Ana García Julio (Caracas, 1981). Periodista, investigadora, docente y escritora venezolana. Licenciada en Comunicación Social, Mención Periodismo Impreso, por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y Magister en Literatura Venezolana por la Universidad Central de Venezuela (UCV), casa de estudios donde ejerce la docencia y la investigación. Se ha desempeñado como editora y correctora de pruebas y colaborado con diversos blogs y revistas. Publicó el libro Cancelado por lluvia (2005), al cual pertenece el cuento que encontrarán más adelante. Ha obtenido reconocimientos como el Premio de Narrativa para Escritores Inéditos de la editorial Monte Ávila (2005), por Cancelado por lluvia; tercer lugar en el IV Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores (2010), por el cuento Bumerán y Mención Honorífica en el Premio de Microrrelatos Por Favor Sea Breve (2010), por Testarudez.
Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Ana García Julio.
NO HAGA TRATOS CON LA MAFIA
Los dejaron a sus anchas en el jardín. Luego vino esa cosa larga y escamosa arrastrándose penosamente sobre su vientre (algunas versiones señalan que en aquel entonces tenía patas, pero esto es dudoso, porque una serpiente con patas ya no sería una serpiente. Preferimos pensar que se trataba de una cosa, un animal al que ni Dios ni los hombres habían dado nombre y que luego devino en serpiente). Como pudo, se encaramó en un árbol frondoso, un manzano que sobresalía sospechosamente en el centro del jardín, y les hizo señas para que se acercaran. El hombre —que estaba rascándose la barriga como de costumbre y mirando la música que brotaba de los árboles— pensó que la cosa se dirigía a él y se dispuso a acudir a su encuentro, pero la mujer lo detuvo con un sonsonete prepotente:
—¿A dónde crees que vas? —le dijo.
—A hablar con el forastero —repuso el hombre como si tal.
—¡Te prohíbo terminantemente que hables con eso! —chilló la mujer—. ¡No tiene pies ni cabeza!
—¿Y acaso los necesita para comunicarse con nosotros? Deja la aprensión, mujer, sólo se trata de un pobre inválido... Dinos, mocho, ¿qué se te ofrece?
—No hablaré contigo, sino con la ragazza —dijo la cosa, con voz ronca y un extraño acento mediterráneo (algunas versiones indican que era un acento italiano, pero Italia no existía como tal en esa época, por lo que también es poco probable que se hubiera servido del término ragazza).
—¡Lo que me faltaba! —exclamó la mujer, elevando las manos al cielo.
—De acuerdo, nena, entiéndete con él... Si puedes —dijo el hombre con ironía, regresando a su tumbona de césped—. Que nadie dude que soy un caballero...
La mujer puso los ojos en blanco y, con deliberada lentitud, se aproximó al sitio donde la cosa la esperaba meneando la cola lánguidamente.
—Tengo un negocio para ti y para ese patán —le dijo, retorciéndose.
Ella creyó que se trataba de un tic o algo así.
—Soy representante de la casa de importaciones Avalón. Nuestra cartera de clientes incluye nombres célebres como las Hespérides, Blancanieves e Isaac Newton, quienes dan fe de la altísima calidad de nuestros productos...
—Hmmm... Dudo que sean taan célebres como dices —dijo la mujer, alzando una ceja y observando a su peculiar interlocutor de hito en hito—. Lo que soy yo, jamás he oído hablar de ellos.
—No hay prisa, ya los conocerás —dijo, esbozando una sonrisa artera (algunas versiones señalan que sonreía, pero es difícil que esa cosa sin cabeza, supuesta serpiente, pudiera sonreír sin dividirse en dos) y extendiéndole una poma pequeñita (ah, pero entonces tenía brazos, y ¡manos!)—. Entretanto, acepta esta pequeña degustación por cortesía de la casa...
—¡Eh, lisiado! ¡Haz el favor de traer algo de eso para acá! —gritó el hombre desde su tumbona, apercibido del movimiento irregular—. ¡Exijo igualdad de derechos con esta rabadilla pelada!
—¡Mira quién habla! —gritó ella, desafiante—. ¡Si en el poco tiempo que llevamos aquí te has bronceado los cuatro cachetes por igual!
Rato después aparecieron del otro lado de la reja del jardín, lo que se dice en la calle y sin un céntimo. Y con una mano delante y la otra detrás, para cubrir su desnudez. Aunque a ella le habrían hecho falta tres manos, por lo menos.
—Ajá, ¿y ahora qué? —dijo el hombre.
—¡Esto es culpa tuya! —gritó la mujer—. ¡Te dije que no tratáramos con esa longaniza parlante! Sabía que nadie que luciera así podría ofrecernos algo bueno.
—Te recuerdo que fuiste tú quien accedió a negociar con él —dijo el hombre—. Yo sólo soy una víctima de tu ingenuidad.
—Entonces también eres muy ingenuo, porque pudiste haberte negado y no lo hiciste —dijo la mujer.
—No, querida, más que eso... ¡Yo debí hacerme cargo! —dijo el hombre—. Tú no sabes manejar esta clase de asuntos, no sabes negociar... ¡Claro, con ese nido de estopa que tienes sobre la cabeza! ¡Al menos podrías peinarte! ¡Ah! Si yo hubiera tratado directamente con ese tipo, lo habría envuelto con mi labia y todo hubiese salido a pedir de boca...
—Sí, cómo no —dijo ella escéptica, dándole la espalda.
—La próxima vez, déjame hablar a mí —dijo él—. Es más, ¿qué digo la próxima vez? De ahora en adelante, seré yo quien lleve los pantalones en esta relación, ¿de acuerdo?
Desde luego, primero tendrían que conseguir un buen par de pantalones. Y es bien sabido que los pantalones no cuelgan de los árboles, que era lo único visible en varios kilómetros a la redonda.
La placa broncínea junto a la entrada del jardín ponía «Strawberry Fields». Mientras se alejaban, la hippie —«cabellos largos, ideas cortas», la definiría más tarde su compañero— no lograba explicarse qué hacía un manzano plantado en medio de los campos de fresa.
me gusta. es fresco y de desarrollo económico
ResponderEliminarUn cuento muy ingenioso lleno de imaginación. Gracias por compartirlo, estimada amiga. Un abrazote, Chente.
ResponderEliminarBuena amigo que entendió usted del cuento
EliminarExámenes de mierda
ResponderEliminar