Víctor Manuel Muñoz Cruz (Guatemala, 1950). Escritor guatemalteco. Durante su extensa y fructífera carrera literaria (cuyo comienzo está ligado a sus contribuciones semanales como colaborador en el diario El Imparcial) ha cultivado el género narrativo, con énfasis en el cuento y la novela, y ha publicado los libros de cuentos Atelor, su mamá y sus desgracias personales (1980), Lo que quiero es que se detenga el tren (1983), Instructivo breve para matar al perro y otros relatos sobre la atribulada vida de Bernardo Santos (1985), Serie de relatos entre los que se encuentra el famoso relato breve mediante el cual se da a conocer la fuerza del cariño aplicada a un caso concreto, pero ya probablemente perdido (1988), Cuatro relatos de terror y otras historias fieles (2001), Posdata: ya no regreso (2006), Las amistades inconvenientes (2010), Cuentos: antología (2010) –volumen que reúne 20 textos tomados de seis libros del autor, entre los cuales figura el que aquí les presento, publicado originalmente en Lo que quiero es que se detenga el tren-, y La reina ingrata (2016); las novelas Todos queremos de todo (1995), Sara sonríe de último (2001), Collado ante las irreparables ofensas de la vida (2004), y La noche del 9 de febrero (2013); además de plaquettes de poesía. Ha sido galardonado con el Premio de Novela Mario Monteforte Toledo (1998), por Sara sonríe de último; la Primera Mención en el I Premio Nacional de Novela Corta Luis de Lion (2004), por Collado ante las irreparables ofensas de la vida; y el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias de Guatemala (2013), por La reina ingrata.
Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Víctor Muñoz.
EL APARATO FOTOGRÁFICO
No deseo relatar en esta oportunidad la forma mediante la cual llegué a ser fotógrafo profesional. No existe institución alguna que imparta clases o técnicas de fotografía; y si la hay, no he tenido la oportunidad de conocerla. Yo me hice a mí mismo a fuerza de trabajar como fotógrafo precisamente. Esto es un arte.
Aun cuando lo he apuntado arriba, no es mi deseo relatar la forma mediante la cual llegué a ser un profesional en el oficio, debo decir, eso sí, que mi profesor fue un viejecito dueño de una paciencia casi infinita. Fue él quien me enseñó todos los secretos de la luz, la contraluz, el perfil favorable, Etc. Y siento la satisfacción de no haberlo defraudado. Siempre fui el alumno atento y cuidadoso. Abrevé de él todos sus conocimientos y su sabiduría. También tengo que confesar que él encontró en mí a un incansable escuchador de sus historias. Para ser más claro, de sus anécdotas, que las tenía muchísimas y a cuales más interesantes. Era muy ameno para conversar, aun cuando debo decir que hubo muchas veces en que me contaba la misma historia dos o tres veces.
Me contaba tantas historias en su incansable plática, que acabé por hacer mías algunas. Acabé por sentirlas mías, de mi propiedad, y cuando en alguna ocasión se las refiero a alguien, resulto siendo yo el personaje, el héroe de las mismas. A veces he llegado a creer que se trata sólo de una confusión porque hasta he llegado a dudar al respecto de cuáles son mis anécdotas y cuáles las de él. En todo caso es una cosa que no importa mucho, porque cuando yo me muera, a alguien a quien yo haya referido alguna de mis historias las relatará como propia; será él, entonces, el héroe y llegará también a confundirse y dudará si su historia es mía o suya. En todo caso eso no importa, ya que cuando él muera, alguien continuará refiriendo las anécdotas y esto será interminable. Porque también estoy casi convencido de que mi maestro actuó en forma similar. O tal vez lo estoy juzgando mal. Uno nunca sabe.
Todo esto viene a mi mente mientras hago mis preparativos, tomo el teledisparador, enfoco la lente, asumo una posición un poco más cómoda, la serpiente ha comenzado a desenroscarse. Ella no podrá advertir mi presencia porque estoy utilizando luz ultravioleta. Además, me he colocado de tal forma que el viento no me delate ante ella y me descubra a través de su olfato. Todo está perfectamente preparado.
Mi maestro me contó muchas cosas, pero jamás algo de serpientes. No estoy muy seguro, pero creo que una vez me hizo el comentario al respecto de que le habría gustado fotografiar alguna, pero que le daban miedo. A mí también me dan miedo, pero estoy trabajando bajo todas las garantías; sin embargo, no he dejado de sentirme nervioso.
Todo está preparado para que yo obtenga las fotografías de la serpiente del desierto, y ya tengo algunas, por supuesto. Mediante mi trabajo se podrá conocer un poco más de sus costumbres en cuanto a su alimentación, convivencia, conducta social, Etc.; y es por eso que me encuentro aquí, inmóvil, tratando de convencerme de que no hay ningún problema, respirando lo más lento que me es posible, de otra manera ella podría darse cuenta de mi presencia y la verdad es que ni siquiera deseo imaginarme lo que podría suceder. Por el momento mi objetivo es la fotografía cuando se trague el huevo que yo mismo coloqué en un sitio ideal para mí. Y digo que es un sitio ideal porque reúne los requisitos de luz, reflejos y todo lo que ya he aprendido anteriormente y que me permitirá obtener fotografías de alta calidad.
Ya casi está desenroscada. Ha levantado la cabeza, ejecuta un penetrante silbido y con su lengua comienza a olfatear. Debo repetir que gracias a la dirección del aire no podrá sentir mi presencia. Tal como lo esperaba, casi de inmediato encuentra el huevo. Mi emoción es tal que he permanecido inmóvil durante mucho tiempo y a ello atribuyo la presión que siento en mi pierna izquierda. La siento acalambrada, pero este es un momento tan especial que casi inmediatamente se me olvida.
Se acerca al huevo, lo rodea con su cuerpo y vigila amenazadoramente. Pasan algunos instantes durante los cuales repetidamente saca y mete su lengua. No me he perdido ningún detalle y constantemente disparo mi cámara. Estoy consiguiendo fotografías realmente admirables. La presión de mi pierna se está volviendo insoportable pero no puedo moverme. Colocarse el huevo le toma unos tres o cinco minutos. Forma un arco con su cuerpo, abre su horrible hocico y comienza a presionar. Con el arco que ha formado se ayuda a ir metiendo, poco a poco, el huevo que aparece desmesuradamente grande, increíblemente grande, tal vez unas diez veces más grande en su diámetro que el cuello de la serpiente. Y sin embargo lo tragará. Indefectiblemente lo tragará. La presión es firme. Poco a poco lo va logrando. Ejecuta movimientos espasmódicos especiales para tragarlo sin romper la fina cáscara, ya que de llegar a ocurrir tal cosa echaría a perder todo el trabajo y perdería su alimento también. Las fotografías estarán formidables. La presión de mi pierna es enorme pero no hago caso, ya que la obtención de las fotografías supera cualquier sacrificio; sin embargo, no estoy seguro si podré soportar por mucho tiempo más. Siento algo así como breves calambres.
Pienso en mi maestro, en lo orgulloso que estaría de mí si me viera en este momento. El huevo ha ido desapareciendo por completo y eso hace que la serpiente ofrezca un espectáculo realmente cómico. En este momento es un animal totalmente indefenso. Cualquiera podría acercársele y hacerle daño y ella no podría huir. Con movimientos rítmicos lo va empujando cada vez más hacia su esófago, en donde, y mediante un mecanismo especial propio de su especie, romperá la cáscara, entonces todos los jugos llegarán hasta su estómago y se habrá cumplido un ciclo más en la interminable historia de la naturaleza. El aspecto de la serpiente sigue siendo singularmente divertido. Con el huevo aún trabado da la apariencia de que se trata de un extraño cordón con un nudo inmenso. Su piel es ahora perfectamente visible en cuanto a su conformación física. La presión en mi pierna es ya insoportable, pero no debo moverme. Lo echaría todo a perder. Recuerdo ahora más que nunca las palabras de mi maestro diciéndome que la profesión es sumamente sacrificada. Y lo es. Mis fotografías se están sucediendo maravillosamente. De pronto la hinchazón en el cuerpo del animal cede, sus movimientos cesan. Estoy consiguiendo unas fotografías impresionantes. Mi pierna se ha convertido en algo que no me deja en paz; sin embargo, debo dejar pasar el tiempo, no puedo hacer nada, se perdería todo el trabajo y el sacrificio. Pasan algunos minutos más y de pronto vuelve a moverse en forma extraña. Espero ansiosamente hasta que por fin me doy cuenta de que se trata de su ciclo digestivo. De pronto regurgita la cáscara del huevo en forma de masa salivosa, blanquecina y húmeda. Francamente repugnante. Se yergue un poco, otea por todos lados y luego se retira lentamente. Para mi fortuna, se retira tomando una dirección totalmente contraria a donde yo me encuentro. Ha desaparecido ya y seguramente buscará un nuevo lugar en donde se sienta segura y pueda hacer la digestión cómodamente.
Ya puedo levantarme. Ya puedo aliviar la horrible presión de mi pierna, pero cuando lo intento me paraliza el espectáculo de una serpiente gigantesca engullendo mi pierna hasta la altura del muslo. Trato de hacer algo pero el miedo no me lo permite.
ouau!!! Qué final tan terrorifico! Excelente cuento
ResponderEliminarEstimada Adriana: Gracias por compartir este bello cuento de mi paisano y amigo, Víctor Muñoz. Un abrazo fraternal, Chente.
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