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lunes, 23 de enero de 2017

ERNESTO EL EMBOBADO - José María Méndez

José María Méndez Calderón (Santa Ana, 1916 – San Salvador, 2006) fue un importante abogado, docente, periodista y escritor salvadoreño. Durante su larga y fecunda trayectoria literaria publicó, entre otros, los libros Disparatario (1957), Flirteando (1969), Cuentos del alfabeto (1992), Diccionario personal (1992), Antología definitiva (1995), Juegos peligrosos y otros cuentos (1996), 80 a los 78. Cuentos de Chema Méndez (1996), La pena de muerte: un ensayo, tres cuentos y una addenda (1997) y Las mormonas y otros cuentos (1997). Dada la calidad de su obra, fue reconocido con el segundo lugar compartido del Certámen Nacional de Cultura (1963), por su libro Tres mujeres al cuadrado; fue ganador de los Juegos Florales de Quetzaltenango, rama Cuento, en tres ocasiones: en 1970 con Tiempo irredimible, en 1974 con su libro Espejo del tiempo, y en 1994 con Tres consejos, hecho que le valió la calificación de Maestre de la narrativa centroamericana. También fue galardonado con el Premio Nacional de Cultura (1979) y fue nombrado “Escritor distinguido de El Salvador” por la Asamblea Legislativa salvadoreña en 1999. Adicionalmente, fue redactor y director del periódico Patria Nueva e individuo de número de la Academia Salvadoreña de la Lengua. El cuento que aquí se publica pertenece al libro Cuentos del alfabeto (1992) y está incluido en la antología Cuentos breves latinoamericanos (1998), de donde lo he tomado.



ERNESTO EL EMBOBADO


Carátula de Cuentos Breves Latinoamericanos (1998)
Elena Estévez — española extremeña— era extraordinariamente elegante, exquisita. Emanaba efluvios enervantes; evidenciaba energía, espíritu. En escueto elogio: encantaba. Encontrándola empezaba el embrujo. Esto experimentó Ernesto Echegoyén, emigrante europeo, ex embajador estoniano. Enamoróse.

Encontrábase entonces Ernesto en el Ecuador, en "El Exeter". Ella emergió en el espejo, esplendorosa, escotada, envuelta en encajes. Efectivamente estaba en escalera.

Enardecido, exaltado, Ernesto empezó espetándole exabruptamente escandaloso exordio:

—¡Escaso ejemplar!

Ella, endiabladamente elástica, escapó, envolviéndolo en enigmático ensueño. Ernesto estaba ebrio, en eclipse, en el Edén.

Elenita empezó esquivándolo. Empero enseguida entendiéronse. Escarceos en esquinas. Enternecidas epístolas. Enojos, explicaciones. Ensueños, éxtasis, etcétera.

Epílogo: enlace.

8 comentarios:

  1. ¡ironía al cuadrado! aunque son varias las interpretaciones que se pueden extraer de la historia... ese es precisamente, el elemento que la hace excelente.

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  2. Efectivamente, Milagros, eso y el ejercicio, por demás original e inteligente, de construir el cuento utilizando únicamente palabras que comienzan con "E". Me alegra que te gustara el cuento. ¡Saludos!

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