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lunes, 9 de octubre de 2017

CRISIS DE IDENTIDAD – Menena Cottin

Carmen Elena Rodríguez Sanabria de Cottin, mejor conocida como MENENA COTTIN (Caracas, 1950). Estudió diseño gráfico en Caracas, en el Instituto de diseño Fundación Neumann. Luego de realizar cursos de escritura e ilustración de libros para niños en Parsons School of Design, y de animación tradicional en Pratt Institute, ambos en la ciudad de New York, comenzó a crear libros para niños. Es autora de “El Libro Negro de los Colores” (2006), traducido en 19 idiomas, ganador de múltiples premios, como lo son: New Horizons Award (Feria del Libro Infantil de Bolonia, 2007); Prix Littéraire de la Citoyenneté (Francia, 2008); Top Ten Children’s Books (New York Times Book Review, Nueva York, 2008); Diez mejores libros (Banco del Libro, Caracas, 2007); Premio ALAS-BID 2015 (Banco Interamericano de Desarrollo a la mejor publicación infantil, Washington DC, USA). Autora, ilustradora y diseñadora de más de 30 libros infantiles publicados en Venezuela, México, Colombia, Brasil, Perú, Guatemala, España, Italia, Francia, Portugal. También ha publicado narrativa para adultos que comprende cuentos, novelas, y el libro autobiográfico “Cierra los ojos que vamos a ver” (2013), del que además produjo la versión en audio libro (2016). En el medio digital, Menena Cottin, junto a su hijo Alfredo, es creadora de And Then Story Designers, editorial que ha producido cinco libros digitales, todos de su autoría, entre los que se encuentra “Doble Doble”, ganador de Mención especial en la Feria del libro infantil de Bolonia, 2014. Menena Cottin vive entre Caracas y Miami con su esposo. Tienen dos hijos, dos nueras y cinco nietos. El cuento que aparece en seguida pertenece al libro Historias ajenas (2009).

Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Menena Cottin.



CRISIS DE IDENTIDAD


Carátula de Historias ajenas (2009) de Menena Cottin
La verdad es que yo he resultado ser un híbrido bastante equitativo. Fui concebido dentro del más genuino binomio de paz y amor pero soy nieto del férreo yugo de Isabel la Católica. En los 34 años que llevo viviendo, he sido capaz de protagonizar los más osados pensamientos de la liberación hippie, pero nunca me he atrevido a pronunciar una mala palabra en español por miedo a caer en las ollas del infierno. Sin embargo, en inglés sí me permito esos excesos, porque tales palabras me las enseñó mi padrino, “las groserías gringas no son pecado”, me dijo. A él le debo esa exoneración, y mi segundo nombre, uno de los responsables de mi crisis de identidad.

Sé que el nombre que a uno le imponen al momento de nacer nos marca el carácter y por ende el destino. Sucede así, como por arte de magia, como si junto al nombre dispararan un par adicional de cromosomas a la carga genética, y otro par de satélites a la carta astral de ese nuevo ser. Al instante en que la madre, o el padre, o ambos, toman por primera vez aquel pequeñito indefenso entre sus brazos, y con voz hinchada de ternura anuncian su nombre, sentencian también su suerte. Yo lo confirmo y lo digo con propiedad. Nací en plena era de acuario, entre música de los Beatles y olores de marihuana, bajo el manto de las estrellas a la orilla de una playa. Contaba mamá, con lágrimas en los ojos, que en vez de gritos de dolor ella entonaba la canción Imagine, como invocando al espíritu de John Lennon. Apenas había yo asomado la cabeza cuando dictó mi nombre: “te llamarás Único, porque no habrá nadie en esta tierra como tú”. Entonces mi padre entró en un estado de trance, y como en cámara lenta murmuró: Único… Único… Unicornio me gusta más”. Y tras aquel arrebato de creatividad, abrazó a mi madre que alucinaba de emoción, confundiendo ambos sus lágrimas y sus largas cabelleras. Mi padre no dudó en elegirme de padrino a su mejor amigo, Jaime, quien se hacía llamar Jimi, por el Hendrix, y que al conocer mi nombre decidió ampliar mis horizontes agregando uno de origen sajón. “Vamos a ponerle también Window, para que aprenda a hablar inglés”, idioma del cual él sólo conocía, además de las groserías, aquella canción infantil cuya segunda estrofa reza: ventana-window, puerta-door, maestra-teacher y piso-floor. Ahora, yo me llamaba Unicornio Window.

Otra que alucinó, pero de horror, fue mi abuela materna, María José, en cuya sangre gallega se revolvieron todas las ánimas del purgatorio negándose a aceptar aquel nombre profano para su “único” nieto, “porque, así como mis padres me han protegido con los nombres de María y José, así deberé yo protegerte de los males de este mundo. Ya que has nacido el día 16 de julio, que sea Nuestra Señora del Carmen la que te cubra con su manto”. Entonces pasé a ser Unicornio Window del Carmen. Fue así como me inscribieron en el registro civil, con el nombre completo de Unicornio Window del Carmen Moreno Bello.

Tampoco era una herencia liviana la de mis apellidos. Una vez que entré en primer grado, aparecí en la lista como Unicornio W. Moreno B., mis compañeros se extrañaban y preguntaban por qué yo me llamaba así. Las maestras me protegían explicándoles que así como algunas niñas se llamaban Margarita o Rosa, que eran flores muy lindas, así yo llevaba el nombre de un animalito muy bonito, una especie de caballo con un gracioso cuerno en la frente. Este cuento funcionó bien hasta que llegué al tercer grado, cuando me enamoré de María Antonieta, la niña con el nombre más conservador de toda la clase, y que pronto me dejó por Luis, así pelado, Luis sin número romano, un chico con pinta de francés. Ya entonces mis compañeritos comenzaron a prestarle más interés al cuerno que al caballo.

Gracias a Dios que me cambiaron de colegio y pedí a mi madre que me inscribiera con mi segundo nombre. Así aparecí en la lista de bachillerato como Window del C. Moreno B. Fue justamente cuando comenzamos las clases de inglés. Poco duró mi tranquilidad, pero preferí aguantar el ser “ventana” que probar suerte con mi tercer nombre. Y aunque muchas fueron las soeces conjeturas para desvelar la palabra que comenzaba con la intrigante partícula “del C.”, mis compañeros nunca lograron descubrir el verdadero nombre. Creo que fue la propia Virgen del Carmen la que me protegió de una nueva humillación sólo comparable a la del cuerno.

Con el boom de las computadoras y la era de Bill Gates, mi nombre “Window“ comenzó a sonar interesante, así que saliendo de bachillerato le agregué una “s” al final para actualizarlo. Me registré en la Universidad, en la escuela de Comunicación Social como Windows Moreno Bello. Mi segundo apellido nunca lo había utilizado hasta entonces, por miedo a la expectativa que pudiese ejercer en alguna chica que escuchara dos adjetivos tan elocuentes. Pero ya a estas alturas de mi vida, mis músculos comenzaban a parecerme suficientemente desarrollados como para probar si el Bello resultaba verosímil a mis futuras compañeras, ya que el Moreno sincronizaba perfectamente con el color de mi piel.

La vida universitaria me trajo algunas sorpresas, entre las más gratas, el descubrir que la margariteña que llamaba mi atención, y la de casi todos los machos de la facultad, estaba en mi clase. Era una morenaza de ojos aguarapados, cuyo cuerpo reproducía casi a la perfección el paisaje de su isla natal mediante curvas descomunales repartidas a lo alto de su casi 1.80 de estatura. Ella también parecía haber notado mi presencia, yo me senté a su lado e intercambiamos miradas. Ambos esperamos atentos a que el profesor pasara la lista. Fue entonces cuando lo escuché por primera vez. No podía ser más atinado el nombre de aquella panorámica mujer: Topless María Guevara.

Volvimos a cruzar miradas, y ahora también sonrisas. “Lo de María, porque nací un primero de enero, día de Santa María Virgen, lo de Guevara fue una feliz coincidencia”, me comentó complacida.

Fue precisamente ella, Topless María, quien logró congraciarme con mi tercer nombre, el que me dio mi abuela. “Mira moreno bello, me gusta tu nombre Windows, es de lo más inteligente, pero si naciste un 16 de julio, lo que es mi abuela te hubiera puesto Carmelo, porque ese desaire no se le hace a la Virgen del Carmen, si no, te cae la pava…”, y sellando su felicitación con el beso más delicioso que mi boca pudiera imaginar, me dijo: “¡Feliz cumpleaños Windows del Carmen!”

Ya sólo un nombre me quedaba pendiente. El Unicornio, que se me había perdido, lo encontré gracias a Silvio Rodríguez, a quien tuve la oportunidad de entrevistar en la estación de radio para la cual trabajo. A él no pude menos que revelarle mi primer y verdadero nombre. Emocionado hasta las lágrimas, me dijo: “Unicornio, lástima que no seas azul sino Moreno”.

Me ha tomado 34 años madurar mi identidad, pero al fin lo he logrado. Hoy me acompaña mi madre. Viene a conocer a su primer nieto que acaba de nacer. Parada junto a mí observa con atención al niño que carga Topless María en sus brazos. Sonríe tiernamente y pregunta: “¿cómo se llamará?”

6 comentarios:

  1. Gracias infinitas a mi admirada escritora Menena Cottin, por permitirme compartir este cuento suyo con todos los lectores del blog. ¡Que lo disfruten!

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  2. Gracias,Adriana. Cada lunes espero leer un nuevo cuento o crónica, además de, bien sea, reencontrar o conocer un escritor o escritora de Latinoamérica.

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  3. Gracias por compartir ese lúdico cuento. Habiendo estado hace algunos años en Margarita, cuando leí: "Topless María Guevara." me hizo reír de lo lindo por la ocurrencia, pues en esa isla pude apreciar los dos montículos, llamados: "Tetas de María Guevara" y escribí un cuento en donde los menciono. Cordialmente, Chente.

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  4. Aquí: http://unionhispanomundialdeescritores.ning.com/m/blogpost?id=2659438%3ABlogPost%3A615506 puedes leer el cuento en donde menciono las Tetas de María Guevara. Cordialmente, Chente.

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  5. Gracias por sus comentarios, Ligia y Vicente. Me alegra saber que han disfrutado de este y los demás textos que he publicado. Y gracias particulares por el link al texto, lo disfruté mucho! Saludos y hasta próximas lecturas.

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  6. Me encantó...¡Cómo me reí!...¡Bravo por Menena!

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