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lunes, 20 de mayo de 2019

FUERTE OLOR A NAFTALINA – Arnoldo Rosas

Arnoldo Rosas (Porlamar, 1960). Escritor venezolano. Formó parte del Taller de Narrativa del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (1981-1982) y realizó el diplomado en Literatura Creativa del programa UNIMET-ICREA (2010). Ha publicado los libros de relatos Para Enterrar al Puerto (1985), Olvídate del Tango (1992), La Muerte no Mata a Nadie (2003), Sembré los muertos (2013) –volumen del que he tomado el cuento que leerán seguidamente- y De amores y domicilios (2014); la novela corta Igual (1991); y las novelas Nombre de Mujer (2004), Uno se Acostumbra (2011), Massaua (2012) y Un taxi hasta tus brazos (2015). Ha recibido el Premio de Narrativa Régulo Guerra Salcedo (1987); el Premio de Narrativa Rosauro Rosa Acosta (1988); Mención especial en el Concurso Literario Andrés Silva (1991); fue Primer Finalista de la Bienal Literaria Nueva Esparta Chevige Guayke (1991); Mención de Honor en la Bienal Latinoamericana de Literatura José Rafael Pocaterra (2000); y Mención de Honor del VII Concurso Nacional de Cuentos de la Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela (Sacven) (2009). Su novela “Massaua” estuvo entre las cinco Finalistas del Premio de la Crítica a la Mejor Novela del Año 2012 en Venezuela.

Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Arnoldo Rosas.



FUERTE OLOR A NAFTALINA


Caràtula de: Sembrè los muertos (Autopublicado - 2013), de Arnoldo Rojas
Guardo estas cosas para ayudar a la memoria. Con los años uno se va llenando de olvidos y es mejor encuadernar los recuerdos, aunque se impregnen de un fuerte olor a naftalina.

Es abrir las páginas y ver, entre los versos y dibujos, las caras de gente que fue y ya no es, en lugares tan inexistentes como ellos. El patio de la fuente con las muchachas sentadas en el césped: Elisa, Belinda, Carmen... El malecón del puerto. Los uveros. La sirena esculpida en bronce. Margarita observando los botes...

O, tal vez, sea la flor conservada entre las hojas; y, en ella, entre los pétalos, en el ovario, el recuerdo ineludible de Carlos. Y es que, a veces, las cosas se vinculan, sin separación posible, a las personas. Mira, ésta es su foto:

«A la muy distinguida señorita Asunción Torrealba, para que conserve, de algún modo, una parte de mí».

Luego resulta que esa parte de él que conservo, no se expresa en la imagen estática, sino en un movimiento continuo, desbordado, de la memoria: Carlos tomándome de la mano en el sofá de la sala. Carlos vestido de negro, entrando en la iglesia, mirándome con cariño, diciendo que sí, que me acepta por esposa, en lo bueno y en lo malo. Carlos amoroso en la oscuridad de la primera noche... Carlos trabajando en el negocio, compartiendo luchas con los pescadores, con los campesinos. Carlos enfrentado al Jefe Civil... Carlos furioso, leyendo el periódico, tirándolo al piso, gritando groserías, asegurando que las cosas no se pueden quedar así. Carlos saliendo de la casa para no regresar, y el regreso en la página siguiente: «Es nuestro penoso deber participarle...»

Y, cuando ya el dolor es insoportable, se borran los recuerdos, con otros nuevos, en otra parte del cuaderno. Tu mamá y yo bajo el almendrón de la casa. Tus padres caminando por la playa. Tu mamá embarazada, regando las cayenas...

Aquí estás tú: «Para tía, como recuerdo de mis ocho años». Ya tenías la letra bonita. La mirada firme y seria de ahora, como si siempre hubieras estado preparado para enfrentarte con la vida, dispuesto a vencer al sufrimiento. Lo has hecho: Tu madre, su tuberculosis. Tu papá triste, sin ánimos... Tantas esquelas llenando mi memoria... Tú, conmigo, en la puerta de la casa, compartiendo soledades, mirando la calle vacía. Tú, convertido en el hijo que hubiera querido tener con Carlos: Habrías sido su orgullo; sus mismos gustos, sus mismas inquietudes. Tú, saliendo del liceo para casa de amigos. Tú, líder dando una arenga entre neumáticos quemados y policías con peinillas. Tú, luchando por una sociedad ideal e imposible. Tú, escondido por días... Tú, explicándome que tienes que irte...

Te vas. Me dejas sola, como Carlos, para cumplir un deber que nadie te ha exigido. Toma, llévate mis recuerdos. Si no regresas, prefiero no tener ninguno. Que a mi memoria, ya sin naftalina, se la coman los insectos.

2 comentarios:

  1. Gracias por compartir. Me gustó. Espero no llenarme de olvidos, por lo menos, no muchos. Un fuerte abrazo, estimada Adriana. Chente.

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  2. Este cuento es dramático. Claro como el agua, el marido y el sobrino andando el mismo camino. Cosas como estas hemos sufrido los venezolanos en el período dictatorial que inició el populismo castro chavista. Muy buena lectura.

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