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lunes, 24 de diciembre de 2018

LA NAVIDAD QUE YO RECUERDO - Claudio Nazoa

Claudio Nazoa
Claudio Nazoa (Caracas, 1950). Humorista, chef, articulista y escritor venezolano. Ha publicado los libros Mesa de Aguinaldo (1986); La culebra Coralia (1988); Juan Plata y el burrito Guásimo (1988); Santa Cocina (1989); Como arroz (1995); Noche de pan (1995); Quién se ha llevado mi papelón (2003); Artículos de cocina (2004) y Mi vida de monja (2004). Es articulista del diario El Nacional, de Venezuela, y colabora con diversos medios digitales. Ha ganado en varias ocasiones el Premio al Mejor Articulista de Humor del Año y al Mejor Artículo de Humor del Año. El texto que disfrutarán a continuación forma parte del libro Cuentos de Navidad, publicado por Los Libros de El Nacional (2004).

Crónica que se publica íntegramente, con la autorización de Claudio Nazoa.



LA NAVIDAD QUE YO RECUERDO


Siempre me han parecido chocantes-depresivas las personas que dicen odiar la Navidad. Le echan la culpa de sus frustraciones al fin del año, dicen no tener qué celebrar pero a la vez, tienen la esperanza de que el próximo año les vaya mejor. Realmente son sentimientos encontrados, primero porque la Navidad existe aunque nosotros no queramos que exista y por lo menos en este lado del mundo, ese día, no sólo se refiere a la fecha de nacimiento del Niño Jesús. No. Para el venezolano, la Navidad representa el final de un año dentro del cual, por supuesto, también se celebra el día 24 de diciembre. Pero en Venezuela la Navidad comienza casi el 15 de noviembre, es como si fuera viernes en la tarde, la gente se comienza a preparar para que pasen cosas buenas, hay esperanza, flota como una alegría, a veces sin base, en el ambiente.

Volviendo al tema de los sentimientos encontrados de las personas que dicen no gustarle la Navidad, hay un segundo aspecto contradictorio en el sentimiento anti Navidad; cuando algunas personas comentan: "Es que este año fue muy pavoso, ojalá el próximo año se me quite la pava que tengo encima". Es una contradicción ese pensamiento porque mientras dice que le va mal y que no tiene nada qué celebrar, también cree que el hecho de comenzar un nuevo año le va a dar el chance de recuperar su buena suerte en la vida, como si eso dependiera del final y el comienzo de un nuevo año. Hasta sin querer nos hacen creer que lo malo ya pasó y que ahora, a partir de este nuevo año, las cosas van a cambiar, es decir, hay esperanza de cosas buenas.

La Navidad que conocemos es esencialmente una época de esperanza, de ganas de mejorar y se nota hasta en los hogares más humildes; la gente pinta sus casas, se compran "un estreno", ponen un detallito que recuerde la Navidad y el Año Nuevo, cocinan diferente durante casi todo el mes de diciembre y también tienen ganas de escuchar una música especial para ese mes, compran regalitos y los niños están pendientes del Niño Jesús, en fin, nadie o casi nadie se escapa de su influjo.

Vengo de una familia de las que llamaban de izquierda, y contrario a lo que mucha gente pueda pensar, para mi familia y para mí en particular, siempre fue y ha sido muy importante la celebración de la Navidad. Mi padre, Aquiles Nazoa, nunca fue católico militante, pero sí era militante con las tradiciones de nuestro país y sobre todo con las tradiciones navideñas.

Cuando tenía aproximadamente seis o siete años, nadie me dijo que lo hiciera, comencé a fabricar los nacimientos todos los años en mi casa. Empezaba a finales de noviembre a fabricar las casitas de corcho y cartulina, así como las figuritas que las hacía de barro y aunque parezca embuste, más de una vez tuve la suerte de que en la hechura de mi nacimiento contara con la "ayuda" de artistas plásticos como Jacobo Borges, Alirio Palacios o de mi maestro querido, el viejo Luis Lucsik, quienes afortunadamente muchas veces compartieron con nosotros necesidades, sueños y alegrías y por supuesto, no podían escaparse a la hora de vestir de Navidad nuestra casa. Por esa época también recuerdo que en mi escuela, "República del Ecuador", hicieron un nacimiento viviente y yo me auto propuse, para hacer el papel de San José. Me pusieron una bata marrón larga como la de un capuchino y como no tenía barba, le arranqué la oreja a un osito de peluche bellísimo que tenía mi prima-hermana Claudia, cosa que aún no me ha perdonado. Los actores de aquél nacimiento íbamos de salón en salón por toda la escuela cantando aguinaldos, el Niño Jesús era un muñeco de goma que lo llevábamos envuelto en una sábana que la sacó sin permiso de su casa, la muchacha que hacía de Virgen María. Nadie, óigase bien: nadie que realmente sea venezolano, se puede escapar a la exquisita cocina navideña, valga la redundancia, venezolana.

Les voy a contar de la reina y del rey de la cocina navideña: la hallaca y el pan de jamón.

¿Quién no recuerda el alboroto feliz que se armaba y se arma en las casas venezolanas a la hora de preparar las hallacas? Todo el mundo colabora a su manera. Quizás el hecho que más une a la familia tradicional en Venezuela, sin darnos cuenta, es cuando se hacen las hallacas. Se jerarquiza la casa: repentinamente las personas mayores toman las riendas de lo que hay que hacer. Nadie duda que la hallaca más sabrosa del mundo es la de "mi mamá y mi abuela, y no es por nada, pero mi suegra hace unas hallacas increíbles".

En ese memorable día de diciembre, día de hacer las hallacas, los hombres de la casa junto a los muchachos, se levantan más temprano y las mujeres los mandan lista en mano al mercado. Entre tanto, las mujeres de más experiencia, acomodan todo en la casa para hacer las hallacas, es decir: limpian y unen varias mesas, luego con un trapito se "fajan" Y a limpiar las hojas que fueron compradas por una tía de la familia que no vive en la casa, pero es experta en hojas de plátano y tiene como tres días en esas lides. De las hojas siempre hay quejas: "Este año estas hojas están malísimas y carísimas", "estas hojas están mal ahumadas y rotas, vamos a tener que remendarlas".

Así, hasta que llegan los hombres con el "perolero", entonces sí que se arma el atajaperros: se sancocha y se desmenuza la gallina y la carne. De la gallina también hay quejas: "Esta gallina es contemporánea conmigo", —decía siempre mi abuela Micaela. Se cocina el guiso del cual todo el mundo dice ser experto: "que si está muy dulce,", "que si está salado", "que si está muy aguado" "que si está muy espeso". Se ponen montones de platicos sobre las mesas, las cuales por razones misteriosas, nunca hay un borde que coincida con el otro, allí vemos: pasas, aceitunas, almendras, pedacitos de pimentón, tocino, gallina o pavo, pedacitos de jamón serrano.

La casa se convierte en un templo dedicado a la oralidad (diría un psicólogo). Todo está invadido con la hechura de las hallacas, nadie puede moverse porque molesta, pero tampoco se puede ir porque puede hacer falta, si a alguien le da sueño o se fastidia tiene que disimular porque es tildado de flojo o falto de colaboración, hay comida de hacer hallacas por todos lados, pero nadie puede probar nada porque siempre las mujeres dicen: "¡Chico no te comas tal cosa porque es poquito, ayuda a amarrar!". Y así se pasa todo el día, hasta que ya al final de la tarde o a comienzos de la madrugada, ¡por fin! podemos probar las hallacas y los bollos que se hicieron con todo lo que sobró. Aquí también se presentan problemas, porque las famosas marcas que se le hacen a los bollos picantes, siempre se olvidan con el zaperoco y comerse un bollo es como jugar a la ruleta rusa.

La primera hallaca, generalmente, la prueba el hombre de la casa. El momento es de mucha tensión cuando se abre el envoltorio y se deja ver el pastel navideño venezolano:

—Oye, se ve bien... por lo menos por el color...

—Cuidado y te quemas que está muy caliente...

—¡Ven que las hojas estaban buenas...! —grita la tía que fue objeto de crítica durante todo el día.

—¡Pero déjenlo que pruebe! —grita otra.

—¡Y nosotros no vamos a comer! —gritan los niños.

—¡No! Ya ustedes comieron perros calientes a las cuatro, no creo que tengan hambre a esta hora.

—¡Pero mamááá si son las cuatro de la mañana!

—Bueno, una para todos porque después no nos quedan hallacas para el 24 y tengan mucho cuidado con los bollos picantes. Son los que tienen tres lazos.

—¡No tía! —grita un sobrino que sólo va a la casa el día que hacen las hallacas— las picantes son las que tienen dos lazos...

—¡No ve!, ya me van a hacer confundir...no me responsabilizo si alguien se pica. ¡Yo dije que eran tres lazos...!

Y mientras, la señora más vieja de la familia, la cual supuestamente es la sabia en hallacas, está en el último rincón de la cocina lavando el perolero sucio. Siempre hay un hipócrita que dice:

—Pero señora Micaela deje ese perolero así, que mañana yo lo lavo.

Y la señora, resignada, murmura:

—Éste es el último año que hago hallacas. ¡Que va!

—¡Ay mamá no diga eso, no sea pavosa...!

Es un momento de comunión familiar difícilmente de ver en otra ocasión.

En la hallaca venezolana, lo único que realmente pusimos los venezolanos, fue la masa de maíz, porque todos los demás ingredientes vienen de Europa o de los países orientales.

La hallaca es una genial adaptación de la empanada gallega, que hicieron los indios y españoles en los días de la conquista. Hay una historia bien bonita —no sé si es cierta— pero dicen que el nombre surgió cuando los indios pedían a los conquistadores que le dieran comida: los indios traían una hoja de plátano con maíz y decían; allá acá...allá acá, los conquistadores según la leyenda o la realidad, les ponían guisos sobre esas hojas que servían de platos.

El otro invitado en la mesa navideña es el rey: El pan de jamón.

Tengo la suerte de tener una madre excelente cocinera. Ella siempre hizo el pan de jamón en Navidad. Hay una gran diferencia entre el pan de jamón hecho en casa y la imitación que generalmente compramos en las panaderías (hay honrosas excepciones). Yo aprendí y perfeccioné la receta de mi madre, a tal punto que hubo una época de mi vida, en la que viví de hacer un exquisito pan de jamón. Ahora no lo vendo. Me gusta hacerlo para mis amigos, que tienen a bien de invitarme a sus casas en Navidad a tomarme algunas botellas de whisky o de finos vinos, mientras amaso la masa para hacer el pan de jamón, el cual tiene una historia bien bonita muy ligada a mi persona:

El pan de jamón nació para el mundo entre los años de 1908 y 1910 en Caracas, concretamente en la "Panadería de Solís", sitio en donde orgullosamente trabajaban Manuel, Gabriel y León González, canarios creadores del rico manjar navideño venezolano y a quienes ahora quiero homenajear y agradecerles la receta original del pan de jamón. Quiero decirles con mucha emoción que esos artistas pasteleros, eran mi bisabuelo y mis tíos abuelos. Si no existiera la Navidad tendríamos que inventarla porque si no la vida estaría incompleta. Qué bonito que exista una fecha para la esperanza.

Voy a finalizar este cuento regalándoles mi receta del pan de jamón que tanto éxito ha tenido. Anímese y hágala. Recuerde que el pan y el vino están ligados a las raíces culturales más profundas de los hombres. En el pan y en el vino, sigue vivo el Niño Jesús que creció y hecho hombre, se transformó, no por casualidad, en pan y en vino.


Receta pan de jamón

Pan de Jamón (a la izquierda abajo dos rodajas de pan de jamón, al centro un pan entero)

Receta para tres panes medianos o dos grandes, dependiendo del tamaño del horno.

Ingredientes

  • 1 kilo de harina de trigo
  • 1 cucharada de levadura fresca
  • 200 gramos de mantequilla
  • 200 gramos de azúcar al gusto
  • 150 gramos de papelón o azúcar morena
  • 1 litro de leche
  • 400 gramos de tocineta ahumada
  • 1 kilo de jamón de pierna o de espalda ahumado
  • 200 gramos de pasas
  • 200 gramos de aceitunas deshuesadas
  • 3 huevos

Preparación

1.- En una taza de agua añada una cucharada grande de levadura fresca (si usa levadura en pasta, corte una tajada de un dedo de espesor por cada kilogramo de masa). Deje reposar por cinco minutos.

2.- Entibie la leche, agregue azúcar y sal.

3.- Coloque 1 Kg. de harina sobre la mesa en forma de corona o volcán, agregue la levadura crecida y mezcle con la mano. Añada dos huevos enteros y la mantequilla, poco a poco agregue también la leche hasta que la masa se vaya homogenizando (si está muy blanda eche más harina).

4.- Amase fuertemente en una mesa hasta que la masa se despegue de las manos y de la mesa. Deje reposar la pelota de masa por cuarenta minutos en un sitio tibio, tapada con un pañito húmedo.

5.- Corte las aceitunas en rueditas, ponga a remojar las pasas, coloque el jamón y la tocineta en un plato.

6.- Transcurridos los 40 minutos de reposo de la masa, proceda a elaborar el pan de jamón. Divida la masa en dos partes, estírela con un rodillo hasta formar un rectángulo sobre el cual va a esparcir las pasas, las aceitunas, el jamón y las tiras de tocineta. Enrolle la masa con los ingredientes adentro para formar el pan y guarde un pedacito para adornar. Cerciórese de sellar bien los bordes pellizcando la masa. Deje reposar el pan cuarenta minutos. Precaliente el horno a 250° y saque el pan del horno cuando lleve en él 20 minutos, píntelo con el papelón rayado al que le ha añadido un huevo entero. El pan estará listo cuando tenga un color marrón brillante, en un poco más de una hora. Buen provecho amigos, no deje que se lo cuenten. Hágalo. Y Feliz Navidad aunque usted lea esto cualquier día del año. Es divino preparar el pan de jamón tomando whisky con agua de coco y luego, cuando el pan esté listo, acompañar la primera rueda, obligatoriamente, con un buen vino tinto. Ahora, si estamos hablando del 31 de diciembre, necesariamente necesitamos regar ese pan con champaña.

4 comentarios:

  1. La gastronomía es el vehículo de unión y festejo. Muy bien

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  2. El pan de jamon en la mesa venezolana forma parte de esa gran tradicion culinaria, donde cada quien disfruta de su gran aroma y sabor. Pruebenlo sigan los pasos descritos y ya verán.

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  3. Excelente reseña de nuestras costumbres y tradiciones, que me hicieron revivir tiempos pasados. Gracias señor Nazoa. Me quedo con la receta!!!

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