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lunes, 17 de diciembre de 2018

LA ROSA Y LA RISA DE LOS VIENTOS — Jairo Aníbal Niño

Jairo Aníbal Niño (Moniquirá, 1941 – Bogotá, 2010). Docente, bibliotecario, actor, guionista y escritor colombiano, cultivador de géneros como la dramaturgia, la poesía y el cuento, conocido especialmente por su obra para niños y jóvenes. Fue director de la Biblioteca Nacional de Colombia (1988-1990), del Taller de Dramaturgia del Teatro Libre de Bogotá, del Teatro de Arte de Cartagena y del teatro de la Universidad Nacional de Colombia (sedes Medellín y Bogotá). Su abundante obra literaria está conformada por los libros El monte Calvo (teatro, 1966); Los inquilinos de la ira (teatro, 1975); Puro pueblo (cuento, 1977); La alegría de querer (poesía, 1986); Preguntario (poesía, 1989); Aviador Santiago (narrativa, 1990); El músico del aire (cuento, 1991); La estrella de papel (narrativa, 1992); Los superhéroes (narrativa, 1993); La hermana del principito (narrativa, 1995); Orfeo y la cosmonauta (cuento, 1995); Fútbol, goles y girasoles (cuento, 1998); Gato (narrativa, 2001); El hospital y la rosa (narrativa, 2005); El libro de la caricia (poesía, 2008); Cuentas del collar de los cuentos (2008) y Caballopando: historias de caballos (cuento, 2010), entre otros. Fue distinguido con reconocimientos como el Primer Premio Nacional de Literatura Infantil Enka (1977), por el libro Zoro; el Premio Misael Valentino (La Habana, 1986), por La alegría de querer; y el Premio Cuchillo Canario de Narración (1993).



LA ROSA Y LA RISA DE LOS VIENTOS


Caràtula de: Cuentos de Navidad (Editora EL NACIONAL, Caracas - 2004), de Jairo Anìbal Niño
De todos es sabido que un burrito y un buey le hicieron compañía en el pesebre a José, María y al niño Jesús.

Aquella madrugada la luz se acercó presurosa, de afán, con aires de que se le había hecho tarde en la cita con el tiempo. José preparó el magro equipaje y María tomó en los brazos al niño que le sonreía como si llevara en los labios el resplandor de una golondrina. En el momento en el que José, María y el niño Jesús se disponían a abandonar el lugar, el asno se adelantó y miró al niño a los ojos. Entonces, Jesús, habló:

—Buenos días, burrito —dijo.

—Mi hijo, recién nacido, está hablando —pensó María.

—Buenos días, niño —contestó el burro.

—Este es un milagro. El asno también habla —dijo José y cayó de rodillas.

Otra voz se oyó desde el fondo del pesebre.

—Mis mejores deseos para todos.

José alzó la vista y estupefacto, contempló al buey que acababa de pronunciar esas palabras.

—Usted, burrito, y usted buey, han sido bondadosos con nosotros y voy a recompensarlos haciendo que se cumplan sus mejores deseos —dijo el niño Jesús.

—Yo quiero que mis patas cultiven la rosa de los vientos —exclamó el burro.

—Todos los senderos de la Tierra, el agua y el aire le son propicios. Su nombre, de ahora en adelante, será Camino —dijo el niño Jesús.

—Yo deseo el poder de la sonrisa —dijo el buey.

—Lo tendrá —afirmó el niño —lo que se acerque a sus ojos, sonreirá. Su nombre, de ahora en adelante, será Risueño.

—Gracias, Divino niño —exclamaron el buey y el burro.

—Como los viajes y los labios gozosos son patrimonio de los seres libres, desde este instante ustedes no tienen dueño —dijo el niño Jesús.

—Pero, Divino niño —intervino José— podemos disponer del asno, que es nuestro, pero el buey es propiedad del amo de estas tierras.

—Es un hombre que se llama Boldur y quienes le conocen dicen que es tacaño y de malas entrañas —dijo María.

—Pagaremos el precio —dijo el niño.

—No tenemos dinero —se quejó José.

—En el bolso encontrará lo necesario para pagar con creces el precio de Risueño —dijo el niño Jesús.

José metió la mano en el bolso y tocó el borde frío de las monedas. El hombre se estremeció, y humilde, inclinó la cabeza.

El dueño del buey aceptó el oro con una inocultable ansiedad. La cantidad era veinte veces mayor que la que hubiera podido recibir en el mercado.

—Lo compramos con la condición de que lo dejes libre —dijo José.

—¿Libre? —bisbiseó Boldur.

—Sí. Este buey podrá ir de un lugar a otro, sin ninguna atadura, y cuando sea necesario, usted le proporcionará alimento, agua y abrigo, procurando, además, que nadie le haga daño —sentenció María.

—De acuerdo —dijo Boldur con la voz desviada.

Jesús, María y José, abandonaron el lugar, con el afán del ángel que les advertía del peligro que corrían los niños recién nacidos amenazados por el miedo y la crueldad de Herodes.

El buey los despidió con la primera y gran sonrisa que se dibujaba en la cara de un animal y el burrito agitó las orejas que se movieron como alas de una peluda mariposa.

Camino se hizo a los mapas del mundo. Lo vieron en las tierras rojas llevando a cuestas el Sol, el polvo y los fardos humildes.

Lo encontraron en las altas montañas cargando en sus lomos el pesado temblor de un jinete de hielo y niebla.

En los valles de tierra caliente, su figura era pequeña y el sonido de sus cascos acompañó la música que, a horcajadas sobre su espinazo, inventaba un músico que abría y cerraba los fuelles de su corazón, como si fuera un acordeón arrugado por las penas de los amores apadrinados por un Dios dado a la bebida del olvido.

En una aldea de los Andes el burrito peludo era una nube que llevaba a cuestas un niño de piernas flacas como las alas del hambre; en las orillas del mar se movió presuroso, barquichuelo de cuatro patas, afanoso en el transporte de una princesa, era que acudía a una cita con un pastor que apacentaba un rebaño de estrellas. Algunos dicen que lo vieron en la cercanía del río Apaporis con una inmensa carga de pájaros que en el ocaso le concedieron las praderas del aire. Y otros afirmaron que en sus espaldas estallaban los colores de las flores de un jardín eterno al servicio de un pueblo nómada perseguidor del agua y del perfume.

Mientras tanto, Risueño se había empeñado en el propósito de provocar la sonrisa. Se sintió particularmente orgulloso cuando desató ese esplendor en la cara de un ministro, de un recaudador de impuestos, de un gendarme y de alguien que había decidido convertirse en un profesional de la tristeza.

Boldur evitaba los encuentros con el buey porque pensaba que un animal dedicado a menesteres tan peligrosos, necesariamente tenía que estar loco.

Un día se enteró de que el buey había hecho sonreír a un poderoso acumulador de dinero y que entonces, el agiotista se había sentido tan avergonzado que jamás encontró una caja fuerte para guardar el remordimiento. Convencido de que el animal era portador de una incomprensible enfermedad, Boldur —incumpliendo la promesa que le había hecho a José, María y al niño Jesús— decidió capturarlo y venderlo al carnicero.

Cuando el matarife empuñó el cuchillo para sacrificarlo, Risueño lo miró a los ojos y el hombre no pudo evitar una sonrisa que le quitó la fuerza de su brazo. Un segundo, un tercero y hasta un cuarto matarife intentaron eliminar a Risueño, pero cuando sonreía se sentían incapaces de matar.

Boldur fue informado de los mencionados sucesos y se ofreció para sacrificarlo. Como sabía que tenía que evitar la mirada del buey, Boldur le colocó una venda en los ojos. Pero cuando lanzó el golpe con un afilado estoque, el arma se convirtió en una tajada de sandía. Tomó otra hoja y en el segundo intento el puñal se convirtió en un chorro de agua.

Con las dos manos empuñó un cuchillo y al intentar herir a Risueño, el arma se metamorfoseó en una paloma que se liberó de su mano y se posó en lo alto de su cabeza.

Nadie pudo quitársela de ahí.

La paloma hizo de la cabeza del hombre su nido. Al poco tiempo empolló unos pichones de suave plumón azul. Desde entonces, Boldur es un palomar viviente.

El asno y el buey al cumplir dos mil cuatro años de edad, se sintieron muy viejitos y decidieron pasar en la luna los últimos siglos de sus vidas. Camino, tan experimentado en viajes y trasteos, supo darle a su cuerpo y al de su amigo, naturaleza de nube. En esa condición ascendieron a los pisos altos del espacio.

La noche en la que en el planeta Tierra se conmemora el nacimiento de Jesús, es posible, que a todos aquellos que la miran con los ojos limpios, les sea permitido vislumbrar a un burrito que galopa en los potreros lunares y a un buey que produce en quien lo mira una maravillosa sonrisa de buena voluntad.

8 comentarios:

  1. Estimada y recordada Adriana: Gracias por compartir este tan maravilloso cuento, lleno de imaginación y creatividad. Me encantó. Por varias semanas no tuve acceso a este correo, pero al fin logre resolver el problema.
    Espero seguir disfrutando de tu amable atención. Cordialmente, Chente.

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  2. La respuesta lla en segyida porfavor

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  3. Eres una hija de pura mariona cula rota malparids

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