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lunes, 10 de julio de 2023

AL AIRE LIBRE - Sofía Ospina de Navarro

Sofía Ospina de Navarro (Medellín, 1892-1974). Periodista y escritora colombiana. Incursionó en el periodismo y en la literatura, abordando temas de índole social y ciudadana, siendo una de las primeras mujeres de su región en hacerlo. Ejerció el periodismo colaborando con los periódicos El Colombiano y El Espectador, y con las revistas Vida, Raza, Letras Universitarias y Progreso, entre otras. Fue, además, fundadora y directora durante más de treinta años de la revista femenina Letras y encajes, que llegó a ser una de las más importantes en la Colombia de su época. Como parte de su trayectoria literaria, cultivó géneros como el cuento, la crónica y la poesía, y son algunos de sus libros La cartilla del hogar; Cuentos y crónicas; La buena mesa; Delicias hogareñas; Don de gentes y La abuela cuenta. La crónica que encontrarán a continuación se encuentra en el libro Déjennos tranquilas (2021), editado por el Ministerio de Cultura de Colombia con prólogo de Paloma Pérez Sastre.




AL AIRE LIBRE

Carátula de: Déjennos tranquilas (Ministerio de Cultura, Bogotá, columna - 2021) de Sonia Ospina de Navarro

En la larga jornada de la vida hay una etapa difícil de sortear para quienes tenemos un espíritu inquieto y alegre, que se resiste a marchar de acuerdo con las fechas del almanaque.

Aquella en la que la gente amiga nos complace y nos hace sonreír al decirnos: «Estás mucho mejor que la última vez que te vi». Mientras, por otro lado, los cariñosos familiares se nos van convirtiendo en un estorbo verdadero. Según ellos, todo lo que hacemos nos fatiga o perjudica. Nos amonestan como a niños chiquitos cuando vamos a salir de paseo, y no cesan de pronosticarnos peligros.

Pero esta triste etapa hay que afrontarla con un poco de rebeldía. Y por eso, uno de estos días, resolví abandonar el lecho antes de amanecer para agregarme a la animada excursión de hijos y de nietos que emprendería un viaje de nueve horas por la atrevida carretera que sube y baja entre montañas antioqueñas, hasta llegar a la laguna de Ayapel, adorno de la región de Córdoba. Deseché el temor al atraco, a las llantas estalladas y a la probable sacada del vehícu lo, a fuerza de cadenas, del paso pantanoso; cosas que dizque deben evitar las personas precavidas y juiciosas, quedándose tranquilas en su casa.

Y después de una agradable trayectoria, con frío y os curidad en el principio, y luego sol brillante; con parada de descanso en el camino para saborear el desayuno típico, y sin sufrir ninguno de los predichos incidentes, he llegado feliz a Santa Cruz, la cabaña campestre situada a orillas de la hermosa laguna. Una especie de club, donde cada una de mis ramas familiares posee sus dominios, dispone de su bote y guarda con amor sus privados equipos de pesca y cacería.

En medio de una unión encantadora, hay en este lugar de recreo un recíproco respeto a lo ajeno. Y en esa disciplina quizá pueda haber tenido mucha parte el reglamento maternal que, al adquirir en común la propiedad, hace ya mucho tiempo, les impuse —en estilo poético para hacerlo menos serio— y que aún se conserva, como norma de paz, sobre el muro del corredor. Dice entre otras cosas:

Esta es la casa de todos
y la casa de ninguno.
Levántate cuando quieras
y ordena tu desayuno.
Cuando salgas a pescar,
hazlo en tu propio motor;
si otro dañas, su valor
al dueño habrás de pagar.
No uses las varas ajenas,
pues sabes que el deportista
con los arreos de su hobby
es un solemne egoísta.
Despréndete de unos pesos
si quieres pasar contento,
disponiendo de lo propio
en honor al reglamento.
Tal reglamento no tomes
a falta de cortesía,
es medida conducente
a que reine la armonía.
De la unión de la familia,
ni de su amor, dudarás,
más de ella ha sido principio
el respeto a los demás.


* * *


Procura que en tu paseo
haya siempre animación,
pero en asunto de «tragos»
ten prudencia y discreción.

Por la laguna, rodeada de bellas residencias, paraíso de grandes y de chicos, se ven cruzar a todas horas lanchas y canoas. Es que van unos hacia el caño lejano, soñando con la «pesca milagrosa».

Otros quieren disfrutar al aire fresco y embelesarse en la naturaleza... Los muchachos «esquían» y las señoras desean hacer compras en el pueblecito pintoresco que deja ver las cúpulas del templo en una de las orillas.

De Santa Cruz acaban de partir cuatro botes repletos de bulliciosos pasajeros en traje de carácter(*). Es decir, con más de medio cuerpo al aire, y portando varas con carretel, nasas, carnadas y termos con bebidas refrescantes. Yo me he quedado sola. No humillada, como la gallina que se esponja furiosa a la orilla del estanque cuando se entera de que al calor de su plumaje no salieron del huevo los polluelos esperados, sino unos ingratos paticos que la abandonan para irse a nadar.

He preferido gozarme algunas horas en el reposo espiritual: dueña de un libro, unas cuartillas de papel y una pluma que me dejarán, sin duda, el tiempo suficiente para admirar, por entre los frondosos laureles que rodean la casa, el paisaje de colores vivos, y las garzas y patos silvestres que revolotean sobre las aguas, salpicadas en esta época con los verdes parches que forman las plantas acuáticas.



(*) Ropa formal o uniforme. 

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