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lunes, 18 de octubre de 2021

LA TRAMPA - Mario Halley Mora

Mario Halley Mora (Coronel Oviedo, 1926 – Asunción, Paraguay, 2003). Periodista y escritor paraguayo. Desarrolló su labor periodística como jefe de redacción de los diarios Patria y La Unión. Fue un escritor prolífico y abordó con éxito la dramaturgia, la poesía y la narrativa, siendo algunas de sus obras En busca de María (teatro, 1956); La quema de Judas (novela, 1965); Piel adentro (poesía, 1967); Los hombres de Celina (novela, 1981); Cuentos, microcuentos y anticuentos (1987) –volumen del que he tomado el texto que aquí les presento-; Memoria adentro (novela, 1989); Amor de invierno (novela, 1992); Parece que fue ayer (cuentos, 1992); Manuscrito alucinado (Las mujeres de Manuel) (novela, 1993); Todos los microcuenttos (1993) y Ocho mujeres y los demás (novela, 1994). Ganó el Premio Nacional de Literatura del Paraguay en el año 2001




LA TRAMPA

Carátula de: Cuentos, microcuentos y anticuentos (El Lector, Asunción, Paraguay - 1987), de Mario Halley Mora

«Ruego al padre del alumno Raúl Ortiz (h), se sirva presentarse el día de mañana en horas de clase, por motivos que guardan relación con la conducta del niño. La maestra». La seca citación estaba escrita con prolija letra pedagógica, en el bastante sucio cuaderno de deber de Raulito (hijo).

Raúl (padre) requirió a Raulito (hijo) el motivo de esta llamada. Y por toda respuesta, el chico se echó a llorar desconsoladamente.

Un poco temeroso de encontrarse con una maestra como la que le había tocado a él mismo en el quinto grado, bigotuda, solterona y malhumorada, Raúl (padre) se encaminó a la Escuela, y solicitó una entrevista con la maestra de Raulito (hijo) y cuando ella, durante el primer recreo, lo recibió en la antesala de la Dirección, tuvo una agradable sorpresa. La maestra ni era solterona, ni bigotuda, aunque sí malhumorada, cosa que no podía ocultar ni siquiera detrás de sus ojos celestes y la inocencia juvenil de su boca.

-Señor Ortiz -dijo la joven maestra, sin preámbulo alguno-. Su hijo es una calamidad. Viene con los cabellos largos y despeinados. Trae siempre las uñas sucias y el guardapolvos imposible. En el barro de sus zapatos se puede estudiar la historia de la Tierra...

Avergonzado, Raúl (padre) bajó la cabeza. Y la maestra prosiguió implacable:

-Y sus deberes, señor, parecería que escribe con una mano y con la otra se come una empanada y se me ocurre que a veces se confunde y se come el lápiz y escribe con la empanada, tan grasientas están las hojas... Dígame, señor... ¿No puede venir más limpio, más aseado a la Escuela...? ¿No podrían ayudarle a hacer mejor sus deberes...? ¿No le obligan en su casa a estudiar sus lecciones? ¡Ciertamente, su hijo es una calamidad, señor!

Raúl (padre), humillado, atinó una explicación.

-Señorita, usted tiene toda la razón del mundo -dijo-, trataré de remediarlo. Es que nos vemos tan poco con Raulito. Soy contador público en dos empresas. Regreso recién por la noche, y si no lo encuentro dormido, está en la calle, vaya a saber con quién. Pero le prometo que me ocuparé...

-Si usted no tiene tiempo... ¿Qué hay de la madre? -preguntó la maestra.

Raúl (padre) la miró tristemente.

-Soy viudo, señorita -aclaró-. Estamos solos, o casi. Nos atiende una cocinera vieja, que sólo ve con un ojo y cojea de la derecha.

Los ojos celestes y límpidos de la maestra se llenaron de lágrimas. La boquita, antes severa, pareció torcerse en un puchero infantil.

-Oh, lo siento tanto, señor -dijo la maestrita, con voz temblorosa, mientras recogía con un dedito rosado una lágrima que le corría por las mejillas-... He sido tan injusta con usted y con Raulito. Me he estado burlando del dolor de mi prójimo... -giró la cabeza con un airoso revoloteo de sus cabellos rubios y se puso a llorar quedamente.

A esta altura, el corazón de Raúl (padre) ya estaba reducido a maleable arcilla. Trató de hablar con voz de muy hombre, pero le salían gallitos enternecidos.

-No se angustie así, señorita -pidió-. Nadie le culpa. Usted no lo sabía...

-Me duele tanto ese pobre niño... -suspiró ella desde atrás de la cristalina cortina de sus lágrimas, y prosiguió- ¿Me deja ocuparme de él...? Conozco su casa. Vendré por las mañanas. Por supuesto, cuando usted no está...

-Pero señorita...

-No. No. Soy su maestra. Su educación es de mi competencia. Lo quiero como una cuestión personal... y para corregir una injusticia...

Con la lengua absolutamente enredada, Raúl (padre) intentó dar las gracias, y se marchó.

Dos meses después, la dulce maestrita escribía una esquela a su mamá:

«Querida mamá. El truco de la maestra enojada resultó. Anoche Raúl solicitó mi mano. Se la di, desde luego. Nos casamos el mes que viene. Si piensas regalarme algo, que sea una docena de jabones de baño. Son para Raulito, Marta».

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