Laidi Fernández de Juan es una narradora formidable: en sus textos hay buena escritura, sencillez, humor e ironía, pero, sobre todo, naturalidad. Con ellos dibuja la realidad compleja de su país sin complejos, sin victimizar ni sobreestimar, dejando que seamos nosotros, los lectores, quienes juzguemos y califiquemos las situaciones por ella planteadas. Por todo ello, me complace compartir con ustedes el cuento Antes del cumpleaños, incluido en su libro Oh vida (2002).
ANTES DEL CUMPLEAÑOS
Cuando revisaba la lista de los invitados y ya iba por el niño número dieciséis, se fue la luz. Maldijo como de costumbre, esperó unos minutos por si volvía enseguida y, al continuar la oscuridad de las once de la noche, inició de mala gana el engorroso proceso de encender el farol chino. Media hora más tarde, sudando y disgustada, reanudó la tarea. En total serían veinticinco niños; si venían con un adulto, la cifra sería cincuenta, pero prefirió calcular un total de cien, teniendo en cuenta el deseo de todos de comer dulces y la costumbre recién implantada de que a los cumpleaños infantiles asiste casi toda la familia. Para evitar algún olvido lamentable, revisó la lista nuevamente. Los primos del niño, los hijos de sus amigas, los nietos de los amigos de sus padres y los sobrinos de los jefes de ella y de su esposo, indiscutibles; los vecinitos de la cuadra, los amigos del parque, los compañeritos del aula y los cuatro niños del área mercado: uno del bodeguero, dos de la que reparte el pan y el sobrino del nuevo carnicero, convenientes. El cálculo preliminar de cien le pareció útil; dejaba margen para cualquier imprevisto. Pasó entonces a la segunda lista y se alarmó de lo poco que había conseguido durante seis meses: cajitas de cartón, vasos plásticos, cucharitas de cualquier tipo, mantel floreado para la mesa del cake, cubo con tapa para el refresco, velitas y serpentinas formaban la lista, y sólo estaban tachados el mantel y el cubo, prestados por su prima de San Antonio de los Baños. Arregló el farol cuya luz estaba a punto de extinguirse y, en franco estado de ansiedad, prosiguió con la libreta de las listas, que tenía el encabezamiento pueril de Cumpleaños del Nene. Le tocaba ahora lo más difícil: comida y bebida. Cake del estado, cake privado y, añadió, cake de emergencia: nunca se sabe. Refresco de la bodega y refresco instantáneo, este último tenía una flecha al lado que apuntaba a una oración pequeñita: con los centavos de dólar de la venta del arroz. Ensalada fría, dos puntos, con los coditos que dieron hace cuatro meses. Tengo que revisarlos y también la piña de veinte pesos que congelé para que mi marido no la viera y se disgustara por el precio. La mayonesa estaba segura; se la había prometido la vieja hipertensa de la esquina y, con satisfacción, la tachó en el papel. En cuanto a los cakes, ya había hecho la cola para encargar el del estado, en la oficina municipal, y había ido con el ticket al otro lugar que le indicaron, pero le puso un signo de interrogación al lado porque le habían aclarado que podía recogerlo el día de la fiesta si llegaban los huevos, había gas suficiente en el horno y no se iba la luz, el calor no era insoportable, ah... y si tampoco llovía mucho, porque la muchacha que los entrega vive lejos y viaja en bicicleta. Con el cake privado no hay problemas, pero tengo que vender el azúcar prieta y el polvo para limpiar cazuelas. Le puso al lado Margarita, que siempre compra de todo. De mañana no puede pasar que vaya a verla, pensó, y se concentró en la cuestión de la bebida. Si fallaba el refresco normado, como de costumbre, vendería entonces el arroz para comprar el instantáneo que llaman Caricias. A esta altura me da igual una caricia que un piñazo si tiene buen sabor y llena el cubo. Volvió la luz ya entrada la madrugada y con alivio retiró el farol de la mesa de comer. Antes de seguir angustiada por todo lo que le faltaba, decidió ir al cuarto a buscar la caja de las sorpresas que se convertiría en piñata y sacar los juguetes que había comprado poco a poco para el día de la fiesta. No alcanzan, se dijo, y los envolvió por separado. Catorce avioncitos de goma, todos verdes, doce silbatos, diez pelotas de ping-pong y ocho barquitos plásticos, tres de ellos sin velas. No importa, rellenaré la piñata con los caramelos que hace Katia la rusa y con bolitas de periódicos atrasados. Trató de consolarse, con temor abrió nuevamente la libreta y, al leer el siguiente listado de artículos que había que conseguir, creyó que las fuerzas se le iban. Carajo, ya había olvidado esta parte. Se trataba de los gorritos, antifaces, trompetas y globos que nunca pueden faltar. Los globos pueden ser preservativos y las trompetas puede hacerlas Octavio, el loco de la carretilla, pero ¿y los gorritos y antifaces? Se hacen de cartón, igual que las cajitas y casi siempre las cucharas. La asociación de estos artículos le produjo cierto alivio y los agrupó a todos con una nota: ir a la fábrica de cartón que está en la carretera del aeropuerto. Hablar con Jorge el que vende gasolina. Por último, quedaba el acápite animación. La música infantil tengo que pedírsela a la directora de la escuela del nene, no la negará si le llevo un jabón de baño, y la grabadora puede ser la de Ariel, el hijo del piloto de enfrente, pero queda la cuestión del payaso. Meditó unos instantes tratando de recordar algún payaso que no hiciera chistes verdes, que no fuera tan viejo que asustara a los niños ni tan joven que no diera risa, y se acordó de aquel neurocirujano que animaba las fiestas de los niños en el hospital. En aquel momento lo hacía gratis, habría que ver ahora, pero la idea le pareció buena, y buscó el teléfono del hospital neurológico para llamar al día siguiente. Cuando creyó que ya todo estaba organizado y sabía más o menos a quién pedirle cada cosa, se acostó sin hacer ruido. Soñó con serpentinas rosadas y piñatas que dejaban caer bicicletas y botellas vacías de refresco. Transcurrieron doce días de gestiones, compras, ventas, trueques y cambios de planes y, a escasas veinticuatro horas del cumpleaños, decidió intercambiar opiniones en la noche con su esposo, para una última revisión y actualización de las listas.
Estás obsesa, tranquilízate, tal parece que preparamos una graduación masiva de cadetes, dijo él, pero ella insistió tanto que él accedió y se dispuso a escuchar: después de todo, entre reuniones, fugas y guardias no había podido saber cómo iban los preparativos de la fiesta.
Cajitas y cucharas, dijo ella, no alcanzan. En la fábrica me dijeron que no las venden, que debía dirigirme a las casas-fiestas. ¿Y eso qué es?, preguntó él. No sé, averigua tú, porque recorriendo todo el vecindario sólo conseguí veintiocho cajas y diecinueve cucharas. Está bien, mañana me encargo, dijo el esposo, pon pendiente en la lista.
Los vasos los traerá tío Carmelo el día de la fiesta y, como ya no hacen serpentinas, me prometió los recortes de revistas que sobran en la imprenta donde hace guardia por contrata. ¿Seguimos al otro punto?, preguntó ella. Sí, mi amor, dispara la siguiente desgracia, respondió condescendiente el esposo. Nadie tiene velitas nuevas desde que comenzaron los apagones. Cambié una toalla rota por una vela usada que está más o menos por la mitad, casi sollozó ella. Calma, calma, yo consigo cuatro fósforos y así el nene puede soplar; si le enganchas ese tronco de vela parecerá un velorio y el hueco en el cake será horrible. Pasa al otro punto de la orden del día. Te estás burlando, y eso no lo tolero: Estamos hablando del cumpleaños del nene, que no tiene la culpa de nada; ya sabes que no quiero que él sufra. Bueno, basta ya, no te pongas susceptible, acaba con el tango que mañana estoy de guardia y no puedo estar escuchando tus lamentos toda la noche. ¿Cuántos litros de refresco tenemos?, puntualizó él tratando de excusarse. ¿Litros dices? En la bodega me informaron que hay diecinueve meses de retraso, así que olvídate de la vía normal. ¿Cuál es la anormal? Dímelo rápido y sin comentarios, cariñito. Bien, tú sabes que el arroz no lo vendí como quería porque como estamos a principios de mes, la cotización es más baja y la libra está a treinticinco centavos en lugar de a cincuenta como me había dicho Lilia. Ahora es que la muy cabrona me viene a explicar que a cincuenta es sólo a partir del día 24 del mes, y figúrate, a esta hora en que sólo falta un día... Dije sin comentarios, murmuró él, no me expliques el estado de la Bolsa de Valores. Limítate a lo que yo tengo que hacer. Correcto, si quieres que abrevie, te lo diré sin rodeos: mañana por la noche tienes que ir a una dirección que te daré más adelante, donde hay una mata de limones cuyos dueños están de vacaciones en Júcaro o en Morón, no recuerdo bien, pero sé que es por ahí, porque en cuanto me lo dijeron me acordé de la trocha de Júcaro a Morón que nos explicaron en Historia cuando estudiábamos primer año en la Universidad. ¿Te acuerdas, mi amor? La profesora era una bajita de ojos claros que después vimos en el Materno pariendo jimaguas. Resultaron dos varones bajos de peso. Era de esperar con una mamá así de pequeña, que además no paraba de fumar, y eso que yo le advertí... Por favor, la interrumpió él bostezando, concrétame a dónde y cuándo tengo que robar limones, si no te molesta. Perdona, es que me emociona recordar... La casa es cerquita de aquí, por donde vive Leticia la que nos vendió... No importa, luego te digo la dirección exacta. ¿Seguimos? Seguimos, si no voy preso en la próxima tarea. Para el cake privado hay una pequeña dificultad. Ya hablé con el ingeniero en minas que los hace, y está dispuesto a hacernos uno inmenso de cincuenta huevos, veinte libras de azúcar blanca y catorce de harina si le damos una guayabera de polyester. Yo estaba pensando, mi amor, en esa que tienes en el closet, que no te gusta, de color mamoncillo, la que te regaló aquel paciente que operaste la noche que volvíamos de la playa, ¿recuerdas? Un tipo simpatiquísimo que vendía unas sandalias tejidas como esas que le gustan a tu tío Manolo y que tienen una hebilla... Sé de qué me hablas, cielito lindo, interrumpió él. Es la única guayabera que tengo, pero si esa es la dificultad, no tengo inconveniente en dársela al ingeniero. El problema, cariño, es que esa no es la cuestión difícil. En realidad, hay que ir a buscar el cake a casa del ingeniero. Él vive en el piso dieciocho del edificio de la calle G que tiene el elevador roto desde las inundaciones del año pasado, pero yo pienso que vale la pena, con esas piernas fuertes y hermosas que tienes no tendrás problemas en subir y bajar las escaleritas, si el resultado es un cake grandioso para el nene, con el merengue bien azul como yo lo pedí, con el viril azulito que le gusta a él ¿verdad? ¿Qué dices, mi amor? ¡Que te ronca la berenjena, chica! ¿Te has vuelto loca, o qué? ¿Tú crees que yo soy Mandrake el Mago?
Hablando de mago, no habrá payaso. El neurocirujano se quedó en Miami, figúrate, aprovechó un curso que le dieron en Costa Rica, donde se reunió según parece con una hermana que a su vez se había quedado en San José hace cinco años y de allí se las arreglaron para brincar... ¡Esto es el colmo! Me pides que recorra esta condenada ciudad buscando casas-fiestas que nadie sabe qué coño son, que resuelva cuatro fósforos donde nunca hay luz, que robe limones, que me quede sin ropa de salir, que suba casi al cielo por una escalera, ¿y ahora tengo que oírte el cuento de un neurocirujano payaso que llega a Miami? No grites, mi amor, que el nene se puede despertar, y piensa en él, mi vida, en su fiestecita, cariño, en lo contento que se va a sentir cuando crezca y vea las fotografías... las fotos... ¡Dios mío, las fotos! ¿Cómo pude olvidarlas? Ay, ¿tú crees que el profesor de filosofía que estaba el domingo en el Jalisco Park retratando a los niños en los caballitos quiera venir a casa? Él decía en voz baja por el carrusel: fotos, fotos, a sesenta centavos dólar. ¿No era así? Ay, mi vida, ¿mañana temprano puedes llegarte al parque y pedirle que venga? Más de quince fotos no serán, te lo prometo, y para eso sí me alcanza el dinero del arroz, porque aunque la libra esté a treinticinco centavos... perdona, no te agobiaré... pero mañana en el recorrido por las casas-fiestas puedes hacer un esfuercito y llegarte al Jalisco Park. ¿Verdad? Sigue, fue la respuesta. Correcto. Hay un graduado en Historia del Arte que hace un dúo de malabaristas con un maxilofacial: dicen que son una maravilla. Me contó Olga María, la costurera, que entre paréntesis le hizo el juego de short y camisa al nene a cambio de un pomo de champú que tú no usabas, el rojo para el pelo seco, usas el verde para pelo graso, ¿verdad?, que ella vio al dúo y es fabuloso. Lanzan pelotas, aros y unos palos con algodón en la punta que incendian cuando consiguen alcohol, y a los niños les encanta el espectáculo. Según ella, cuesta entre cientocincuenta y doscientos pesos contratarlos, pero no te descompenses, eso mismo vale un pantalón de corduroy y ya hablé con Margarita y está de acuerdo en comprar el que tú me regalaste el Día de los Enamorados. No te molesta esa bobería, ¿verdad, mi amor? ¿Algo más? murmuró el esposo en medio de un nuevo bostezo. Sí, cariño, ¿cómo tú ves la cosa? Concéntrate y dime si no te parece hermoso el patio con la mesa de Cecilia la vecina cubierta con el mantel floreado de mi prima, el cake azul del ingeniero, el cubo con limonada, los caramelos de la rusa que sobren de la piñata y las paredes adornadas con preservativos inflados y recortes de revistas. En el centro, el dúo de malabaristas con aros, pelotas y palos encendidos. ¿Qué te parece, mi vida? Un burdel circense de posguerra, sentenció él. ¡No jodas, chico, no dramatices! Si consigo violeta de genciana y pintamos los preservativos, alegramos más el ambiente. ¿Qué me dices ahora? ¡Que las putas del circo tenían monilia! ¡Vete a la mierda! ¡No eres capaz de sacrificarte por tu hijo! ¿No te importa que él tenga un día de felicidad? Te estás poniendo histérica, yo también podría mandarte a la mierda, así que tranquilízate de una vez. ¿Tranquilizarme? ¡Ni siquiera sabes qué le vas a regalar! ¿Cuándo piensas arreglarle el velocípedo que está tirado en el garaje desde que llegó Colón? Cuando tú me dejes tiempo para buscar los alambres, pero ¿a qué viene eso ahora? ¿No te parece suficiente el invento que hice en la cocina para que el gas no salga por el horno cuando enciendes la única hornilla que sirve? ¿No te basta con el sistema de drenaje que instalé en la ventana del baño para que puedas lavar con agua de lluvia? ¿No estás contenta con el farol chino que conseguí por las botas cañeras? ¿Te has preguntado acaso cómo logré tapar con plastilina las goteras del techo de la sala? ¿Y aquel día en...? ¿De qué te ríes? ¿He dicho algo gracioso? Basta, pareces una loca, no te rías tanto que nos van a oír. Pero ¿qué haces, muchacha? Contrólate ya, por favor, mira la hora que es.
Se abrazaron justo cuando amanecía, sin tiempo para más y se sintieron extrañamente dichosos, como si la esperanza, que se les había alejado demasiado, comenzara a regresar, una vez más.
¡EXELENTE! de alta calidad narrativa y sin desperdicio
ResponderEliminarSituaciones "normales" cuando se es un país bloqueado por el amo del planeta.
ResponderEliminarBello relato. La autora nos pinta de cuerpo entero un país, sin necesidad de nombrarlo.
ResponderEliminarY evade cualquier nota de tristeza o melancolía. Bravo
ResponderEliminarLo disfrutamos tanto!!!
ResponderEliminarSencillamente ,Genial ,increíble sensibilidad y equilibrio para abordar y elaborar los múltiples obstáculos a los que nos somete el imperio….
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