Roberto Martínez Bachrich (Valencia, Venezuela, 1977). Investigador, docente y escritor venezolano. Licenciado en Letras y Magíster en Estudios Literarios egresado de la Universidad Central de Venezuela (UCV) –casa de estudios donde ejerce la docencia–, cursó el Máster en Técnicas de la Narración en la Scuola Holden (Italia) y actualmente es tesista del Doctorado en Literatura Latinoamericana de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). Ha sido colaborador de medios impresos en su país natal, como los diarios El Universal y El Nacional. Ha publicado los volúmenes de cuentos Desencuentros (1998), Vulgar (2000) y Las guerras íntimas (2011) –libro del que he tomado el texto que leerán más adelante–; el ensayo biográfico Tiempo hendido: Un acercamiento a la vida y obra de Antonia Palacios (2012) –X Premio Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana–, el ensayo breve La voz del animal (2013); y el poemario Las noches de cobalto (2002). Asimismo, textos suyos figuran en diferentes antologías.
Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Roberto Martínez Bachrich.
LOS COLORES OSCUROS
a Gisela Kozak
Cuando papá y mamá murieron en el accidente, Valeska y yo nos fuimos a vivir con la tía Tania. La tía Tania era la única hermana de mamá y fue suya la decisión de que viviéramos con ella. Los hermanos de papá estuvieron de acuerdo. Un poco por lástima a la tía: histérica, solterona, sin hijos. Un poco también –para qué negarlo– porque criar a dos chicos resultaba costoso y la crisis y la poca disponibilidad de tiempo y los hijos propios...
La tía Tania nos recibió con esa dulzona y amarga resignación propia de algunas tías. Y nos educó con mano dura, durísima. Con ese necio y rígido método propio de cierta educación europea de primera mitad del siglo pasado. La tía Tania siempre fue un poco bruta, la pobre. No como mamá.
Valeska y yo hemos salido de viaje por dos meses. El agotamiento de la universidad y los trabajos medio tiempo donde hemos sido exprimidos, explotados y expulsados en la primera reducción de personal, hacían ese descanso impostergable. Unos pocos ahorros ferozmente guardados de la herencia paterno-materna nos han bastado. No vamos muy cómodos, pero la sola idea de alejarnos de aquí convierte en algodón cualquier posible penuria. Además tenemos suficiente dinero para mantener informada a la tía de nuestras andanzas. Ésa ha sido su condición última para dejarnos ir.
***
Ya en Ciudad de México he tenido que llamar a la tía para contarle que Valeska conoció a un chico en el aeropuerto con el que está saliendo desde el primer día. No es por preocuparla, pero el chico es todo un patán y creo que lo único que ve en Valeska es dinero de turista para vivir bien un par de meses.
La tía se ha agitado mucho y me ha pedido que le prometa que, apenas llegue Valeska al hotel (se ha ido a las pirámides con el chico), la llamará. Valeska, claro, no la ha llamado. Y yo tampoco por un par de semanas.
La tía Tania, desde la muerte de nuestros padres, se viste de puros colores oscuros. Sus vestidos son todos exactamente iguales, apenas varía el color: púrpura, violeta, marrón, azul marino, gris plomo y negro. He pensado comprarle una batola con diseños aztecas, pero no lo haré. Sé que no se la pondrá.
***
Valeska casi no viene al hotel, le he contado hoy a la tía. Se la pasa con el chico todo el tiempo y anoche ni siquiera durmió acá. La tía me ha vomitado por el auricular toda su perorata sobre el respeto al cuerpo y la educación de las muchachas decentes. Yo la he escuchado con la paciencia que otorgan los años de brega y luego le he jurado que trataré de devolverla al buen camino.
Pero el buen camino de Valeska, el del embarazo, no concuerda con la idea de la santa calzada de la tía Tania. Se ha horrorizado. Primero ha gritado y despotricado furibunda de esa muchacha puta, si estuviera frente a ella le caería a golpes para que aprenda (la tía Tania, por cierto, era maestra en una escuelita cerca del apartamento; la botaron porque una vez maltrató tanto a una alumna "falta de respeto", que tuvieron que hospitalizarla), por qué me pasan esas cosas a mí, qué diría tu madre si supiera, me echaría la culpa, diría que no los supe guiar. Luego ha pasado unos segundos en silencio y antes de colgar me ha dicho con voz a punto de llanto que el Señor actúa de maneras misteriosas. Y que regresemos pronto, para que el nuevo miembro de la familia nazca en buen estado y en paz.
***
Vladimir dejó de llamar a la tía un mes. Hoy la he llamado yo porque me preocupa lo que está haciendo mi hermano. La tía se ha emocionado mucho al oír mi voz, sin embargo, ha estado regañándome e insultándome cinco minutos antes de preguntarme cómo iba el embarazo. Le he dicho que no iba. Pedro (sí, el patán) me dejó y decidí abortar. Tener un niño en estas condiciones no sería bueno para ninguno de los dos: mi juventud, aún no me gradúo ni tengo un buen trabajo, etc... Ha salido algo costoso el asunto, pero bueno, era un gasto imprescindible. La tía me ha dicho puta, loca y diabla no sé cuántas veces. Ha llorado mientras me insulta, llegando a adoptar ese grotesco tono de voz, mezcla de odio y tristeza. Ha dicho que soy una monstruosidad y que no entiende de dónde salí así, tu madre era una santa y tu padre... aquí ha callado. Siempre que mi tía se va a referir a mi padre se le cuartea la voz, se le quiebra la garganta. Le completo la frase asegurándole que mi padre no era ningún santo y ella muy bien lo sabe. Luego me arrepiento de haberle dicho eso. Nunca son necesarias las flechas calientes en corazones silenciados. Ella no responde, creo que no podrá hablar más, así que opto por contarle la verdadera razón por la cual he llamado. Quizá no es bueno el momento, su estado, mi situación..., pero no sé si luego, mañana, esté de ánimo para llamarla y decirle. El hecho es que Vladimir ha estado reuniéndose desde hace un par de semanas con muy malas juntas. Ha llegado drogado al hotel varias veces ya. Por si fuera poco, ayer se presentó con un dineral que no sé de dónde sacó, feliz, con los ojos desorbitados e inyectados en sangre. Creo que no sólo está consumiendo, sino que también vende drogas. Es una situación muy dura para mí y no sé qué podamos hacer. La tía ha respirado como bosteza un reptil. Luego ha tirado el teléfono.
Cinco días después he vuelto a llamarla. A Vladimir lo han metido preso por el asunto de la droga y no sé qué hacer. La tía Tania ha gritado sus respectivos cinco minutos y luego me ha dicho que tendrá que venir ella misma a México a buscarnos. Le he dicho que no es necesario, que bueno, uno de los amigos de Vladimir, el Chirry, tiene un abogado corrupto que lo ha sacado a él de líos similares varias veces. Le aseguro que, después de todo, el asunto no es tan grave y no hace falta que viaje. Apenas salga Vladimir nos regresaremos. De cualquier forma ya nos queda muy poco dinero.
La tía no puede creer que seamos los mismos sobrinos que ella crió. Ha dicho que cada vez que la llamamos con una tragedia nueva bajo la manga nos desconoce un poco y un poco más. Luego hemos colgado. Imagino a la tía Tania paseándose de un lado a otro –y arrugando y alisando su vestido oscuro– por las alfombras del apartamento. Es realmente hermoso el apartamento. Es la gloria, si lo comparo con este cuartucho del hotel.
***
Valeska me aseguró que era lógico y justo que llamara yo a la tía esta vez. Si hubiese podido escupirme por el teléfono lo hubiera hecho, sin duda. Me ha acusado de inhumano y de bestia. Cómo voy a tenerla dos semanas más sin saber nada después de lo de la cárcel. ¿Y no se venían ustedes dos ya? Le he dicho que salí pronto de la cárcel. Apenas pasé una noche –y por cierto, tengo una inmensa cicatriz en la frente por una pelea gaucha que hubo en la celda–, el abogado del Chirry nos sacó a la mañana siguiente. Le he dicho que no nos regresamos aún porque me salió un jugoso negocio que nos ha estado dando buen dinero, así que nos quedaremos unos días más. Queremos visitar Cancún y Acapulco ya que estamos aquí, porque quién sabe cuándo podamos volver a México. Me ha asegurado que pararé mal si sigo en esas cochinadas, que cómo se me ocurre, que ella no puede creerlo. Me ha preguntado por Valeska y le he dicho que está saliendo de nuevo con el patán y que se ha puesto una argolla en la nariz que le queda muy bien. Lo que no le queda tan bien es el cabello, se lo ha cortado casi al rape y se lo ha teñido de verde; pero bueno, a ella sí le gusta y eso es lo que importa, ¿no?
Me ha colgado. Valeska dijo que a ella también le había colgado y yo no se lo creí. Pobrecita, la tía Tania. Ahora debe estar arañándose la cara frente al espejo, rasgándose su vestido oscuro y buscando a tientas su rosario a ver si nos arregla la vida a distancia y a fuerza de manosear unas pepas santas con una cruz en el extremo.
***
Un mes más tarde he vuelto a llamar. No le he dado chance a la tía de que me regañe cinco minutos. He ido al grano: Vladimir ha matado a un policía. Se les salió de las manos el negocio, al Chirry le pegaron un tiro y Vladimir tuvo que dispararle al tombo para salvar su pellejo. Ha venido hace un rato al hotel a buscar algunas cosas y ha ido a esconderse no sé dónde. Dos cadáveres, no es para menos. Ahora yo voy a recoger lo que falta y me cambiaré de hotel, por si acaso. Habrá que esperar a que las cosas se calmen un poco, por lo que no podremos volver tan pronto. Sí, ya sé que el semestre empezó pero, como comprenderás, estos son motivos de fuerza mayor. Yo por mi parte estoy bien, claro que preocupada por Vladimir y un poco triste pues he vuelto a terminar con Pedro, esta vez definitivamente. El desgraciado ese me pegó y a mí ningún hombre me va a poner un dedo encima. En realidad no estoy nada bien, estoy muy deprimida, he perdido el apetito y la verdad me siento muy débil, quizá mañana vaya al médico a chequearme. Tía, tía... ¿no vas a decir nada?
Ella ha dicho, con una voz cuya enigmática serenidad me ha impactado, que es el castigo de Dios por su amorío con mi padre. Lo más extraño que ha podido suceder en este mundo es que mi tía haya admitido abiertamente su romance con papá, y que lo haya dicho así, con la voz entera, sin llantos ni histerias. Creo que está bebiendo otra vez. Y ese sí que es un signo oscuro y fatalista. Si la tía Tania está bebiendo de nuevo es porque se le ha ido la fe. Y la tía Tania sin su fe neurótica no es la tía Tania.
Después de la confesión ha delirado un poco. Ha balbuceado fragmentos inconexos de su discurso moral de siempre, pero ahora con una violenta incoherencia. Su voz serena se ha vuelto gangosa. Ha moqueado unos segundos más sobre el aparato. Luego hemos colgado.
***
Agarraron al tipo equivocado, me salvé de casualidad, tía. Así que estoy muy bien. La que no está nada bien es Valeska. Ha pasado toda la semana encerrada en el cuarto, con unas ojeras que ya parecen remolachas de Chernobyl. No quiere comer nada y está flaca y pálida como un spaghetti. En principio no entendía qué le pasaba, pero esta mañana encontré por casualidad un sobre en el baño que me dio todas las explicaciones necesarias. Valeska tiene VIH. Ella no sabe que yo sé. No he querido decirle nada porque ¿cómo aborda uno a su hermana con esa enfermedad? Claro que hay montones de casos que no desarrollan el virus y viven muchísimos años en perfecta salud, pero bueno, igual no sé cómo consolarla. Estas explicaciones y estadísticas no le interesarían a Valeska en lo más mínimo. Ella que es tan... cómo decirlo, bueno, tú sabes, tía, tú la conoces tan bien como yo.
La tía Tania no ha dicho una sola palabra. Apenas musitó algo como un "Me tengo que ir", pero no estoy muy seguro de que haya sido exactamente eso.
***
Hoy llamamos al tío Sergei, el hermano menor de papá. Llevamos varios días seguidos llamando a la tía y nadie atiende. Teníamos muchas cosas que contarle..., pero ya no podremos. La tía Tania se ahorcó hace una semana. En el entierro todos se preguntaron cómo íbamos a saberlo nosotros. Valeska y yo hemos llorado largamente por el teléfono. Quizá ya sea hora de regresar.
***
Durante el almuerzo, la conversación ha girado todo el tiempo en torno a la tía. Hemos recordado su singular manera de castigarnos cada vez que hacíamos esas cosas que todos los niños normales hacen. Sus asquerosas comidas, su mal aliento. Su insoportable forma de gritar y sus elípticos sermones.
Valeska abre el clóset y comienza a sacar uno por uno los vestidos fúnebres de la tía Tania. Mamá, en cambio, siempre iba de blanco o amarillo o rosado. Pero no son tan feos estos colores oscuros, después de todo. Valeska decide no ponerlos en la caja con las cosas que vamos a botar, por lo pronto: biblias, rosarios y un montón de fotos de papá que hemos encontrado bajo el colchón.
Valeska me mira como dudosa y me dice que hubiera sido interesante que el tal Pedro existiera.
—Y haber probado y vendido las drogas –le respondo.
—Y la argolla en la nariz y el pelo verde.
—Lo demás no.
—Claro que no.
Hemos vuelto a la universidad. A nuestros empleos no. El dinero de la tía Tania nos dejará solventes varios años. Es difícil creer que haya tanto silencio en el apartamento, tanta paz. Mi madre siempre nos decía –y éramos muy pequeños pero ambos lo recordamos– aquello de que el que persevera vence. Mi madre sí que era una sabia.
Una forma interesante de asesinar sin ser castigados y ni siquiera sospechosos
ResponderEliminar