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lunes, 21 de agosto de 2023

CHINGOLO – Javier Villafañe

Javier Villafañe (Buenos Aires, 1909-1996). Titiritero y escritor argentino. Fue conocido en muchos de los países de Suramérica, que recorrió con su carreta La Andariega y en compañía de su títere Maese Trotamundos. Escribió numerosos libros de teatro de títeres, así como de poesía y cuento para niños y jóvenes. Integran su bibliografía, entre otros, los libros El figón del palillero (1934) –escrito en colaboración con Juan Pedro Ramos-; Títeres de la Andariega. Seis obras para títeres (1936); Coplas, poemas y canciones (1938); Teatro de títeres (1943); De puerta en puerta (1956); Historias de pájaros (1957) –al cual pertenece el texto que encontrarán más adelante-; Los sueños del sapo (1963); El gran paraguas (1965); Cuentos con pájaros (1967); Los cuentos que me contaron (1970); Maese Trotamundos por el camino de Don Quijote (1983); Recuerdo de un nacimiento (1990); Historiacuentopoema (1991) y Circulen, caballeros, circulen (1995). Su talento y trayectoria fueron distinguidos con reconocimientos como la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE, 1946); el Premio Municipal de Prosa (Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1954); el Primer Premio del Concurso de Cuentos infantiles de Editorial Kraft (Argentina, 1954); el Premio Fondo Nacional de las Artes, en Prosa (Argentina, 1957); el Premio Fondo Nacional de las Artes, en Poesía (Argentina, 1964); el Premio de Literatura Infantil del Banco del Libro (Venezuela, 1970); el Premio Konex de Platino (Argentina, 1984); el Premio Austral Infantil en prosa e ilustración (España, 1985); el Primer Premio Nacional de Literatura Infantil, producción 1982-1985 (Argentina, 1986); el Gran Premio Fondo Nacional de las Artes (Ciclo 1988) (Argentina, 1988); el Premio Mecenas de la revista ¿Qué hacemos? (Argentina, 1989) y la Mención extraordinaria por su aporte a la literatura infantil argentina (1991), otorgada por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina (ALIJA).




CHINGOLO

Carátula de: Cuentos con pájaros (EMECË, Buenos Aires, Argentina - 1993) de Javier Villafañe

El chingolo era un muchacho rubio y delgado. De tarde paseaba por el pueblo montado en un caballo blanco. No tenía amigos, ni quería tenerlos. Nadie sabía de dónde había venido, ni quiénes eran sus padres. No hablaba con ningún vecino; sólo le conocían la voz por haberlo oído cantar. Eso sí; era buen cantor y buen guitarrero.

-¡Lástima de muchacho -decían algunos viejos aficionados a la música- que sea tan arisco y pendenciero!

Durante el día se lo veía por todas partes con su caballo y su guitarra, cantando. Por los senderos del monte, en los cañaverales, a orillas de los arroyos, en las quebradas y en las lomas.

Y al atardecer, cuando se encendía la primera estrella, salía al galope y se perdía en el camino como si huyera de la oscuridad.

Muchos se preguntaban: ¿Dónde vive el muchacho del caballo blanco y de la guitarra? ¿En qué lugar del monte tiene su guarida? ¿Quién se encontró con él durante la noche?

Cierta vez llegó como de costumbre al pueblo. Era una tarde de fiesta. A la sombra de un jacarandá se había formado rueda en torno a un forastero, quien, sentado en una piedra, tocaba la guitarra y cantaba.

El muchacho se detuvo para escucharlo. De pronto se apeó del caballo, se abrió paso entre la gente y cuando llegó al lado del forastero le dijo, desafiándolo:

-¡Cierre ese pico, amigo! ¡Aquí no hay más cantor que yo!

El forastero sonrió y sin hacerle caso siguió cantando.

Entonces el muchacho le arrancó la guitarra, la partió en dos con un golpe de rodilla y la arrojó a los pies del auditorio que, en silencio, retrocedía ensanchando la rueda.

-¡Aquí no hay más cantor que yo! —volvió a repetir.

Se incorporó el forastero. Era inevitable el duelo. Ambos, a un mismo tiempo, desenvainaron los cuchillos. Estaban frente a frente, inmóviles. Los pechos jadeantes y un fuego filoso en las miradas.

El forastero fue el primero en atacar; erró el golpe y encontró la muerte. Cayó al pie del jacarandá, mirando el cielo, enredado en las cuerdas rotas de su guitarra.

-¡Aquí no hay más cantor que yo! -gritó el muchacho del caballo blanco.

Y cuando se disponía a huir, lo detuvieron. Lo engrillaron y lo encerraron en un calabozo. Al día siguiente, al alba, escapó entre las rejas convertido en un pájaro.

Esta es la historia del chingolo. Quizá sea verdadera. Porque si lo vemos bien de cerca, observamos que aún lleva puesto un gorro de presidiario y que todavía conserva los grillos que no le permiten andar sino dando saltitos. Y desde que los gallos despiertan el día hasta las últimas luces de la tarde, vuela por los montes, por los cañaverales, por las orillas de los arroyos, por las quebradas y las lomas, como si anduviera buscando a su caballo blanco y a su guitarra.

Y aquellos que saben interpretar el lenguaje de los pájaros, dicen que el chingolo pide en su canto que le quiten los grillos y el gorro de presidiario.

Y aseguran -yo lo creo- que por eso canta.

1 comentario:

  1. Saludos, ya se escogieron a los ganadores del certamen de cuentos de discapacidad? Por favor hagan un mensaje o post y compártanlo. Gracias.

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