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lunes, 13 de marzo de 2023

PARA QUE CHEPA SEPA QUE LA QUEREMOS – Esmeralda Torres

Hay textos que, una vez leídos, se quedan con nosotros para siempre: nos fascinan cuando los descubrimos (por inquietantes, bellos, complejos, impresionantes...), nos asombran en la relectura, resignificándose y desplegando capas que no vimos la primera vez y, secretamente, nos acompañan en nuestros peores y mejores momentos. Para mí, este cuento de la admirada escritora venezolana Esmeralda Torres, Para que Chepa sepa que la queremos, es uno de esos textos. Lo descubrí gracias a la recomendación de otro escritor amigo, Luis Laya, y leerlo fue una experiencia que no sé si lograré describir con palabras. Me fascinó la aparente sencillez de la historia, el asombro incómodo que me produjo su final y, cada vez que vuelvo a él, encuentro nuevos motivos para reflexionar, ratifico el indudable talento de su autora y siento más y más ganas de compartirlo para que otros lectores se apropien de él y le den nueva vida. Por eso, inauguro una nueva etapa de este espacio, después de mi ausencia de los últimos meses, con este cuento que espero disfruten y, ¿por qué no?, incluyan entre sus favoritos.

Cuento que se publica íntegramente, con la autorización de Esmeralda Torres


PARA QUE CHEPA SEPA QUE LA QUEREMOS

Carátula de: El canto de la salamandra (Fundación Casa Nacional de las letras Andrés Bello, Caracas, Venezuela - 2013), de Esmeralda Torres

Chepa era la hija mayor de Guillermo y Cundelina, y vivían en el barrio La Shell, hacia el extremo norte de la única calle que moría a la orilla de la laguna de El Medio. Era el año de su boda después de un corto noviazgo y Chepa estaba convencida de que era también el comienzo de su felicidad. Nadie al verla lo ponía en duda. A pesar de las estrecheces de los habitantes del sector, la boda de Chepa era un acontecimiento para todos los vecinos porque era la primera muchacha que se casaba como Dios manda; con matrimonio por la Iglesia y fiesta en su casa. En todos los hogares había un aire de alegría ante aquel acontecimiento poco común y cada familia ofreció colaborar para la ceremonia y para el festejo. Las muchachas jóvenes y sin hijos formarían parte del cortejo y cada casa aportaría algún plato especial para ofrecer en la fiesta. Llevarían mesas y sillas para ahorrar en gastos y así los padres podrían ocuparse de lo concerniente a los músicos y las bebidas.

El novio era un muchacho de familia humilde que se había graduado de técnico medio en Metalurgia y trabajaba en la Siderúrgica en Puerto Ordaz. Con los ahorros de tres años de trabajo le prometía a Chepa alquilar una casa pequeña para comenzar una familia, comprar los anillos y la tela para que pudiera hacerse un vestido digno de ella.

Chepa estudiaba para oficinista en una academia y se graduaría pronto. No tendrían hijos hasta que ambos estuvieran consolidados en una casa propia y con trabajo fijo. Tales eran los planes de Chepa y su novio. La boda se haría en mayo cuando en Ciudad Bolívar apenas comenzaban las lluvias y los olores de la laguna no eran tan fuertes como para invadir las casas con su hedor a agua muerta, a fango pestilente que oculta los cuerpos de los animales que no sobrevivieron a la falta de oxígeno en el agua.

Chepa pensó que su hermana menor, Aracelis, se vería estupenda de dama de honor. Escogió el color lila para los vestidos de todas las del cortejo, pues el rosado le pareció demasiado vulgar y común. Para los ramos de los bancos de la iglesia y el buqué prefirió las margaritas. Simples y coloridas y sobre todo más accesibles a su poco presupuesto, el clásico jazmín siempre le recordaba el olor profundo y corrompido de la laguna. El vestido en vez de blanco lo pensó en un color crema como se le antojaba que sería también la cubierta del pastel que harían en casa. El novio de azul oscuro y corbata roja sobre una camisa blanca, impecable. Su hermanito Simón llevaría los anillos sobre un almohadón bordado con hilos de seda que le había regalado su madre. Realmente Chepa había visto todo esto en una revista y así quería que fuera su boda. Y aunque no fuera cierto, mientras esto planeaba, se regocijaba pensando en lo felices que estarían todos.

El señor Guillermo, a pesar del contento que reinaba en la casa, no estaba del todo satisfecho. Siempre había soñado para su hija mayor un matrimonio mejor. Uno donde todos salieran beneficiados. Y este estaba lejos de reportarle alguna ganancia. El novio le parecía un muchacho sin futuro y sin ambiciones y él siempre soñó para su Chepa un destino diferente. Jorge Kouri, el sirio que les fiaba a todas las familias del barrio, le pareció siempre un candidato más digno para ella. Viudo y con mucha plata. Por eso era que cada vez que venía por el pago semanal, lo invitaba a pasar y le ofrecía café. Pedía a Chepa que lo preparara y que lo trajera en una bandeja y en las tazas que su mamá guardaba en la vitrina del comedor. Ellos mientras tanto se fumaban un cigarro y hablaban de lo cara que estaba la vida pero sobre todo de lo inconveniente que era para él, un hombre joven todavía, quedarse solo. Le decía a Chepa que antes de volver por la bandeja se arreglara un poco y que se sentara con ellos a tomar el aire. Al sirio que no se marchara tan pronto, que se tomara otro café, que todavía le quedaba tiempo para hacer los cobros en las otras casas. Que se quedara un poco más y que viera lo bella que era su hija y lo bien criada que estaba.

Mientras tanto en la cocina, la señora Cundelina pensaba en la falta que le iba a hacer Chepa cuando se casara y se fuera a vivir con su futuro marido. Realmente era la única que le colaboraba en las tareas del hogar y ella ya no tenía la fuerza de antes para tener la casa al día. Con Aracelis nunca contaba. Entre pintarse, leer revistas y los estudios, nunca podía contar con ella. La lavada a mano de la ropa de mecánico de Guillermo, la comida, la limpieza de la casa y el cuidado del pequeño huerto que tenía en el patio, la hacían dudar de que tuviera tiempo para los remiendos y las costuras simples que hacía por encargo y que eran una entrada de dinero más. Poco era, pero en fin algo resolvía con esa plata. Así cavilaba la madre de Chepa mientras seleccionaba los mejores granos de frijol para el cocido con pescado salpreso que haría para el almuerzo del día siguiente. Pensaba en la máquina de coser que quería comprarse desde hacía tiempo, la que traía más de cincuenta formas de bordados y que ahora no podría adquirir, pues esos ahorros los usaría para la confección del vestido de Chepa y el pastel. Sin contar que esperaba que su hija se graduara de oficinista y colaborara con los estudios de sus hermanos. Era dura la vida pero habría que resignarse. Todo esto repasaba Cundelina mientras Guillermo atendía al sirio en el frente de la casa.

Aracelis en el cuarto que comparte con sus hermanos se pinta las uñas de los pies mientras piensa en lo feliz que será cuando su hermana se case y se vaya. El cuarto quedará para ella sola. A Simón deberían llevárselo a dormir al cuarto de mamá y papá, piensa a la vez que se limpia el esmalte que se le ha chorreado en la piel. Ella ya es una señorita y no está para compartir el cuarto con él. Eso piensa decirle a su madre. Que a Simón hay que ponerlo a dormir en otra parte, tal vez en una hamaca en el corredor. Que ella necesita su espacio para hacer lo que le plazca. Sobre todo para quedarse estudiando hasta tarde, que a Simón le molesta la luz. Con Chepa era distinto pero que ahora que se casa ella debe quedarse sola en la habitación. Piensa también en todos los gastos que están haciendo para la ceremonia y la fiesta de su hermana y en que seguramente no quedará dinero para comprarle el aparato de sonido que pidió como regalo de cumpleaños. Ojalá Chepa se marche pronto y se acabe de una vez tanto alboroto con la fulana boda. Esto piensa Aracelis mientras su madre desde la cocina le pide a gritos que vaya a ver dónde anda su hermano Simón.

Cerca de la laguna están unos niños arrojando piedras al agua. Hay uno que lanza un anzuelo intentando pescar algo. Entre ellos también está Simón que les dice que hoy no quiere arrojar piedras a la laguna. Que prefiere sacar flores para su hermana. Trata de alcanzar con una vara unas matas de lirios que crecen sobre el agua. Se llaman boras, están en flor y hay muchas. Sin que los otros se percaten Simón se aleja en busca de unos lirios más grandes que están hacia el lado más profundo de la laguna. Con esto de la boda, su hermana está muy feliz y le ha prometido llevarlo con ella a conocer la casa donde vivirá con su novio. Bueno con su esposo, con Raúl. A él le gusta mucho que su hermana se case con Raúl. Le parece buena persona y ella siempre se pone feliz cuando su novio llega a la casa a visitarla. Su hermana siempre ha sido muy buena con él y a veces lo lleva a pasear cuando su papá le da permiso para que vaya con su novio hasta el malecón a la orilla del río o para el cine. Cuando no lo invitan con ellos, su hermana siempre se acuerda de él y le trae cotufas. Ella siempre está pendiente, por eso esta tarde ha querido llevarle de estos lirios, para que Chepa sepa que la queremos y que todos estamos felices con su boda. En ese momento la vara se quiebra a la mitad y Simón cae al agua. Siente un filo que le atraviesa el pecho y no puede gritar pues ya se hunde entre el agua fangosa en la parte más profunda de la laguna.

El grupo de niños se aleja. Uno va a mostrarle a su madre los peces que ha sacado sin mayor esfuerzo de la laguna. Los otros, aburridos de lanzar piedras voltean hacia la ribera y al no ver a Simón se van corriendo hacia su casa. Quieren ser testigos mientras le entrega las flores a Chepa; las flores de boras que Simón ha sacado de la laguna para dárselas a su hermana para que ella sepa cuánto la quieren todos    .

9 comentarios:

  1. Hermoso cuento, la boda de Chepa como eje central está rodeado de todos los sentimientos de cada miembro del entorno. Alegría, pesar, celos, intereses varios, admiración, cariño, en fin, los más y los menos del sentir humano.bgracias por compartirlo.
    Celebró que vuelvas a la actividad que tanto te gratifica e identifica. Cariños

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  2. Adriana, gracias por esta iniciativa es gratificante iniciar el día leyendo un buen cuento. Un texto bien escrito, con un desarrollo interesante de un hecho cotidiano como la boda de jóvenes humildes, me encantó aunque no esperaba ese final. El lector queda con ganas de más.

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  3. Leer este cuento, me hizo recordar aquellos años donde solían ser así las bodas, como dicen en los mensajes anteriores, la envidia, el cariño, celos, etc. se presentan de manera espontánea y dejan ese sabor así me dio agridulce pero que no descontrasta para nada en la historia, Lástima porque como en toda boda, las cosas nunca salen como se planean. Gracias por compartir.

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  4. Esmeralda Torres... simplemente Esmeralda...!!!
    Maravilloso escrito.
    Puedo escuchar tu voz en mis pensamientos mientras lo leo...
    Abrazos infinitos para ti y todos tus seres queridos...

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  5. Tienes razón Adrianita (hola!!!!), el cuento es excelente en su aparente sencillez. El olor de las aguas podridas planea sobre toda esta atmósfera simple y festiva desde el comienzo. Pero el desastre a menudo no es el que se teme y espera. Solo me pregunto cuál es ese filo que atraviesa el pecho de Simón cuando cae? ?La chatarra que lleva el río?

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  6. Este cuento es desgarrador, no lo conocía. ¡Gracias por compartirlo, Adriana!

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  7. ¡Gracias a todos y todas por sus lecturas y comentarios! Me alegra leer algunos nombres conocidos por aquí, y conocer sus impresiones sobre este tremendo texto de la gran Esmeralda Torres, uno de esos tesoros ocultos de las letras venezolanas. No redundaré en las cualidades del cuento (que menciono en la introducción del post y que ustedes tan magníficamente complementan con lo dicho en sus comentarios), y solo diré que, si pueden y quieren, sigan leyendo a Esmeralda. ¡Abrazo gigante!

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