Eduardo Liendo (Caracas, 1941) es un notable narrador venezolano, con un indiscutido lugar privilegiado dentro del ambiente literario de su país natal. Durante su trayectoria ha publicado novelas y libros de cuentos, tales como El mago de la cara de vidrio (novela, 1973) –obra que lo introdujo con gran éxito en las letras venezolanas-; Los topos (novela testimonial, 1975); Mascarada (novela, 1978); Los platos del Diablo (novela, 1985); El cocodrilo rojo (cuentos, 1987); Si yo fuera Pedro Infante (novela, 1989); Diario del enano (novela, 1995); El round del olvido (novela, 2002); Las kuitas del hombre mosca (novela, 2005); En torno al oficio de escritor (ensayo y cuentos, 2014) –de donde ha sido extraído el cuento que leerán seguidamente- y Contigo en la distancia (novela, 2014). También ha coordinado talleres literarios en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg) y en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), formando a numerosos escritores. Durante su carrera ha sido galardonado con varios premios y reconocimientos, a saber: Mención Honorífica del Premio de literatura humorística Pedro León Zapata, por el cuento El sintetizador (1978); Mención Honorífica del Premio Municipal de literatura (DF.), por la novela Mascarada (1978); Premio Municipal de Literatura (DF.), por la novela Los platos del diablo (1985); Premio Nacional de Cultura (otorgado por el CONAC), por la novela Si yo fuera Pedro Infante (1989); Premio Municipal de Literatura (DF.), por la novela El round del olvido (2002); Orden Alejo Zuloaga, conferida por la Universidad de Carabobo (FILUC 2008); Medalla Internacional Lucila Palacios, conferida por el Círculo de Escritores de Venezuela (2011); Orden Juan Liscano, Conferida por la Alcaldía del municipio Chacao, en el marco de la séptima edición del Festival de la Lectura (2015); y el Doctorado Honoris Causa en Literatura, conferido por la Universidad Católica Cecilio Acosta (UNICA) de Maracaibo, estado Zulia (2015).
Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Eduardo Liendo
VANIDAD
Todo comenzó por aquel tedioso aprendizaje del alfabeto. Quizás, entonces, el mal era curable. Estaba en la epidermis. Más tarde vino la irresponsable lectura de suplementos, aquellas interminables aventuras de El caballero del antifaz y, poco después, Tarzán de los monos, Las aventuras de Tom Sawyer, El conde de Montecristo, y otras obras por el estilo. Sin embargo, no era un niño anormal. Hubo un paréntesis en la adolescencia que hizo pensar en mi completo restablecimiento, pero por algún accidente desgraciado, la perniciosa manía se intensificó; vino la época de la nefasta familiaridad con biografías, novelas, novelines, folletones, poemarios, periódicos, diccionarios, cuentos malvados y demás formas tramposas de subyugar el alma.
Todavía existía una relación equilibrada: medio tiempo para vivir y medio tiempo para leer. Pensé, erróneamente, que el matrimonio restablecería plenamente mis necesidades existenciales y superaría ese espantoso vicio; tal vez cambiándolo por otro un poco más humano. Pero no fue así. Cada día hablaba un poco menos con Vivien y leía más, incluso en momentos completamente insospechables. La crisis llegó a su fase final, lentamente perdí la facultad de hablar con sencillez y me expresaba mediante pretenciosas sentencias. Vivien sufría y lloraba frecuentemente al observar su impotencia para recuperarme. Después dejamos de hacer el amor, aunque algunas veces, antes de dormir, yo esgrimía una docta disertación sobre las infinitas posibilidades del orgasmo. Leía casi sin interrupción y mi espalda se fue endureciendo. Las palmas de las manos y las plantas de los pies se adelgazaron de manera alarmante. El lenguaje adquirió su definitiva simbiosis con la literatura.
La última noche me despedí de Vivien con una triste mirada de resignación, ambos debíamos aceptar lo inexorable. En la mañana amanecí a su lado completamente tieso, rígidamente vertical, solemne. Ella, después del asombro, me tomó en sus manos con lástima, me abrió y dejó caer una lágrima sobre una de mis páginas.
Al día siguiente, con mucha pena me donó a una biblioteca pública; una empleada me colocó en un buen lugar, exactamente entre el Diario íntimo, de Amiel y La importancia de vivir, de Lin Yu Tang. Se cumplió así mi suprema vanidad. Vivien comparte ahora el apartamento con un amigo tan sano que ni siquiera se molesta en leer el periódico. Mientras tanto, yo espero pacientemente el instante maravilloso en que me tome en su mano una bondadosa lectora y alguna noche estar bajo su almohada.
Mi cariño sincero y agradecimiento infinito al maravilloso escritor y gran amigo Eduardo Liendo. Es un verdadero privilegio poder compartir en este espacio una muestra de lo que su pluma le ha dado a las letras venezolanas. ¡Espero que lo disfruten!
ResponderEliminarleyendo como siempre con placer el cuento de Eduardo Liendo, nuestro gran maestro, quien me ha enseñado con su fina ironía y sentido del humor que la escritura debe tomarse en serio.
ResponderEliminarLeer a mi querido amigo Eduardo Liendo es como sentarse a conversar con él, siempre es capaz de sorprenderme
ResponderEliminarSí, queridos Krina y Otto, leer y compartir con Eduardo Liendo es un verdadero privilegio. ¡Cariños!
ResponderEliminarbuenos días . agradecida de este honorable autor, por favor necesito el cocodrilo rojo, en pdf. para mis alumnos en Santiago de Chile, soy Venezolana, quiero darlo a conocer. mi correo marisolabrador6749@gmail.com .
ResponderEliminarpor favor
Quien es el emisor
ResponderEliminarQuin es el emisor
EliminarHol
ResponderEliminarMe pueden ayudar
ResponderEliminarPorque el cuento se llamara vanidaa
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