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lunes, 24 de junio de 2019

LA TEMPESTAD – Víctor Hugo Ávila

Víctor Hugo Ávila Velázquez (Aguascalientes, 1986). Narrador mexicano. Cursó la carrera de Medios de Comunicación en la ciudad de Aguascalientes y ha participado en varios talleres y cursos de narrativa, creación y apreciación en la Ciudad de México, Zacatecas, Guanajuato, Querétaro, Guadalajara, Chihuahua, Yucatán y en la provincia de San Luis, en la República de Argentina. Ha colaborado en diversas revistas culturales y artísticas desde el año 2006, tales como Tierra Baldía, Página 24, A Buen Puerto, Revista Narrativa Breve, De La Tripa, Efebos, Revista Cronopio, Bitácora de vuelos, Brevilla, entre otras. Ha publicado los libros de relatos Retratos en marco de piedra (2010) y Las raíces de un oasis (2018) –volumen del que forma parte el cuento que leerán en seguida.

Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Víctor Hugo Ávila.



LA TEMPESTAD


Carátula de: Las raíces de un oasis (México - 2018), de Víctor Hugo Ávila Velázquez
“La miseria depara al hombre extraños compañeros de cama.”
William Shakespeare. La tempestad.

“Un árbol es un vecino muy peligroso en una tormenta.”
Charles Dickens.

Ella miraba el cielo, atestiguaba sus colores grises y las nubes gravadas le causaban una angustia mayor. En su cuerpo se hundía la certeza de la lluvia. Corría hacia su casa, hacia su esposo Raudel, corría levantando la tierra lánguida, sus pasos reiteraban el eco de la selva y sus propios ruidos. “Hoy lloverá, otra vez, no, Dios mío… no” pensaba y sudaba.

Esa misma mañana, el Brujo, de ojos sumidos de tanta ojera, le había dicho que su esposo era un necio, que no era la voluntad de Dios que construyeran ahí su casa, “…ese es un pantano seco, brusco y voluble, mi niña, no te metas, no construyas, aunque el municipio les haya dicho que ahí pueden hacer su casa, a pesar de que esa “tierra” ya era suya… no, así no lo quiere Dios, es por eso que en la noche les avienta el soplo para tumbarles las láminas, mi niña… esas láminas van a volar…” y así continuó reprendiéndola mientras acariciaba sus pechos, sus nalgas y le escupía el mezcal concibiendo el mismo ruido de una ballena cuando se da un chapuzón sobre el océano.

“No nos atormentes más, Dios mío” pensaba y corría, el sudor seguía por causa de su cansancio y la humedad que salpicaba la selva. Al llegar a su casa miró cómo un par de hombres, de espaldas chamuscadas, vaciaban tierra seca sobre la tierra mojada del pantano ya casi seco.

-Señora, con esta tierra no es suficiente… si vuelve a llover, se va a hundir, mírela, venga y tóquela, sigue mojada… huélala.

-¿Ya acabó de echarla? –dijo aún agitada.

-Sí… pero hoy puede que llueva y me da pendiente de que usted tenga que vérselas bajo el tremendo aguacero y luego pueden salir los…

-Gracias, adiós. Tenga, llévese un pan.

“Deja que la tierra se amase bien, Dios, hoy no mandes tus aguas”. Buscó a su marido en los alrededores del pantano seco. La selva era gruesa, de agravada humedad. En medio de los árboles de mango lo encontró, estaba forjando una artesanía, él también sudaba y sospechaba de las nubes.

-¿Qué te dijo el Brujo, Mariana?

-Que no debemos construir aquí, sobre este lodazal…

-¿Por qué? ¿Por las lluvias? ¿Por el pantano? ¿Por los reptiles?

-Porque no es la voluntad de Dios, Raudel.

-Ah, bueno, ya entiendo… -le afirmó.

Raudel continuó escarbando su escultura, ensimismado, esperaba a que ella siguiera hablando. Ella miró el árbol, arrancó dos mangos rojos y tiernos, le alcanzó uno y los dos comieron mientras anochecía, en silencio, a pesar de estar entre los sonidos espontáneos del lugar.

Entraron a la casa, las paredes de láminas de metal empezaron a temblar con el aire que suele venir antes de una tormenta. Por dentro estaban pintadas de color blanco, no había luz y encendieron las velas. “No vendrá la lluvia, no, Dios, hoy no”. Mariana se durmió esperando la tormenta. Raudel se propuso a escuchar los sueños de su esposa, otra vez, antes de dormir.

Ella hablaba mientras dormía tan clara como el agua. “Brujo, mi marido, Brujo… necesito estar con él, por favor déjame ir con él…” Raudel sabía lo del Brujo y su esposa, sus charlas de sueños se lo habían confesado, pero a él no le importaba en lo más mínimo. Le importaba que la casa se fuera a caer, que las paredes salieran lanzadas hacia el cielo tempestuoso, que se desprotegiera su hogar en medio de la lluvia y que ella regresara con su padre, otra vez. Raudel se fue durmiendo mientras la mujer susurraba “Brujo, Brujo, no seas tan bueno conmigo… ¿soy tu niña?”.

En toda la noche no llovió.

En la mañana los pájaros clamaban. El calor despertó a Raudel mortificado, harto y goteando del rostro. Mariana preparaba el desayuno: mango, huevos y salsa, para beber, agua. Ella miraba el agua dentro de su vaso, temía que se derramara.

-El agua no vino ayer, Raudel. Yo recé mucho.

-Ya casi terminan las lluvias o ya acabaron y no vendrán hasta el otro año, o tal vez llueva hoy en la noche… qué sé yo.

-Si es la voluntad de Dios, lloverá. Voy con el Brujo, Raudel.

-¿A qué?

-A rezar y a agradecer el buen clima.

Raudel miraba su vaso de agua, la admiró y se la bebió. Salieron de su casa y se fueron juntos. Casi no caminaban, corrían. A mitad del camino, donde se dividía la selva en diversos senderos, se despidieron, sonrieron, ella le pasó un mango y cada quien tomó un camino. Él se fue a vender sus artesanías al puerto turbulento y ella llegó con el Brujo de ojos sumidos de tanto mirar.

-Mi niña, no llovió, es bueno que vengas a agradecer, ven te limpio, mi niña, pasa ¿qué piensas?

-Quizá Dios sí quiere que al fin nos quedemos allí, mi Brujo.

-Esperemos qué pasa hoy, no te apresures como el viento. Entra, mi niña.

Había oscuridad y olor a manzanilla, también a incienso, lo tenebroso se dejaba vencer por la luz que se purgaba por los resquicios donde también pasaba la humedad. Pequeños latigazos de hierbas golpeaban su cuerpo, el ruido del azote, después escupitajo de mezcal, escupitajo de rezos, roces de su mano en su estómago y pelvis, en una esquina varios huevos posando en una mesa. Tuvieron un sexo salvaje y húmedo como la selva o como las tempestades, comieron parte de la gallina y afuera una fila de fervorosos esperaba con ansiedad al Brujo.

-¿No piensas, Brujo, que lo que hacemos es malo a los ojos de Dios? –dijo Mariana.

-No, mi niña, no lo creo. Ya vete, muchos necesitan de mí, como otros de ti…

Ella salió y corrió hacia su casa, miraba el cielo azul, no aparentaba que la lluvia ganara, había sol y el viento soplaba sutil, como las caricias del Brujo.

Su casa estaba firme y su esposo no estaba. Se puso a tejer un collar con un hueso de mango. “Dios mío, haz tu voluntad, todo está en tus manos, mi vida, mi casa, mi esposo…”.

Raudel regresaba silbando, arrancó un mango y se sentó a lado de Mariana con una sonrisa y unas cajas de cartón.

-Vendí todo, Mariana. Te traje unas cosas y comida.

-Gracias, Raudel. ¿Has comido?

-Sí ¿y tú?

-Sí, con el Brujo y me dijo que todo iba a salir bien, que era bueno agradecer.

-Hoy no lloverá. Mira el cielo, el atardecer es bonito. El cielo avisa cuando va a llover -dijo Raudel sonriendo.

-Lo que sea la voluntad de Dios.

Raudel calló. Se terminó el mango, besó a su esposa que tenía sabor a incienso y fue a recostarse, a esperar a que llegara la noche y, ya después, a escuchar los sueños de su esposa.

En la noche, las velas se encendieron con el fuego que les acercó Mariana, Raudel la miraba y se avecinó a ella. Hicieron el amor y ninguno de los dos pudo oír el trueno, lejano y dudoso, debido a sus rezongos certeros de agonía y de placer. Afuera la selva también amenazaba.

Los dos dormían, cansados, moviéndose constantemente. Ella hablaba entre sueños y Raudel no la quería oír esta vez. “Raudel, ya me voy con mi padre… ¿recuerdas cuando murió mi hijo…? Estabas muy triste… la selva nos quiere comer… tengo hambre, Raudel…” y comenzó la tormenta que acrecía rápidamente con furia.

-¡Mariana, está lloviendo! ¡Despierta!

Y Mariana no despertaba, ella seguía hablando dormida. “Raudel, mira cómo el Brujo nos está viendo, con sus ojos sumidos de tanto llorar, está celoso…”

-¡Mariana! ¡El agua está mojando la tierra… nos vamos a hundir en el pantano!

-“El Brujo y mi padre son buenos conmigo, pero tú, Raudel, eres tan quieto, tan tranquilo… tengo hambre…”. Las ráfagas de viento hacían temblar las láminas, el agua de la lluvia ya estaba dentro de la casa, debajo de la cama, lamiendo a sus pies.

-¡Mariana, la casa, nuestra casa! ¡Despierta!

Raudel soportaba una pared que estaba a punto de desprenderse. “Brujo acaríciame la cabeza… Brujo estoy triste, mi hijo se murió… allá, lejos… Raudel me hace reír, no te enojes, Brujo…”

-¡Mariana, despiértate ya, Mariana, está lloviendo!

-“Raudel, mi casa es tan débil como el corazón de un mango, hazla fuerte, hazme fuerte… tengo hambre… quiero mango…” y ella despertó estremecida.

-¡¿Raudel?!

-¡Mariana, ayúdame, la casa se va, es una tempestad!

Y la casa se fue, voló, las láminas posaron en alguno de los árboles de mango. La lluvia fue muriendo lentamente, su tierra era pantano otra vez, aún no amanecía y era la oscuridad quien ocupaba la selva.

-El Brujo tenía razón, Raudel. No es la voluntad de Dios que nos quedemos aquí –dijo llorando.

-El Brujo puede irse al carajo, Mariana…

Tronó el cielo amenazando con retomar la lluvia.

-¡Pero la voluntad de Dios, Raudel…!

-Y se me ocurre, Mariana… que Dios ¿cuál Dios? ... puede irse al carajo con su propia voluntad.

Con pesimismo Mariana, antes del amanecer, comenzó a recolectar los mangos que se habían desprendido de los árboles.

Raudel esperaba a que llegara el sol, en silencio y con los ojos expectantes, mientras los lagartos los acechaban con sus fauces bien abiertas.

3 comentarios:

  1. Interesante cuento, estimada Adriana. No conocía a este imaginativo autor. Gracias por compartir. Bendiciones, Chente.

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  2. Adriana, gracias a ti por compartir, como siempre lo haces, con esa gran dedicación que sólo revela el gran amor que tienes por la literatura. Un abrazo desde México.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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