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lunes, 25 de julio de 2022

¡SANTA ROSA DE MI ALMA! - María Isabel Sánchez-Concha

María Isabel Sánchez-Concha Aramburú (Lima, 1889-1977). Actriz, guionista y directora de cine y escritora peruana, quien se destacó por defender los derechos de las mujeres. Además de una nutrida filmografía, escribió poemas, relatos, novelas, ensayos, obras de teatro y artículos para revistas, que publicaba bajo los pseudónimos Belsarima o Marisabidilla, y algunas de sus obras publicadas fueron Crónica limeña (1913) -con prólogo de Clemente Palma-; El diablo que sin querer hizo un santo (novela, 1914); La piedad de los fuertes (comedia, 1925); y Las piedras del Cuzco (ensayo, 1928). El cuento que aquí les dejo forma parte del volumen Cuentas. Narradoras peruanas del siglo XX (2000) de Giovanna Minardi.




¡SANTA ROSA DE MI ALMA!

Carátula de: Cuentas. Narradoras peruanas del siglo XXI (Ediciones Santo Oficio, Lima, Perú - 2000), varias autoras

Hace trescientos años que el jardín-florecía y, lleno de perfumes, florece;todavía.

¡Ay, dulcísima Santa Rosa!

Hace trescientos años, te pido noche ydía un novio y no has querido dármelo todavía.;.

Sí, adorabilísima virgen limeña.

Seguramente soy yo, la más humilde, la más honesta, la más devota de tus conciudadanas, la única que, no obstante elevar sus preces días y noches enteros hacia ti, Rosa de Misericordia, pidiéndote la insignificante merced de un novio presentable y firme; soy la única, digo, que no ha encontrado en ti a la Buena, a la Magnífica, a la Incomparable señora pródiga en milagros; y voy por el mundo sola y desamparada, sin un pobre y fiel lazarillo que me guíe por esos salones de Dios (o del diablo). Sola, solita, sin rumbo ni acomodo, rodando en el vértigo de los bailes de brazo en brazo y de flirt en flirt, sacando de este mar proceloso de la vida social, la caña de pescar eternamente vacía.

¡Vacía, Madre de los desamparados!

¿Comprendes, Santa Rosa, la dolorosa tragedia de esta caña infatigable, hundiéndose ansiosa en todas las aguas de este mundo, sin sacar ni un mal estudiantillo ingenuo prendido del anzuelo, como si ¡sobre mi caña de pescar pesara una maldición dantesca?

Yo, como tú, Rosa de mis amores, tengo una vida limpia de pecados, por lo menos, no tengo en mi haber de delincuente ni un solo mortal.

Yo no murmuro.

Yo no me pinto.

Yo no me escoto.

Yo no me baño con mallot.

Yo impongo una cuarta de separación a mi pareja a la hora peligrosa del jazz.

Yo no leo a Prevost.

Yo no bebo biblias en el Palais.

Yo no fumo egipcios a escondidas.

Yo no me descamiso en el Bridge a las claras.

Yo no hago nada de eso, que está clasificado entre los más gruesos rabudos, que puede cometer una mujer a la moda.

Yo, lo sabes muy bien, dulce sierva de Dios, comulgo todos los primeros viernes, rezo el rosario todos los días, hago el mes de María, ayuno en la Cuaresma y me baño con medias.

¿No te parece bien?

Yo hago, como sabes, todo lo que debe hacer una cristiana para ganar el cielo y alcanzar por la gracia divina, una compensación honesta que me redima de este eterno anhelo de noviazgo que me consume en la llama despiadada de la desesperación.

De nada me sirven, Rosa entre las rosas, estas largas peregrinaciones en pos del jubileo, todas las mañanas... Cuando está cerca, en Santo Domingo o en San Pedro, bien; pero ¿cuándo está en San Francisco de Paula o en Santa Catalina?

¡Ah, madre mía!

Tú sabes de las torturantes espinas y los agudos cilicios; pero no te movías de tu ermita y apenas si ambulabas con pantuflas por la senda florida y limitada de tus jardines primorosos. Pero, tú no sabes de las largas caminatas con tacos Luis XV por las tortuosas veredas de Matambo, ni sabes del calvario que es la cuesta de Santa Clara a Cristo Pobre.

Tú arrojaste al pozo lóbrego y profundo la llave del tormento que aprisionaba y hería sin piedad tu carne de nieve; pero no sabías de la imponderable penitencia del corsé en el último punto.

Tú te has procurado muchos padecimientos, pero nunca sufriste la torturante manicure ni supiste del dolor de los padrastros irritados y rebeldes.

Tú te llagaste las rodillas en la profundidad de tu oración; pero nunca tuviste que arrancarte los pelitos de las cejas y los labios.

Tú maceraste tu cuerpo, hasta idealizarlo en una silueta larga y distinguida; pero nunca sufriste el martirio de tener una hambre canina y no comer por no engordar.

La historia de tu vida santa nos cuenta muchas cosas terribles que tú harías para dignificarte ante Dios; pero fíjate bien Santa Rosa, lo hacías por Dios, por Dios omnipotente y misericordioso.

Pero nosotras, infelices mujeres de este mundo, hacemos eso y mucho más que no te digo por no ruborizarte, por el hombre, por este mísero e insignificante hombrecito de peinado para atrás y de saco con martingala y chusos con huequecitos. Por ellos, por estos infelices maniquíes del Palais, es que nosotras, incomprensibles muñecas de este siglo, nos ajustamos los pies, nos atrincamos el corset, nos privamos de apetitosos farináceos y nos arrancamos con pinzas los pelitos de las cejas.

Hay, pues, una enorme diferencia entre tu martirio y el nuestro.

Tú, con el tuyo, tenías la seguridad del premio celestial.

Nosotras, con el nuestro, tenemos la seguridad del eterno castigo.

Nuestro sacrificio es sin esperanza, somos mucho más santas que tú.

2 comentarios:

  1. No sé si hay mejor resumen de la vida femenina

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    1. ¡Hola, gracias por tu comentario! Creo que la tuya es una buena pregunta y, aunque no alcanzo a responderla, creo que este texto nos permite pensarlo. Y creo que ttambién nos dice mucho de lo poco que algunas cosas han cambiado pese al mucho tiempo transcurrido entre la época en que este cuento se escribió y la nuestra... ¡Que sigamos encontrándonos en la lectura!

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