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lunes, 14 de septiembre de 2020

MALA SUERTE – José María Méndez

José María Méndez, foto de estudio (en color, sobre fondo verde)
En literatura, la palabra “originalidad” es compleja y polémica. Hablar de obras originales es apelar a concepciones tan diversas como lectores hay, y la mayoría de las veces la discusión parece no tener solución posible. Sin embargo, hubo y hay autores que han dado a sus obras rasgos particulares, que han introducido en su escritura elementos que, aunque pueden verse en otros, brillan con una luz diferente. Uno de ellos fue el salvadoreño José María Méndez, quien dio a sus cuentos virtudes como la brevedad, el humor, el buen uso del lenguaje y la ironía, haciendo de ellos piezas que vale la pena leer y releer y que, tal vez, merezcan ser llamadas “originales”. El texto que aquí les comparto pertenece al libro Espejo del tiempo (1974).



MALA SUERTE


Diez años atrás tenía buenos trajes, usaba bastón y leontina. Pero descendió tanto que confundía la época lejana con un sueño. Ahora iba cubierto de harapos, descalzo, barbado y roñoso.

Estaba además absolutamente desamparado. Sin familia. Sin amigos. Para remate los habitantes de la ciudad donde vivía eran de corazón duro. Cuando recorría las calles solicitando por amor de Dios una limosnita lo hacían a un lado dándole empellones. Cuando pedía en las casas pan o un poco de comida, le daban materialmente con las puertas en las narices.

Llevaba cuatro días sin comer y empezaba a sentir mareos y alucinaciones. Entonces recordó que en el Instituto de Ciencias Biológicas compraban cadáveres. Decidió vender el suyo. Entró al recinto del instituto, soportó la mirada inquisidora del inspector, y después de un ligero regateo y de firmar unos complicados formularios, recibió mil pesos como precio de su futuro cadáver. ¡Mil pesos, para él, un fortunón! Podría vivir con cierta holgura durante seis meses. Estaba tan contento que al salir a la calle empezó a dar saltos al compás de un viejo vals que se le vino a la memoria.

Al llegar a la esquina—padecía una vieja lesión cardíaca— cayó muerto en la acera.

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