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lunes, 5 de agosto de 2019

DE NIÑOS Y RATONCITOS – Adriana Azucena Rodríguez

Adriana Azucena Rodríguez (Ciudad de México). Investigadora, docente y escritora mexicana. Doctora en Literatura Hispánica por el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios del Colegio de México. Imparte clases de Teoría Literaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y es Profesora investigadora en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha publicado los libros La verdad sobre mis amigos imaginarios (2008) –libro al cual pertenece el cuento que leerán a continuación-, De transgresiones y otros viajes (2012), Postales (Mini-hiper-ficciones) (2013), La sal de los días (2017) y El infierno de los amantes (2017).

Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Adriana Azucena Rodríguez.



DE NIÑOS Y RATONCITOS


Carátula de: La verdad sobre mis amigos imaginarios (Ediciones Terracota, México - 2009), de Adriana Azucena Rodríguez
Araceli perdió su primer diente. Para consolarla, su mamá le dijo que guardara el dientecito bajo su almohada, pues un ratón vendría por él y que a cambio le dejaría una moneda de diez pesotes.

Araceli brinca de alegría, apenas puede esperar a que llegue la noche. Adelanta su hora de acostarse, no protesta porque apaguen la luz de la recámara que comparte con su hermanito. Por supuesto, deja el diente bajo su almohada, envuelto en un pedacito de papel de china.

No duerme, espera con los ojos bien abiertos la llegada del ratón. Éste aparece, en efecto, en la madrugada, elegantemente vestido –lentes oscuros, camisa de seda multicolor, bastoncito de oro con el que juega y hace acrobacias. Toma el diente, deja la moneda y se va muy contento.

La niña se levanta para seguirlo hasta el agujero del patio. La luna está en plenitud y Araceli puede ver todo lo que pasa en la madriguera: el ratón desenvuelve su diente nuevo, lo apila junto a un montón de dientes pequeños, dientes de leche. Los cepilla y los quiebra uno a uno, los pone en un molino, los pulveriza, guarda el polvo cuidadosamente en pequeñas, diminutas bolsas de plástico.

En el agujero contiguo, hay un hervidero de roedores yendo de un rincón a otro, cuidándose unos de otros, lanzándose chirridos espeluznantes. Algunos se dirigen al agujero del ratón elegante. Se dicen cosas en voz baja, intercambian bolsas por monedas u objetos. Luego, los ratones inhalan, se inyectan, fuman el polvo de dientes. Enloquecen, chirrian más espeluznantemente todavía. Se despedazan, se mueren.

Araceli comprende pronto y bien. Su hermanito cumplirá los siete en unos meses. La próxima vez, el ratón tendrá que dejar más de diez pesos.

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