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lunes, 23 de abril de 2018

LA SEMILLA DE LA INFELICIDAD – Ana Teresa Torres

Ana Teresa Torres García (Caracas, 1945). Psicóloga, docente y escritora venezolana. A lo largo de su amplia y fructífera trayectoria literaria, ha publicado, entre otros, los libros El exilio del tiempo (novela, 1990); Doña Inés contra el olvido (novela, 1992); Malena de cinco mundos (novela, 1997); Los últimos espectadores del acorazado Potemkin (novela, 1999); La favorita del señor (novela, 2001); Cuentos completos (1966-2001), (2002) –volumen que reúne toda su narrativa breve y del que he tomado el cuento que leerán a continuación-; Nocturama (novela, 2006) y La escribana del viento (novela, 2013). Textos suyos han sido incluidos en publicaciones periódicas, medios digitales y diversas antologías; y su obra ha sido traducida al inglés, francés, alemán y portugués. Su trayectoria y su obra han sido distinguidas con reconocimientos como: Mención en el Concurso de Cuentos del diario El Nacional, por el cuento Los quehaceres de la tarde (1973); Primer Premio del Concurso Anual de Cuentos del diario El Nacional, por el cuento Retrato frente al mar (1984); Premios de Narrativa del Concejo Municipal del Distrito Federal de Caracas, y de Narrativa del Consejo Nacional de la Cultura, por la novela El exilio del tiempo (1991); Premio de Novela inédita de la I Bienal Mariano Picón-Salas (Mérida, Venezuela), por la novela Doña Inés contra el olvido (1991); Mención de Finalista en el Concurso de Novela Erótica La Sonrisa Vertical inédita de la Editorial Tusquets (Barcelona, España), por la novela La favorita del señor (1993); Mención de Finalista en el Concurso de Novelas escritas por mujeres Sor Juana Inés de la Cruz de la Editorial Indigo y Cote-Femmes y la Escuela de Escritores de Guadalajara, México, por la novela Doña Inés contra el olvido (1994); Premio Pegasus de Literatura a la mejor novela venezolana de la década, otorgado por la Mobil Corporation, por Doña Inés contra el olvido (1998); Premio Municipal de Narrativa de la Alcaldía de Caracas, por la novela Los últimos espectadores del acorazado Potemkin (1999); Residente del Bellagio Study & Conference Center (Italia) de la Fundación Rockefeller y beca de viaje del Roberto Celli Memorial Fund para trabajar con Yolanda Pantin en el proyecto Antología crítica de escritoras venezolanas contemporáneas (sept-oct, 1999); Premio Anna Seghers, por su obra general (2001); Incorporación como Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua (2006); Doctorado Honoris Causa en Literatura por la Universidad Católica Cecilio Acosta (2010); Mención del Premio de los Libreros 2013, en narrativa, por La escribana del viento (2014); Premio de la Crítica a la novela del año 2013, por La escribana del viento (2014).

Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Ana Teresa Torres



LA SEMILLA DE LA INFELICIDAD

Cuento de hadas para una niña

Carátula de Cuentos completos 1966 - 2001 (el otro el mismo - 2002) de Ana Teresa Torres
Érase una vez la historia de un reino. Llegó al palacio un mago corre caminos, de esos que arrastran el polvo de muchos días y la sal de los siete mares. Burtafán se llamaba. Algunos le atribuían origen turco a su nombre, otros pensaban que era un judío sefardita, hubo quien creyó en una más ilustre genealogía y lo emparentaba a la casta de los brahamanes indios. En la incógnita de su proveniencia residía parte de su poder e influencia como sucede con casi todos los héroes. A quienes trataban de precisar su origen, Burtafán sonreía enigmático. Los más sutiles hubieran entendido en su mirada la difícil mezcla de humillación y arrogancia. Siendo mago de profesión vagaba con un cofre repleto de artimañas y mejunjes, polvos de culebra seca, pestañas de perro negro, piedras de la buena suerte, yerbas para el mal de parto, pócimas para el buen amor, aros de metal para el reumatismo, polvos para la maledicencia, bálsamo para la sarna, y otras muchas magias que Burtafán aprendió en su corre correr por el mundo. Pero como todo hombre tenía un deseo recóndito, profundo e inconfesable que sus muchos poderes no le habían concedido: quería hacer crecer una planta estéril.

De niño recogió en un desierto la semilla de una planta de hermosas flores, las más bellas, las únicas flores que nacían en la región junto a los frescos oasis. La encontró por casualidad, como casi todas las cosas que después nos hacen sufrir, y la llevó a un viejo sabio que sin ser mago, entendía de predicciones y maleficios.

- Burtafán –le dijo el viejo sabio- has encontrado la semilla de la infelicidad. Todo aquel que la encuentra se condena a buscar el oasis donde nació la planta, y tú sabes, porque conoces el desierto, que muchos oasis son producto de los sueños del hombre. Si la planta dio vida alguna vez no lo sabrás pues fue el sueño de un sediento.

- La encontraré –contestó Burtafán.

Y desde ese día se inició en las artes y artilugios de los magos y brujos con la sola idea de encontrar un sueño perdido, en el cual apareciera un oasis, el oasis que vio nacer a la planta. Pero pronto entendió que sus maestros eran meros empíricos del arte y que lo practicaban con fines lucrativos, no muy bien remunerados. Debo encontrar un mago de vocación, que quiera realmente desentrañar misterios y hacer milagros, pues los que conozco sólo me enseñan milagrerías de corto alcance. Y, uniendo la teoría a la práctica, comenzó a leer la vida de Jesús, de Buda y de Mahoma, pues en ellos sí tenía fe porque también habían recorrido caminos de polvo y aplastado culebras con los pies descalzos. Y así llegó hasta la India donde había oído vivían los hombres más viejos y sabios que más conocían de sueños e ilusiones, pues sólo se dedicaban a meditar y comían ramas secas y punzantes sin sentir dolor. Todavía era un hombre joven, no mayor de treinta años, y los pies le sangraban y el estómago le gritaba cuando ascendía entre picos y rocas desnudas a la cueva más alta del mundo donde habitaba el Lama más soñador.

El Lama conocía todas las lenguas, no por estudio sino porque tanto había pensado que había agotado las posibilidades de la suya y había reestructurado todas las demás, en su afán de encontrar formas apropiadas para sus infinitos conceptos. Y aun así no lo había conseguido y se había dado a la tarea de inventar nuevas lenguas con la esperanza de morir habiendo puesto en palabras su prodigioso pensamiento. Por eso entendió la búsqueda de Burtafán y al verlo le habló así:

-Sé a qué has venido. Yo también fui condenado en mi niñez a buscar el imposible y ya, siendo un viejo, no puedo bajarme del carro de infinitas ruedas. Pero eso es otra historia que aún no debes saber, dime, Burtafán, si mi casi infinita sabiduría puede serte de ayuda.

Burtafán estaba emocionado y escogió muy cuidadosamente sus palabras:

-Aunque tú lo sabes todo, Lama, quiero decirte que he recorrido mil caminos desde mi niñez buscando al hombre que pueda dirigir un sueño, pues busco el sueño de otro y casi he perdido la facultad de conciliarlo.

-Quien te trajo hacia mí conocía de estas cosas. He vivido entre sueños y creo conocerlos todos. En mi mente los guardo. Dime cuál es el tuyo.

-Mi sueño, Lama, es un sueño del desierto. Quien soñó con agua y vergeles sabe dónde puede nacer la semilla que llevo desde la infancia.

-Tu semilla es estéril porque no ha encontrado el vientre necesario. Encontrarás el agua que le dio la vida y volverán a nacer las mismas flores.

-¿Y dónde está esa agua?

-Los sueños de agua son sueños de mujer. Busca en los palacios del mundo y allí donde encuentres una mujer virgen de hijos pregúntale cómo regar tu planta estéril.

Y nada más dijo el Lama. Se esfumó para siempre en una cortina de sueños y Burtafán comprendió que un nuevo alfabeto estaba a punto de nacer y que ya él tenía la clave del secreto, más misterioso e inalcanzable que nunca. Había sido hasta ahora parlanchín y enmendador de entuertos para pobres y no hallaba cómo penetrar en las mentes de los ricos que habitaban los palacios.

Quienes venían a mí –se decía- eran pobres gentes, de peor destino que el mío, a quien una pócima o un polvo de alacrán podía sacar de la desesperanza, pero ahora tendré que inventar nuevas artes para embrujar a los poderosos y que me abran así las puertas de los palacios, pues en uno de ellos está la mujer que soñó con mi planta.

Y cavilando en el cómo hacer creó una trama: a nadie diré que soy hijo del desierto, que mamé leche de camella y me criaron los mozos de las caravanas. Una condición tan pobre e incierta puede despertar desconfianza. Seguiré mi destino de hombre sin nombre y seré sólo Burtafán, de quien todos pueden decir a dónde va pero ninguno de dónde vino. Así Burtafán podrá ser el hijo de un rey o de un sabio tanto como el feto abandonado a orillas de una caravana de traficantes de ovejas. Hablo muchas lenguas, visto en diferentes trajes, seré para todos el esperado y a las princesas les haré creer que quien haga crecer la planta encontrará al príncipe azul.

Y así emprendió un nuevo recorrido, a espaldas de los pobres, y venteando siempre el olor de generosos hornos donde sabía habría siempre gansos y patos y otros manjares propios de la condición de palacio. En todos cuantos visitó fue siempre bien recibido y los reyes lo agasajaban y las princesas lo enamoraban, pero en todos ocurría siempre la misma historia. Cuando Burtafán les hablaba de su planta las princesas saltaban de alegría y todas exclamaban: - Burtafán, yo haré crecer tu planta. Sé mucho de estos cuidados, mis rosas son las más rojas, mis lirios los más altos, mis palmeras las más sombrías. Tu flor crecerá en mis manos. Y todas se dedicaban al trabajo, espoleadas por los reyes que concebían ya el más próspero enlace para sus princesas.

-Haré traer los jardineros más hábiles del reino –decía el rey.

-Mis doncellas ablandarán la tierra con sus delicadas huellas –decía la reina.

-Dedicaré mis horas a verla crecer –decía la princesa.

Pero pasaba el tiempo y la semilla no crecía.

-Estos jardineros son hombres estúpidos y sin inclinación. No los quiero más a mi servicio –se enfurecía el rey.

-Mis doncellas son niñas embobadas. Sólo piensan en tonterías y no ponen afán en la tarea. No las quiero más a mi servicio –se enfurecía la reina.

-Esta planta es muy ingrata. Me siento a contemplarla todas las tardes y no quiere crecer. No la quiero más en mi jardín –se enfurecía la princesa.

Burtafán les rogaba paciencia para él y los sirvientes pero pasaba el tiempo y la planta no crecía.

-Este desconocido nos engañó. La planta es estéril. Vive aquí de mi generosidad a costa de una mentira. No lo quiero más en mi palacio –decidía el rey.

-Este hombre es de origen incierto. No es digno de nuestra confianza. No lo quiero más en mi palacio –decidía la reina.

-Burtafán es un payaso, un ridículo fabricante de leyendas. Su príncipe azul ha de ser tan fatuo como él. No lo quiero más en mi palacio –decidía la princesa.

Y así una y otra vez Burtafán era expulsado de los palacios de oro y mármol, de grandes piedras grises y corales. El pelo se le blanqueaba, el caminar era más lento y el mundo se vaciaba de reyes y princesas. No la encontraré nunca –lloraba-, me hago viejo y no puedo salir de mi condena. Este es el carro de infinitas ruedas que me anunció el Lama. Esta es la semilla de la infelicidad que me predijo el viejo.

Quedaba un solo palacio en el mundo, muy alejado y remoto a donde nadie acudía porque sus reyes eran ya viejos, sus princesas marchitas, sus despensas exiguas.

-No vayas allá Burtafán –le decía la gente del pueblo. Allá hay solo hambre y sed. Tú eres el esperado, el mago de palacios de oro y mármol.

Pero Burtafán pensó: Quizás allá me esperan también, ya me duelen las plantas de los pies, quizás en la muerte termine mi condena. Y en un último esfuerzo enderezó su marcha y llegó al palacio.

-No tengo jardineros a mi servicio –dijo el rey- pues apenas comemos las yerbas que nacen salvajes de la maleza.

-No tengo doncellas para cuidar de mis vestidos –dijo la reina- pues apenas me visto con los sacos que dejan los caminantes.

-No deseo un Príncipe Azul –dijo la princesa –pues apenas soy digna de un pordiosero, pero cuéntame tu historia y la de la planta y quizás pueda ayudarte.

Y Burtafán les contó la verdad, que era hijo del desierto, que encontró la semilla de la infelicidad en su infancia, que había recorrido el mundo con su magia para ganarse la vida y que desde los 30 años buscaba una mujer virgen de hijos que soñara con agua, con un oasis del desierto donde pudiera nacer su planta. Y que no tenía ningún príncipe que ofrecerle, a lo sumo algunos trucos o pócimas pero de uso incierto como su origen. Y entonces la reina se acercó y le dijo:

-Burtafán, tu origen no es incierto. Planta tu semilla debajo de mis pies y crecerán las mismas flores que soñé cuando naciste, las flores del oasis en el que fuiste perdido y encontrado.

Y Burtafán, el esperado, vio crecer la planta y salieron las flores, las más bellas, las únicas del desierto.

4 comentarios:

  1. Gracias por compartir y darnos a conocer las facetas literarias de tantos escritores. Con aprecio, Chente.

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  2. Este cuento me parece exquisito, un verdadero deleite; una buena excelente elección y propuesta para dar a conocer en el blog a Ana Teresa Torres (excelente escritora venezolana), sin duda una de la mejores escritoras venezolanas.

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  3. Gracias a todos por sus lecturas y comentarios. Efectivamente, Ana Teresa Torres es una de las voces más sólidas de las letras venezolanas, y es un verdadero placer y un privilegio poder contarla entre los autores publicados en este espacio. ¡Mi agradecimiento especial a ella, por su magia en este cuento!

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