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lunes, 11 de septiembre de 2017

25 – Vicente Lecuna Torres

Vicente Lecuna Torres (Washington, 1939) es médico gastroenterólogo, graduado de Médico cirujano (1964) y de Doctor en Ciencias Médicas (1967) en la Universidad Central de Venezuela, donde además desarrolló su carrera docente. Fue director de Escuela y decano, y jefe del Servicio de Gastroenterología del Hospital Universitario de Caracas. Ha publicado 62 trabajos científicos y un libro de texto sobre su especialidad, además de dos libros de cuentos, Informes del Director de la Oficina (1988) e Informe médico (2006) –volumen que incluye el cuento que encontrarán más adelante- y una novela, Anahitá (1997).

Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Vicente Lecuna Torres



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Carátula de Informe médico (Vicente Lecuna Torres - 2006)
Recibí una invitación de unos médicos amigos para asistir al extraño preludio de un evento social que pensaban ejecutar durante el «XXV Congreso Mundial de Terapia Intensiva y Diálisis Renal», a realizarse cuatro años después en la capital. El objeto era alegrar el Congreso con una inédita innovación caribeña. Tres años antes habían hecho en la hacienda de uno de los organizadores el primer experimento: a una lapa le habían sacado toda la sangre mediante inyectadoras y drenajes, y después la habían sustituido con guasacaca fluida, que introdujeron mediante dos gruesas cánulas. La muerte ocurrió a los pocos minutos. Luego asaron la lapa a la parrilla. La salsa inyectada era la clásica guasacaca aderezada con varias especies, licuada en una Osterizer. Al año siguiente repitieron el experimento con un cabrito, pero esa vez utilizaron una bomba de circulación extracorpórea, que al mismo tiempo sacaba sangre y metía la cantidad equivalente de guasacaca. En las dos oportunidades declararon la degustación como excelente, bajo el efecto de cervezas o guarapitas preparadas con caña blanca, parchita y bastante azúcar. Requerían un tercer experimento, con observadores imparciales, antes de presentarse en el escenario internacional del congreso. Para eso me invitaron, previo el pago de dos mil bolívares por adulto y quinientos por cada menor de edad.

Olvidé el pago, la fecha y los detalles, porque parecían una locura de quienes disfrutaban de varias jubilaciones juntas. O sea, lo que uno borra. Por desgracia me recordaron varias veces el evento, y así fue que acudí un sábado en la tarde con mis hijos, con la intuición de que sería un exceso para ellos. Llegué tarde a propósito a una vieja hacienda, en el camino a oriente, tomando la vía al norte, justo antes de la salida de Machurucuto. Al llegar encontré que bajo la sombra de altos samanes, mangos y matapalos había una gran mesa de cemento liso, como un altar celta, más alta que una mesa normal. Ocho o diez hombres trataban de montar una ternera sobre ella, con dificultad, por lo resbaladizo del sitio de trabajo. La lluvia de la noche anterior había humedecido todo.

El equipo quirúrgico estaba constituido por tres bomberas, es decir, enfermeras que manejan los aparatos de bombeo, dos enfermeras instrumentistas vestidas de verde y una auxiliar de anestesia, que asistían a los anestesiólogos y cirujanos cardiovasculares, también de verde, quienes antes de empezar impartieron una clase sobre la anatomía del sistema cardiovascular de los bovinos.

La ternera fue debidamente dormida por un anestesiólogo y quedó con las vías arteriales y venosas canuladas por tubos de plástico, que tenían fecha de vencimiento más que cumplida. También prepararon la bomba extracorpórea para extraer la sangre y meter la guasacaca. La bomba manual utilizada fue el primer modelo que llegó al país hace más de cincuenta años, decían ellos. Estaba obsoleta y desechada. Todo el material utilizado provenía del depósito de bienes nacionales del Hospital de Niños.

La guasacaca tenía consistencia muy fluida por el exceso de agua sobre el aguacate, la cebolla, el tomate, el ajo, la salsa inglesa, un poco de mostaza en polvo, la onza de limón y la pimienta negra. La bomba de circulación extracorpórea manejaría a plena satisfacción ese tipo de mezcla. Pero un patólogo comentó que la guasacaca todavía era demasiado espesa, que no llegaría a los capilares, sino que se detendría en las arteriolas. Eso afectaría el sabor, en especial porque la carne fresca es dura. Pero nadie le hizo caso.

Justo cuando la anestesia general había logrado su objetivo y los cirujanos habían colocado todos los catéteres, un camillero, por descuido, volteó de una patada la olla de acero inoxidable con los veinte litros de guasacaca, que se derramaron hacia una acequia, transformando su límpida y transparente corriente que permitía ver las piedras y la arena, en un extraño líquido verdoso. Era como un cuadro impresionista interpretado por Kurosawa. Los niños, aterrorizados, se agruparon con cada mamá, como pollitos alrededor de una gallina.

De inmediato salió en jeep, una comisión al pueblo a comprar los ingredientes para preparar otra guasacaca, aunque los aguacates fueran de menor calidad. Mientras tanto la ternera dormía, asistida por un ventilador automático. A la vista de estos hechos nos fuimos atrás y realizamos con los niños un caluroso paseo de una hora por un cerro vecino, donde varios araguaneyes en flor cubrían de amarillo el espacio que dejaban los samanes. Los árboles estaban intercalados de forma desordenada. Al regresar tomamos al menos dos refrescos. Todo había terminado.

Nos enteramos de que el lomito y el solomo nunca aparecieron. Sólo repartieron unas costillas con materia fibrosa, sin olor ni sabor a guasacaca. Habíamos pagado dos mil bolívares por adulto para degustar la ternera transfundida y sólo sirvieron piezas del costillar sobre platos plásticos, generosamente acompañadas con yuca, casabe, hallaquitas y mojos dulces y picantes.

Al descubrir la desaparición del lomito y del solomo salió una segunda comisión de indignados y ahora ebrios cirujanos a buscar al ladrón. Después de media hora encontraron al prefecto de Caucagua, en la piñata de un nieto. El funcionario señaló que el único sospechoso era el carnicero del pueblo, quien había realizado la disección con un ayudante, mientras todo el mundo bebía sin compasión. Los mandó a arrestar con los dos policías del pueblo en el mismo jeep de la comisión, porque la radiopatrulla tenía diez años dañada. Una vez capturados, registraron las casas de los sospechosos y el matarife demostró tener solamente el cuero y las patas, que le corresponden por derecho cuando hace un trabajo gratis. El ayudante era su hijo menor de edad y vivían juntos en el mismo rancho. La comisión regresó a la hacienda. Unas cien personas, sorprendidas por la evolución del caso, reclamaban, aunque fuera, un pedazo de carne.

En medio de la confusión vimos la ruidosa escapada de un Mustang rojo del 55, conducido por el jefe de los cirujanos cardiovasculares, acompañado por su compinche y las tres bomberas sentadas atrás, patinando y dejando con los cauchos la marca de un ocho sobre el barro y un fuerte humo negro de aceite quemado en el aire. A los pocos minutos el comité de eventos sociales decidió eliminar del programa del «XXV Congreso Mundial de Terapia Intensiva y Diálisis Renal» la fiesta del animal a la brasa con salsa interna, porque los alemanes y norteamericanos invitados probablemente no iban a reconocer ese procedimiento como original o divertido. Además, en aquellos tiempos, crecía la influencia de los ecologistas.

Salimos al atardecer, mejor dicho, cuando era de noche, tristes por un espectáculo difícil de explicar a los niños sentados atrás, silentes, asustados y hambrientos. Luego se durmieron y comenzaron las pesadillas.

5 comentarios:

  1. ¡Que caray! esperaba más acción durante la intervención de la ternera.

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  2. Esta historia produce un genuino espanto. ?Es una crónica o cuento de ficción?

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  3. ¡Gracias por sus comentarios! Krina, según sé, es un cuento de ficción que se basa en un hecho que efectivamente sucedió. Al menos eso me dijo el hijo del escritor. Esperemos que la realidad no haya sido tan "espantosa", ¿no?

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  4. A muchos se les olvida que en nuestro país la realidad supera con creces a la ficción. Conozco al Dr. Lecuna, es un hombre serio y le creo todo lo que diga

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