caperucita roja, Los tres cerditos, Alicia en el país de las maravillas, El rey Midas, Las mil y una noches, El Quijote, Psicosis, versiones libres... Y le contarás esos cuentos maravillosos de adultos que se encuentran en situaciones infantiles. Le peinas el pelo, como Mauricio Garcés en la película Modisto de Señoras, con el cepillo de alambres de Tirza Tropicales, la exfolias con lija gruesa, la maquillas con los productos Max Factor, Revlon y Maybelline, no olvides la manicura ni la pedicura usando herramientas de la Edad de Piedra, con los alicates que se utilizan para cortar cables 220. Las uñas rústicas y disímiles se las pintarás de rojo carmesí. Ella, que no comprende como tú puedes amar al prójimo con un amor que excede el amor de Jesús predicado en el Nuevo Testamento. Quiere darte las gracias, obrigado, merci beaucoup, thank you very much, también desea agradecértelas por tus atenciones desinteresadas, altruistas y trujillistas. Hace unos intentos terribles, como El hombre de la máscara de hierro, desesperados alocados, por hablar, por expresar, por comunicar, por decirte… Y tú le interrumpirás tranquilo, parsimonioso, como Hannibal Lecter, “cálmate, corazón, no digas nada, no hables, vida de mi vida, controla tus emociones, doma tus nervios, refrena la ansiedad, puedes afectar a tu débil corazón”, que querrá salírsele del pecho, pero ella, poseída por los poderes insospechados del Maligno, no te obedece y te reta con la mirada de gatita del gordo Porcel, como las brujas astutas retaban a los santísimos inquisidores en la hoguera. Entonces, ella atacará tu autoestima, tu debilidad, tu talón de Aquiles, te deprimirás como Freud y te descontrolarás como Cristo en la plaza de mercado. En un arrebato de lucidez filosófica, le expresas: “Soy el padre Merrin. Te voy a exorcizar y a liberar de ese demonio que vino de Irak”. Buscarás los juguetitos de acero inoxidable de pulgadas interminables, como las penas de los pobres por las injusticias de los gobernantes, de esas herramientas egipcias y antiguas que fanatizan a los matarifes toscos, parientes cercanos de Jack The Ripper, para operar a sangre fría en los mataderos públicos. “Hija, te voy a redimir de Pazuzu, de ese mengue. Pero te advierto que hubo un apagón imprevisto y debo exorcizarte con el tacto. Discúlpame si manoseo tus partes privadas. Tranquila, soy un veterano de mil campañas en estas lides”. Invocarás al Dr. Frankenstein y le practicarás la cirugía mayor. “Manos a la obra. Operation Bootstrap!” ¡Le clavas suavecito los cuchillitos filosísimos del odio que heredaste de Yago, renuncias a los sentimientos y a los valores cristianos que te inculcaron en la iglesia y en el colegio, ese sentimiento adverso te llevó a renegar y maldecir a Dios y te convirtió en un hereje, se los espetas hasta donde dice made in Japan, en la cavidad más sensitiva de su templo, donde el dolor es insoportable y provoca a la muerte, donde se tejen maquiavélicamente las tramas más macabras contra los hombres probos, soltará un grito quedo, como un orgasmo reprimido que se escapó de la Época Victoriana, y un aluvión, un torrente incontenible brotará de su cuerpo endeble e inundará el lugar, como el Diluvio Universal. Exhala su último suspiro, inesperado, la observas como se contempla un cuadro de Goya: los ojos reflejan la violencia de pasar de un estado a otro en contra de su voluntad. Te acordarás de una película de Calígula que viste en la televisión en una Semana Santa cuando estudiabas en el colegio jesuita. Buscas una sábana inmaculada que tienes preparada para la ceremonia ceremoniosa. Se la tiras por encima y le gritas: “¡Vive! ¡Vive! ¡Vive!” Y como no acata, como se subleva a la resurrección, se aferra testadura a la muerte que juega un papel de doble agente, le arrancas el manto de Turín y te metamorfeas en Clarence, el león bizco de Daktari. “¡Ñam―ñam! ¡Ñam―ñam! ¡Ñam―ñam!” ¡Eres testigo de tu performance, digno y comparable con los espectáculos circenses y apocalípticos de los cruentos romanos!
La palabra tiene vida.
ResponderEliminarLa lectura, nos transporta, nos emociona.
Las obras de Carlos Canales, simplemente nos llenan.
Nos lleva de paseo por un mundo literario, poético, histórico, utópico. Plagado de amor y locura.
Nos introduce en un laberinto de cristal donde nuestro reflejo va mutando. Es un volver a empezar constante.
Carlos Canales, es un autor que nos deja con los canales sensitivos más a flor de piel que nunca.
¡Poderoso! Una intertextualidad magnifica al servicio de una narrativa que contiene significativos referentes. Un final sumamente alucinante y efectivo. Todos los componentes están bien entretejidos para potenciar el relato. El camarada y compatriota nos da una muestra de un multiverso armado con una tensión narrativa de primera clase. ¡Bravo, Carlos!
ResponderEliminarQué narrativa !!! Me atrapó el RITMO de lo que escribe...
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